- Pocos lugares hay donde se entregue diariamente tanta vida como la familia. Hay cosas de Dios, como esta de dar la vida a manos llenas, que solo puede decir bien la familia.
- La familia es como esa hogaza de pan, hecha con muchos granos de trigo, partidos, amasados. Son incontables los detalles, los gestos, las palabras, los dolores y los gozos, que expresan la vida que se entrega, que pasa de corazón a corazón.
- Es verdad que, en ocasiones, no es así. La vida no pasa de unos a otros, no se comunica ni se comparte. Entonces, la familia se oscurece y pierde su frescura, su belleza.
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Aún así, también ahí podemos decir que hay mucho bueno en la familia, aunque meta más ruido un árbol que cae en el bosque que cien que crecen en silencio. Tarea de todos será soplar sobre la brasa y no hacerlo sobre las cenizas.
«Todos los miembros de la familia, cada uno según su propio don, tienen la gracia y la responsabilidad de construir, día a día, la comunión de las personas, haciendo de la familia una «escuela de humanidad más completa y más rica»: es lo que sucede con el cuidado y el amor hacia los pequeños, los enfermos y los ancianos» (Familiaris consortio, 21).
Parábola de la mariposa
Había un maestro muy listo y, un día, sus alumnos quisieron probarle para demostrarle que era uno de tantos. Le prepararon este acertijo. Uno tendría una mariposa entre las manos y le preguntaría: ¿Está muerta o está viva? Si decía que estaba muerta, abriría sus manos y la soltaría para que volase. Si decía que estaba viva, la aplastaría para que estuviera muerta. Así, dijera lo que dijera, no acertaría y quedaría en ridículo. La respuesta del maestro fue: La solución está en vuestras manos.
Petición de un niño a su familia:
«Antes de iros decidnos lo que sabéis».
Plegaria de un adolescente
No me engañéis. No me habléis tanto de Dios. Dios al que no entiendo. No pretendáis encerrar mi vida en unas normas. Quiero vivir. Mostradme un Dios así. Quiero ser feliz. Mostradme un Dios así. Quiero ser yo. Mostradme un Dios con el que pueda respirar. Decidme lo que sabéis de Dios con la vida. Decidme lo que vivís de Dios con la vida. Decidme lo que amáis de Dios con la vida. No me comuniquéis la fe forzándome a aceptarla. No me juzguéis si sigo otros caminos. No me veáis como un peligro si a veces me equivoco. Respetad mis procesos lentos, indecisos. Aprended mis leguajes. Apreciad mi vida en sus búsquedas. No me cerréis la puerta, por si vuelvo. No me escondáis la fuente, por si tengo sed. No entristezcáis vuestra vida, por mis ausencias. Sé que al descubrirme os descubro. Sé que algo falta en vuestro edificio si no estoy. Se que os alegraría mi presencia. Pero… ¿Por qué no empezamos todos otra vez? Sin que las palabras vayan más lejos que los hechos. Quizás respetándonos, podemos descubrir al Dios que nos respeta. Si es así, me apunto a esta aventura.
Entregar la vida.
Como Tú, Padre, amigo de la vida. Dar vida a la mañana, al mediodía, a la noche. Dar vida a los otros, sin que se apolille, guardada en un baúl. Dar vida, sonriendo, hablando, haciendo cosas por los demás, compartiendo. Dar vida, como Tú, Jesús. Dar ánimo, esperanza. Dar la mano para una comunión. Dar el perdón y los dones. Entregar vida como Tú, Espíritu, dador inagotable de vida. Dar flores, detalles. Dar posibilidades. Dar cimiento para una nueva humanidad. Dar amor. Dar, sin cansarse, como hace el sol con su luz, la fuente con su agua. Pero, ¿no se agotará el manantial? No, porque mana día y noche. No, porque esa fuente es el mismo Dios, hontanar de toda vida. ¡Entregar vida!.
Con María
Tú que eres Madre llena de Vida arrópanos en tu corazón para que en nuestro corazón brote la semilla de la Vida. Tú que eres Madre llena de ternura ven con nosotros al camino de cada día y cuida nuestra frágil fe. Tú que eres Madre llena de esperanza enciende la llama del amor en nuestro interior y alumbra nuestros pasos en la noche.