Una experiencia de silencio en la Cartuja de Miraflores

El silencio es una actitud interior que nos permite estar aquí y ahora, totalmente presentes, abiertos a lo que somos, a la realidad tal como es.

El silencio es hacer sitio, vaciarse de lo que no da vida. El silencio es acallar todo ruido exterior e interior. Dios habla en el silencio.

«Por aquellos días, se fue él al monte a orar y se pasó la noche en la oración de Dios». (Lc 6, 12)

«Después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar; al atardecer estaba solo allí». (Mt 14, 22-23)

«Sabiendo Jesús que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte él solo». (Jn 6, 15)

«De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración». (Mc 1, 35)

«Necesitamos silencio para tocar las almas. Lo esencial no es lo que decimos, sino lo que Dios nos dice a nosotros y a través de nosotros». (K. Rahner)

«Sólo la experiencia revela los beneficios que proporcionan la soledad y el silencio a quienes lo aman». (San Bruno)

«Sabiduría de Dios secreta o escondida, en la cual, sin ruido de palabras…, como en silencio y en quietud…, enseña Dios ocultísima y secretísimamente al alma sin ella saber cómo» (Juan de la Cruz, C B, 39,12)

«El lenguaje que Él más oye, sólo es el callado amor». (Juan de la Cruz, Av 6, 10).

«Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra, y no tiene más que hablar» (Juan de la Cruz, S 2,22,3).

«Parecerme que harto está ya escrito para obrar lo que importa; y que lo que falta, si algo falta, no es el escribir o el hablar, que esto antes ordinariamente sobra, sino el callar y obrar. Porque, demás de esto, el hablar distrae, y el callar y obrar recoge y da fuerza al espíritu» (Juan de la Cruz, Cta. a las Carmelitas de Beas: 22. 11. 1587)

«Hay un silencio interior, una soledad profunda que se le impone en muchas ocasiones al ser humano, un silencio no fácil de llevar, como un vacío que se abre ante nosotros y que nos deja sin armas (y sin palabras) ¿Cómo vivir esos momentos sin lamentos, sin pretender consuelos fáciles, sin acallar el dolor, sin poner tiritas…, auscultando la raíz? Un silencio, en muchas ocasiones, angustioso, pero lleno de fecundidad, para el que sabe esperar en desnudez y pobreza, confiando en que no tardará su Bien» (Miguel Márquez).

«No quisiera escribir más que palabras insertadas orgánicamente en un gran silencio… Las palabras deben acentuar el silencio… Algún día, si sobrevivo a todo esto, escribiré pequeñas historias sobre esta época. Unas historias que serán como delicadas pinceladas sobre un gran fondo de silencio, que significará Dios, la Vida, la Muerte, el Sufrimiento y la Eternidad» (Etty Hillesum)

«Todo nace en y del silencio… Un silencio que, si es respetuoso, es capaz de asomarse al riesgo de no creer, es decir, a la experiencia de volver a creer, porque se han soltado las palabras aprendidas, las imágenes memorizadas y fotografiadas, aquello que nos contaron… Todo ello a favor del riesgo que supone ponerse «a la puerta de la cueva«, a tiro de una experiencia que vuelve a ser el comienzo de la andadura de un pueblo en busca de las fuentes, en busca de las raíces que lo constituyen, que le hacen ser en libertad y en dignidad.

No nos vale ya definitivamente lo que otros han descubierto, no es jugar limpio acostumbrarse, conformarse con la experiencia que otros han hecho. Tan sólo vale, para poder hablar de experiencia, el territorio que mis pies han pisado con trabajo, exponiéndome a fracasar. A Dios se le conoce con los pies, poniéndose en camino constantemente. Si algo saben los místicos, los hombres y mujeres de experiencia es que nunca han llegado, nunca se jubilan de descubrir la novedad de esta verdad, este amor y esta vida. No dejan de sorprenderse, por muchos años que vivan» (Miguel Márquez).

«Lo primero que impacta al acercarnos a San José es el silencio que lo envuelve, porque apenas dicen nada los evangelios de él, y porque no pronuncia palabras, actúa. La calidad de su silencio le hace respetar, no juzgar el misterio que germina en la entraña de María. Es el hombre que guarda el secreto y se echa discretamente a un lado.

José es un recinto de silencio que nos invita a descalzarnos de palabras inútiles y protectoras, enfrentando el pánico a lo desconocido de nosotros mismos y de Dios. Encontramos aquí un silencio hondo y real, del cual podemos huir refugiados en lo sabido. Muy pocos se atreven con este silencio de José que des-centra: tenemos miedo a la verdad que nos des-ordena, que nos des-coloca desplazándonos en otra dirección: la que Otro puede sugerir» (Miguel Márquez).

«Pienso que en el cielo mi misión consistirá en atraer a las almas, ayudándolas a salir de sí mismas, para adherirse a Dios con un movimiento sencillo y amoroso, mantenerlas en un gran silencio interior que permita a Dios imprimirse en ellas y transformarlas en Él mismo» (Isabel de la Trinidad, C 335).

«Oh Verbo eterno, Palabra de mi Dios! Quiero pasar mi vida escuchándote, quiero ser toda oídos a tu enseñanza para aprenderlo todo de Ti» (Isabel de la Trinidad, NI 15, P88).

«Callemos a todo, para que en el silencio oigamos los susurros del amor, del amor humilde, del amor paciente, del amor inmenso, infinito que nos ofrece Jesús con sus brazos abiertos desde la Cruz». (Rafael Arnáiz).

Actividad realizada en el 25 Encuentro de «Amigos de Orar» (Burgos, 24 de julio de 2012)

SALUDO DE LOS CARTUJOS

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