Las Bienaventuranzas

UN MENSAJE DE FELICIDAD

Las Bienaventuranzas constituyen un resumen emblemático de la enseñanza de Jesús. Mateo las sitúa precisamente al inicio del llamado «Sermón de la montaña» (Mt 5-7), el primero de los cinco grandes discursos en los que condensa el mensaje evangélico de Jesús. Por su parte, el evangelista Lucas ofrece una versión más breve y directa de las Bienaventuranzas, con solo cuatro en lugar de ocho, y añade como contraste cuatro actitudes contrarias (Lucas 6,20-26).

El texto de Mateo se abre con una breve introducción narrativa que presenta a Jesús subiendo a la montaña, donde se sienta (era la postura característica del maestro), con los discípulos a su alrededor (para indicar que son los primeros destinatarios de su enseñanza), y las multitudes en el trasfondo (símbolo de la humanidad entera, puesto que el mensaje de Jesús está destinado a llegar a todo el mundo).

Esta imagen contiene algunos rasgos que recuerdan la alianza de Dios con el pueblo de Israel, tal como es explicada en el libro del Éxodo. Por ejemplo, la montaña indeterminada a la que sube Jesús evoca el Sinaí, donde Moisés recibió las tablas de la Ley (Éxodo 24,12). Sin embargo, a diferencia de Moisés, Jesús no es un intermediario entre Dios y el pueblo, sino que habla con su propia autoridad.

Las Bienaventuranzas muestran muy bien que entre la antigua alianza y la nueva alianza existe a la vez una gran continuidad y una novedad profunda. Resulta significativo que Jesús adopte el género literario de la bienaventuranza y no el lenguaje legislativo: no da una serie de mandamientos, como los que había transmitido Moisés, sino que señala las actitudes que llevan a la felicidad. Mejor dicho, proclama qué personas, con su estilo de vida, están en el camino de la felicidad auténtica. En realidad, la bienaventuranza ya era un género literario conocido en el Antiguo Testamento: una frase breve proclama la felicidad que solo puede venir de Dios y que el hombre acoge con su forma de vivir (Salmo 1,1).

Jesús trae la buena noticia a los pobres, a los que sufren, a los que lloran, a los necesitados… Todos ellos son proclamados felices y se les anuncia que su situación cambiará radicalmente y participarán en el gozo pleno del Reino de Dios. No se dice que sean felices porque su comportamiento es mejor que el de otras personas, sino porque reciben la misericordia de Dios, que siempre está al lado de los maltratados y oprimidos. Ellos son los destinatarios de la predilección divina: así lo habían recordado a menudo los profetas de Israel, y en Jesús este anuncio se hace realidad. Propiamente, las bienaventuranzas son ocho, como indica la inclusión (es decir, la repetición de una misma frase para marcar el inicio y el final de una sección) entre la primera y la octava a propósito del Reino de los cielos. La última bienaventuranza tiene una ampliación que se aplica directamente a los discípulos, invitados a alegrarse cuando sufran persecuciones. Y es que las Bienaventuranzas, que son ante todo un anuncio gozoso, contienen a la vez un programa de vida radical y exigente, modelado sobre el ejemplo de Jesús mismo, que puede conllevar incomprensiones y violencias para quienes lo pongan en práctica.

Meditar y orar las Bienaventuranzas supone en primer lugar mirar y admirar la vida de Jesús, pobre, humilde, misericordioso…, que recibe del Padre el reconocimiento que los hombres le niegan.

Supone también sentirse cercanos y solidarios con todos aquellos que sufren en su propia carne la pobreza, el hambre, el dolor o la incomprensión, sabiendo que Dios está a su lado.

Y por supuesto, acercarse a las Bienaventuranzas con actitud orante comporta identificarse personalmente con el espíritu de este texto precioso y radical del Evangelio de Jesús, para ponerlo en práctica.

AGUSTÍ BORRELL, OCD

Publicado en: Revista ORAR, 270

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