Todavía en el silencio
te persiguen voces
de rencor y despecho
por heridas acumuladas.
Y otras voces seductoras
que te invitan a futuros prometedores
y proyectos llenos de bonanza.
Respirar hondamente.
Dejarlas pasar,
como un torrente impetuoso
que todo se lo lleva río allá.
Y decirles, ¡Adiós!
Yo me quedo aquí.
En el desierto de la derrota,
en la aridez de los obstáculos,
en el vacío de complacencias,
en la soledad de la incomprensión,
en la incertidumbre del futuro,
en la debilidad de la vida…
Y sentir, entonces,
que un infinito de
paz y libertad
te inunda el corazón.