«La primera huella será siempre fundamental en el niño. Hay que proporcionarle, ya desde la infancia, una formación de calidad en un lenguaje adecuado; pero de contenido preciso y sencillo» (Pablo VI).
Desde muy pequeños los niños pueden conocer y amar a Dios; esta experiencia orienta e ilumina toda su vida.
Los padres y educadores somos los primeros testigos de la vida nueva que brota en el niño.
La vida divina es un regalo de Dios que hay que agradecer; una pequeña semilla que hay que cuidar.
¡Dios mío, creo, me fío de ti! Estas dentro de mí, como una pequeña semilla, que crece escondida en silencio, en lo más hondo de mi alma. Esta pequeña semilla es tu gracia, tu vida, tu amor. Ha sido depositada en mí en el bautismo, me permite conocerte, amarte, y comunicar a los que me rodean que tu amor es muy grande y para todos. Amén.