¡Recuerda que Dios viene! ¡No vino ayer, no vendrá mañana, sino hoy, ahora! El único verdadero Dios, el Dios de Abraham, de Isaac y Jacob, no es un Dios que está en el cielo, desinteresándose de nosotros y de nuestra historia, sino que es el Dios-que-viene.
Es un Padre que nos ama intensamente, no deja nunca de pensar en nosotros, desea encontrarnos, visitarnos, quiere venir, vivir en medio de nosotros, permanecer en nosotros. Dios viene a salvarnos, quiere nuestra felicidad.
En los primeros días del Adviento acentuamos la espera de la última venida del Señor y al acercarsela Navidad, prevalece más la memoria del acontecimiento de Belén, para reconocer en él la «plenitud de los tiempos. Entre estas dos venidas, «manifestadas», hay una tercera, que san Bernardo llama «intermedia» y «oculta»: tiene lugar en el alma de los creyentes y tiende una especie de puente entre la primera y la última.
La Virgen conservó en su corazón al Verbo hecho carne, así cada uno de nosotros y toda la Iglesia estamos llamados en nuestra peregrinación terrena a esperar a Cristo que viene, y a acogerlo con fe y amor.
La oración y las «obras buenas» son esenciales e inseparables, como recuerda la oración de este primer domingo de Adviento, con la que pedimos a Diosque suscite en nosotros «la voluntad de salir al encuentro de Cristo, con las buenas obras».
El Adviento es un tiempo para vivir en comunión con todos aquellos que esperan en un mundo más justo y más fraterno.
Este compromiso por la justicia une a todos los hombres de cualquier nacionalidad y cultura; creyentes y no creyentes. Todos anhelamos un mundo de justicia y de paz.
Comencemos este nuevo Adviento, que nos regala el Señor, despertando en nuestros corazones la espera del Dios-que-viene y la esperanza de que su nombre sea santificado, de que venga su reino de justicia y de paz, y que se haga su voluntad así en el cielo como en la tierra.
Nos guía en esta espera la Virgen María, Madre del Dios-que-viene, Madre dela Esperanza.