- Busca un momento en tu jornada para orar.
- Haz despacio la señal de la presencia, mientras dices con calma: En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
- Coloca ante ti este icono.
- Abre la Palabra y lee estos dos textos: Lucas 2, 1-20; Jn 1, 1-4. 9-14;
- Deja, si puedes, tus preocupaciones. Serénate y prepara tu corazón para la sorpresa.
- Pero ven con tus hermanos y hermanas, ven con su dolor y su gozo. Ten presente las situaciones de muerte que te llegan cada día del mundo. Acércate desde ahí al Señor.
MIRA EL ICONO Y DEJA QUE TE HABLE
En la parte superior del icono un rayo de luz que viene de lo alto desemboca en la gruta oscura. Es la cueva de Belén, donde yace la humanidad envuelta en tinieblas y sombras de muerte. Los cielos se han abierto. La Palabra se encarna. A mitad del camino de la luz se ha encendido una estrella; es la luz que guía a los magos y el resplandor que contemplan los pastores cerca de la gruta de Belén.
El mundo y la tierra se hacen presentes en esta escena por la montaña y la cueva, los árboles y animales. Todo el universo se alegra con la Encarnación, así lo expresa el color dorado que baña todo el fondo del icono. El Niño Jesús aparece en el centro del icono, en la gruta oscura. Es el Dios hecho carne. Es la Luz del mundo. Tiene el rostro de un adulto para subrayar que es la Sabiduría eterna, el Hijo engendrado desde la eternidad y que ahora se presenta según la palabra del salmo: «Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy».
El Niño está envuelto en pañales que dejan ver sólo su rostro, preludio del lienzo en el que será envuelto para ser colocado en el sepulcro. El Niño está rodeado de dos animales misteriosos: el asno y el buey. Lo calientan con su aliento, lo acompañan para que también esta parte de la creación esté presente en el momento de la recreación.
La Virgen María, la Virgen Madre, está en el centro. Es la Madre, imagen de la madre-tierra en la que ha sido depositada la semilla y ha florecido el fruto de su seno: Jesús. Es la Reina, revestida de una púrpura real, que significa la santidad del Espíritu, el amor que la envuelve, su dignidad de Madre de Dios, «Theotókos». Con las tres estrellas en la cabeza y en el pecho que indican su triple virginidad. Es como una planta, como una roca, como una montaña. Está recostada en tierra para indicar que la Madre ha dado a luz. No se apropia de su Hijo, nos lo ofrece a todos; lo deja contemplar y nos lo ofrece; no tiene un afecto posesivo; nos mira a todos porque en ella ahora encontramos una Madre universal porque ha dado a luz al primogénito de muchos hermanos.
José, el esposo de María, aparece sentado en al parte inferior izquierda del icono. Está un poco lejos de la gruta, para indicar que el Niño tiene otro padre, el Padre celestial; él es el guardián del misterio. Está pensativo en una contemplación del misterio que aparece en toda su trágica realidad: ¿cómo puede ser Dios y hombre este Niño? ¿cómo una Virgen ha podido dar a luz una criatura?
El pastor cubierto de pieles que está de pie a su lado es el diablo que quiere insinuarle una duda; es el tentador -que no da la cara y por eso lo vemos sólo de perfil – que quiere hacerle vacilar ante el misterio.
Los ángeles son los protagonistas celestiales de Navidad. Miran hacia la luz y son adoradores de la divinidad. Se sitúan junto al Niño en actitud de homenaje y llevan a los pastores la buena noticia.
Los pastores acogen la buena nueva mientras están con sus rebaños. Los pobres y sencillos son los primeros en saber que Dios ha nacido.
Los magos aparecen en camino, a grupa de caballos ligeros. Siguen la indicación de la estrella.
En la parte inferior derecha dos mujeres han ayudado a María, después del parto lavan al Niño recién nacido porque es una criatura pequeña y necesitada, es hombre de verdad. El lugar donde lo lavan es una especie de pila bautismal que parece preconizar el significado del bautismo cristiano que es sumergirse en Cristo, revestirse de Cristo.
DEJA QUE EL ICONO HABITE TU VIDA Y LA VIDA DEL MUNDO
Dios se hace Niño pequeño para que tú no tengas ningún temor, ni miedo de acercarte a Él. Ha bajado a la tierra para divinizarte. El se hace humano para hacerte a ti hijo/a de Dios.
Es la Luz que brilla en medio de la oscuridad y las tinieblas, la luz de todo hombre y de toda mujer que viene a este mundo, es la luz de tus ojos, la luz de tu vida.
Nace en Belén (Bet.lehem: la casa del pan) se ofrece a ti como Pan de vida en la Eucaristía. María ha dicho sí a los Planes de Dios; y con ella toda la humanidad; ofrécete, en silencio, con la Virgen-Madre, al Dios Niño. Junto a José acoge, con fe confiada, este misterio de amor entrañable.
Alégrate y canta con los ángeles: «Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a las gentes que ama el Señor».
Ponte en camino de solidaridad y con los pastores ofrece algún presente a alguna persona necesitada.
Déjate sorprender por el Dios Amor que viene para todos los pueblos, para todas las razas, para todas las religiones, para todas las culturas. El es el Salvador, el Enmanuel, el Dios con nosotros.
CANTA UN HIMNO A CRISTO
Todo invita a la contemplación, al canto, a la alegría.
Cristo ha nacido: glorifiquémosle.
Cristo ha venido de lo alto: acojámoslo.
Cristo ha bajado a la tierra: exaltémoslo.
Cantad al Señor toda la tierra, celebradlo con alegría
Ante esta imagen repite la poesía del gran teólogo y creyente ruso, Vladimir Soloviev:
Esta noche se pierde en las brumas del tiempo
cuando la tierra, cansada de alarmas y de odio,
se durmió bajo la bóveda del cielo estrellado
y en silencio nació el Dios-con-nosotros.
Tantas cosas no son hoy posibles en el tiempo.
Los magos ya no escrutan el firmamento.
Los pastores no escuchan, atentos, los murmullos
de ángeles presentes que hablan de Dios.
Pero lo que esta noche revela de eterno
persiste indestructible al paso de los tiempos.
En ti ve de nuevo el Verbo la luz,
el mismo que hace siglos en la gruta nació.
Sí. El Dios con nosotros. No en el azul inmenso
más allá del confín de lejanos planetas.
No en el fuego cruel, ni en la gran tempestad.
O en el vago recuerdo de un tiempo que pasó.
El está aquí, presente en los vanos tumultos,
en el río de inquietudes humanas.
Y tú llevas contigo el gozoso misterio.
El mal es impotente y nosotros eternos.
Porque es Dios, Enmanuel, Dios con nosotros.
La mirada contempla, el corazón se regocija.
La Fe se enriquece. Brota la plegaria.
Dios es el Enmanuel.
Dios está de nuestra parte definitivamente.
Sólo falta que los seres humanos estemos definitivamente de parte de Dios.