Mari Patxi Ayerra
«Padre Dios, necesitamos mujeres orgullosas de serlo, reflexivas y profundas, risueñas y cálidas, que vivan, amen y gocen de la vida a tu manera. Y tú, mientras, envuélvelas a todas con tu amor, ya que tú tienes un gran corazón de madre»
Cristina Kaufmann, carmelita
«El deseo es toda la riqueza de la vida contemplativa; en él nos acercamos a Dios, pregustamos su posesión y dejamos atrás todo lo que no es él. El deseo es más que las realizaciones pequeñas y mezquinas muchas veces, es la luz que ilumina lo gris y lo oscuro de la cotidianidad e incluso del pecado. Y este deseo se traduce en todas las actividades de la vida contemplativa, está presente en todo y le confiere un secreto y misterioso resplandor que hace de ella una aventura apasionante y una luz que brilla en la noche del exilio»
Simone Weil
«Ábrenos la puerta, y veremos el huerto, beberemos el agua fresca donde la luna ha dejado su huella… Arde el largo camino, nos vence la sed erramos sin saberlo y no hallamos sosiego; ¡déjanos ver las flores! Estamos ante la puerta, esperando y sufriendo, dispuestos a derribarla a golpes; extenuados, esperamos y miramos en vano la puerta cerrada, inexpugnable… ¿De qué nos sirve desear? Más vale irse y abandonar la esperanza. Al abrirse la puerta, dejó pasar tanto silencio que no vimos el huerto, ni las flores. Sólo el espacio inmenso donde reina el vacío. Y una luz que lavó nuestros ojos, ciegos por el polvo, e inundó nuestro corazón…»
María Zambrano
«Ser hombre es estar fijo, es pesar, pesar sobre algo. El amor consigue no una disminución, sino una desaparición de esa gravedad que se traslada a la persona amada (…). Vivir fuera de sí, por estar más allá de sí mismo. Es el futuro inimaginable, el inalcanzable futuro de esa promesa de vida verdadera que el amor insinúa en quien lo siente. Lo que no conocemos y nos llama a conocer. Ese fuego que alienta en el secreto de toda vida. Lo más escondido del abismo de la divinidad; lo inaccesible que desciende a toda hora».
Madeleine Delbrel
«Estamos predestinados al éxtasis, decía, llamados a salir de nuestros pequeños cálculos para entrar, hora tras hora, en el proyecto de Dios»
Edith Stein, carmelita
«Hay un estado de descanso en Dios, de total suspensión de toda actividad del espíritu, en el que no se pueden concebir planes, ni tomar decisiones, ni aun llevar nada a cabo, sino que haciendo del porvenir asunto de la voluntad divina, se abandona uno enteramente a su destino.He experimentado este estado hace poco, como consecuencia de una experiencia que, sobrepasando todas mis fuerzas, consumió totalmente mis energías espirituales y me sustrajo a toda posibilidad de acción. No es la detención de la actividad, consecuente a la falta de impulso vital. El descanso en Dios es algo completamente nuevo e irreductible. Antes era el silencio de la muerte. Ahora es un sentimiento de íntima seguridad, de liberación de todo lo que la acción entraña de doloroso, de obligación y de responsabilidad. Cuando me abandono a este sentimiento, me invade una vida nueva que, poco a poco, comienza a colmarme y que, sin ninguna presión por parte de mi voluntad, va a impulsarme hacia nuevas realizaciones. Este aflujo vital me parece ascender de una actividad y de una fuerza que no me ertenecen, pero que llegan a hacerse activas en mí. La única suposición previa necesaria para un tal renacimiento espiritual parece ser esta capacidad pasiva de recepción que está en el fondo de la estructura de la persona».
María Victoria Treviño, clarisa
«Abramos nuestra puerta al peregrino que pasa y encendamos el hogar del encuentro. Desvelemos sin temor la experiencia de Dios velada en la intimidad. Digamos al oído: que la Presencia divina es manantial de reconciliación, de consuelo, de dicha y de dulzura».
Dulce García Borges
«Mujer, estela de futuro, apenas iniciada. Tierra, semilla, surco abierto que alberga la esperanza Mujer, memoria trasmisora, legado sin polillas, expresión viva de todo lo que existe. Si te atrevieras a empezar un tiempo nuevo si perdieras el miedo por los siglos amasados… Si dejaras que tu voz se levantara por encima de los muros y fronteras, si te atrevieras, mujer, a ser aliento y agua tal vez acabarías con tantas soledades. ¡Ah! Si quisieras abrir puertas cerradas… si no te cansaras de poner macetas con geranios en alguna ventana, tus sueños volverían a ser sueños, hechos de fuego, hechos de luz, hechos de alas».