«Acepta que Jesús Resucitado entre en tu vida, acógelo como amigo, con confianza: ¡Él es la vida! Pidamos al Señor que nos haga partícipes de su resurrección: nos abra a su novedad que trasforma, a las sorpresas de Dios…Que nos haga capaces de sentirlo como el Viviente, vivo y actuando en medio de nosotros; que nos enseñe cada día a no buscar entre los muertos a Aquel que vive» (Papa Francisco).
En estos días de gozo celebramos la alegría de Jesús resucitado. Nos trae vida nueva. Dejémonos asombrar y abrámonos a las sorpresas de Dios.
- Presentamos a los niños 3 relatos de los Evangelios donde descubrimos a Jesús Resucitado.
- Elegimos un texto para cada encuentro de catequesis.
- Leemos el texto, dialogamos y profundizamos en la Palabra de Dios.
- Contemplamos las imágenes que adjuntamos en Doc. Word.
- Terminamos nuestro encuentro con un momento de oración y unas actividades lúdicas.
Pautas Pedagógicas
- Lectura del relato Bíblico
- Observación y contemplación de las imágenes
- Imprimir las imágenes de las apariciones de Jesús que adjuntamos o otros cuadros que tengáis
Dialogo:
- ¿Cómo se presenta Jesús y se hace reconocer?
- ¿Por cuál señal o palabras?
- ¿Qué pasa en el corazón de aquéllos que le encuentran?
- ¿Qué ocurre en ellos después de haberlo reconocido?
- ¿Buscas a Jesús? ¿Quieres conocerle más? ¿Qué haces para conocerle?
- ¿Has experimentado la presencia de Jesús? ¿Cuándo?
- Al terminar la sesión de catequesis, recordamos y escribimos las palabras clave de Jesús.
Jesús resucitado se manifiesta a sus AMIGOS
1. Jesús aparece a María Magdalena
«El día de la resurrección, María se había quedado llorando junto al sepulcro de Jesús. Sin dejar de llorar, se asomó al sepulcro y vio dos ángeles vestidos de blanco, sentados en el lugar donde había estado el cuerpo de Jesús, uno en la cabecera y el otro junto a los pies. Los ángeles le preguntaron: «¿Por qué estás llorando, mujer?» Ella les contestó: «Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo habrán puesto». Dicho esto, miró hacia atrás y vio a Jesús de pie, pero no sabía que era Jesús. Entonces él le dijo: «Mujer, ¿por qué estás llorando? ¿A quién buscas?» Ella, creyendo que era el jardinero, le respondió: «Señor, si tú te lo llevaste, dime dónde lo has puesto». Jesús le dijo: «¡María!» Ella se volvió y exclamó: «¡Rabuní!», que en hebreo significa ‘maestro’. Jesús le dijo: «Déjame ya, porque todavía no he subido al Padre. Ve a decir a mis hermanos: ‘Subo a mi Padre y su Padre, a mi Dios y su Dios’». María Magdalena se fue a ver a los discípulos para decirles que había visto al Señor y para darles su mensaje» (Jn 20, 11-18).
Oración
Jesús, eres nuestro Amigo y Maestro,
como a María Magdalena te acercas,
te presentas delante de cada uno de nosotros.
Te reconocemos y creemos en ti.
Estamos alegres y agradecidos.
Brota la vida, crece la esperanza…
Queremos anunciar la gran noticia:
Has resucitado. Vives en medio de nosotros.
¡Aleluya!
2. El camino de Emaús
Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que distaba sesenta estadios de Jerusalén, y conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado. Y sucedió que, mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió con ellos; pero sus ojos estaban retenidos para que no le conocieran.
Él les dijo: «¿De qué discutís entre vosotros mientras vais andando?» Ellos se pararon con aire entristecido. Uno de ellos llamado Cleofás le respondió: «¿Eres tú el único residente en Jerusalén que no sabe las cosas que estos días han pasado en ella?» Él les dijo: «¿Qué cosas?» Ellos le dijeron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo; cómo nuestros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y le crucificaron. Nosotros esperábamos que sería él el que iba a librar a Israel; pero, con todas estas cosas, llevamos ya tres días desde que esto pasó. El caso es que algunas mujeres de las nuestras nos han sobresaltado, porque fueron de madrugada al sepulcro, y, al no hallar su cuerpo, vinieron diciendo que hasta habían visto una aparición de ángeles, que decían que él vivía. Fueron también algunos de los nuestros al sepulcro y lo hallaron tal como las mujeres habían dicho, pero a él no le vieron». Él les dijo: «¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?».
Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras. Al acercarse al pueblo a donde iban, Él hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le forzaron diciéndole: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado». Y entró a quedarse con ellos. Y sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su lado. Se dijeron uno a otro: «¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?»
Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos, que decían: «¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!» Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan’ (Lc 24, 13-35).
Oración
«¡Cuánto ardía nuestro corazón mientras caminabas con nosotros!»
Eso dijeron tus amigos, los discípulos de Emaús.
¿A caso no podemos experimentar lo mismo?
Jesús, ¿No nos brindas la oportunidad de caminar a nuestro lado?
Sí, sabemos que siempre vas a nuestro lado…
Jesús, nos hablas con tu Palabra, al partir el Pan,
en los acontecimientos de la vida de cada día.
¿Sabremos escucharte? ¿Sabremos reconocerte?
¡Ábrenos los ojos! ¡Ven a sentarte a nuestro lado y conversemos…
Explícanos las Escrituras y arderá nuestro corazón…
3. ¡Tomás, el discípulo que no creía!
‘Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré». Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: «La paz con vosotros». Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente». Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío». Jesús le dice: «Porque me has visto has creído. ‘Dichosos aquellos que crean sin haber visto’ (Jn 20, 24-29).
Oración
Aquí me tienes Jesús, delante de Ti.
¿Dónde estás?
Te busco.
Me gustaría ver tu rostro con mis ojos de carne,
oír tu voz y escucharte,
acercarme, sentir tu aliento, tocarte y abrazarte…
Pero, soy de los que no te han visto
y quieren creer en Ti.
Soy «feliz», «dichosa»
Sí Jesús, creo en Ti, pero aumenta mi débil fe.
Mírame con ternura, alienta mi caminar.
Un día, vendrá, lo dijiste tú,
te contemplaremos cara a cara…