El oyente de la Palabra divina

Aquí vemos a un hombre, tal vez un peregrino, un buscador. Va descalzo y tiene la túnica del monje o del peregrino. Se ha puesto en camino y arrodillado para orar, mirando hacia un lugar determinado, ha sido sorprendido por una voz, un susurro, una nota que se despierta y le hace girarse sin el tiempo suficiente para ponerse de pie.

Se vuelve tal como está, y con las manos hace una caracola para no perder nada de lo que ese sonido o esa voz trae para él.

Le va la vida en escuchar bien esa voz. Ha dejado todo y se ha puesto en camino con la esperanza de encontrar la palabra que necesita, la que llega en el momento más inesperado.

Esa palabra siempre llega desde dónde y cómo no imaginamos. Con frecuencia esperamos que nos llegue de un lugar, de una persona, de un acontecimiento determinado, y ella nos alcanza en otras formas y maneras. A veces ya está la palabra en nosotros como un regalo y no la estamos escuchando, porque no la buscamos o la percibimos bien.

Me va la vida en escuchar como Dios quiere ser escuchado, no como yo quiero que Él me hable. La oración es siempre un ejercicio de humilde, obediente escucha de la pedagogía de Dios. Casi nunca viene tal como tú le imaginas y por la puerta por la que tú le esperas. ¡Atento!

«Cuando encontraba palabras tuyas las devoraba. Tus palabras eran mi gozo y la alegría de mi corazón» (Jer 15, 10).

HAZTE ESCUCHA

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