SOLO DIOS LO LLENARÁ TODO
La «noche oscura» habla de la misteriosa presencia de Dios en nuestras vidas. En palabras de Juan de la Cruz: ‘Esta «noche oscura» es una influencia de Dios en el alma…, en que de secreto «enseña Dios al alma» y la instruye en perfección de amor’. Y esto significa, en puridad, que si es Dios el que «enseña»: Dios es el principal guía y compañero en la noche.
Cuando en su poesía san Juan habla del viaje por la noche hecho «sin otra luz y guía / sino la que en el corazón ardía», dicha «luz» es Dios mismo.
Pero es también la luz de la fe. Y la luz del corazón. La noche creada y recreada por Juan tiene su propia luz. No posee un corazón de tinieblas, sino de luz, que además «arde», cual llama de amor viva. En nuestro humano creer, amar y esperar, ya nunca estamos solos: Dios en persona nos acompaña, guía e ilumina.
Caminar creyendo, más allá de todo entender
La noche, en cuanto experiencia de abandono, supone hacer del camino que va de la «luz del entendimiento» a la «luz de la fe», a la «fe oscura» sanjuanista, que no es otra cosa que la «confianza ciega». La propuesta de Juan pasa pues por dar los pasos hacia una vida confiada, hacia una experiencia de abandono.
Hasta siete veces al comienzo de ‘Subida’ repite Juan de la Cruz que la noche es quedarse como «a oscuras y sin nada». Ese quedarse «a oscuras y sin nada», supone el fin de nuestras viejas seguridades humanas, el fin de las seguridades intelectuales.
No hay seguridad más poderosa que la que brota de la fe, de ese fiarse, confiarse y abandonarse:
«En la noche del sentido todavía queda alguna luz, porque queda el entendimiento y razón, que no se ciega; pero esta noche espiritual, que es la fe, todo lo priva…, va más segura porque va más en fe» (2S 1,3).
Caminar creyendo, más allá de todo «entender», implica dar vacaciones a la mente y a la inteligencia humana, donde nunca hay seguridad cierta. Y dejarse conducir confiadamente por la mano de Dios. Abandonarse.
Caminar amando más allá de todo sentir
Después de llamar la atención sobre la importancia del esfuerzo personal en la noche de la liberación de toda forma de apego o apetito, Juan es consciente de que la solución final se sitúa, no en el ámbito del esfuerzo, sino en el ámbito de la gracia y del amor. Solo una emoción tan poderosa como es la del amor, puede convertirse en la preocupación última de la vida humana.
Lo que nuestro místico está aquí proponiéndonos es encontrar una emoción positiva más poderosa para centrar la vida. Emoción que no puede ser otra que la del amor
«Era menester otra inflamación mayor de otro amor mejor, que es el de su Esposo, para que, teniendo su gusto y fuerza en este, tuviese valor y constancia para fácilmente negar todos los otros» (1S 14,2).
Esta es la verdadera educación afectiva y sentimental, una ley psicológica fundamental, y de una modernidad sorprendente: más relevante que el camino negativo de la ascesis y de las renuncias sin término (sin negar con esto la importancia del trabajo y esfuerzo personales), es la opción positiva por un amor más poderoso y mejor, que es el amor de Dios. Solo entonces se puede centrar la vida. Caminar amando, más allá de todo «sentir», implica abrirse y dejarse llevar o conducir por ese AMOR con mayúsculas. Un amor que nunca es un mero sentimiento, sino acción continuada, así en gerundio: amando…
Caminar esperando más allá de todo poseer
A la «esperanza cierta (plena)» se llega por el «vacío de la memoria». ‘Para que la esperanza sea entera de Dios, nada ha de haber en la memoria que no sea Dios’. Para ello la memoria ha de quedar en silencio, desembarazada, vacía, desnuda, calva y rasa, olvidada y suspendida, aniquilada, olvidadísima… Pero sabiendo que solo será en la unión donde se dé el pleno «absorbimiento de la memoria en Dios». En el entretanto Juan invita al lector a «no hacer archivo en la memoria», «dejar olvidar», «como si en el mundo no fuesen» las cosas, «perder en olvido», pues «no dejará Dios de acudir a su tiempo». Esa confianza en la visita de Dios es lo que le lleva a regalarnos la siguiente receta o terapia para esos momentos en los que parece que «no se hace nada y que se pierde el tiempo»:
«Mejor es aprender a poner las potencias en silencio y callando para que hable Dios…, haciendo a la memoria que quede callada y muda, y solo el oído del espíritu en silencio a Dios’. ‘Estese, pues, cerrado sin cuidado y pena, que el que entró a sus discípulos corporalmente, las puertas cerradas, y les dio paz (Jn 20, 19-20), sin ellos saber ni pensar que aquello podía ser, ni el cómo podía ser, entrará espiritualmente en el alma, sin que ella sepa ni obre el cómo… y la llenará de paz… No pierda [el] cuidado de orar y espere en desnudez y vacío, que no tardará su bien’ (3S 3,6)
Caminar esperando
Más allá de todo «poseer»,abiertos a la visita de Dios. Solo él lo llenará todo, y nos liberará de esos falsos dioses o «posesiones» que tantas veces nos roban lo mejor de nuestro tiempo y de nuestras vidas. Y porque, de hecho, somos más fuertes cuando esperamos que cuando poseemos. Con Dios como compañero, ya no estamos solos: ‘Y en soledad la guía / a solas su querido’. Ni cuando creemos estar solos estamos solos de hecho: el viaje del místico, el viaje de toda vida cristiana, es siempre el de una «soledad en compañía».