16. Una luz para todos

Mirando a la vida

  • No son muchos, pero lo hay. Son hombres y mujeres, perdidos aquí y allá, que dialogan diariamente con Dios, se acercan al Evangelio como quien va a beber de una fuente, buscan el silencio y el abandono confiado en Dios. Ellos y ellas son una luz en medio del mundo.
  • Muchos de ellos son laicos. Son una vocecita de Dios en medio del silencio. Con imágenes vivas del Evangelio, son sal de la tierra, luz del mundo. A pesar de las dificultades, ponen en marcha pequeñas estructuras, desde donde se alza una voz contra el hambre y la injusticia, y donde siempre está la puerta abierta para la acogida. En torno a estas personas, verdadera luz abierta a todos, se nota un especial cuidado de la vida.

Desde la vida

Testimonio. «Raúl Follerau solía contar una historia emocionante: visitando una leprosería en una isla del Pacífico se sorprendió que, entre tantos rostros, muertos y apagados, hubiera alguien que había conservado unos ojos claros y luminosos que aún sabían sonreír y que se iluminaban con un «gracias» cuando le ofrecían algo. Entre tantos cadáveres ambulantes, sólo aquel hombre se conservaba humano. Cuando preguntó qué era lo que lo que mantenía a este pobre leproso tan unido a la vida, alguien le dijo que observara su conducta por las mañanas. Y vio que, apenas amanecía, aquel hombre acudía al patio que rodeaba la leprosería y se sentaba enfrente del alto muro de cemento que la rodeaba. Y aparecía durante unos cuantos segundos otro rostro, una cara de mujer, vieja y arrugadita, que sonreía. Entonces el hombre comulgaba con esa sonrisa y sonreía también. Luego el rostro de mujer desaparecía y el hombre iluminado, tenía ya alimento para seguir soportando una nueva jornada y para esperar a que mañana regresara el rostro sonriente. Era -le explicaría después el leproso- su mujer. Cuando le arrancaron de su pueblo y le trasladaron a la leprosería, la mujer le siguió hasta el poblado más cercano. Y acudía cada mañana para continuar expresándole su amor. Al verla cada día, comentaba el leproso, sé que todavía vivo» (Martín Descalzo).

Texto Bíblico

«Siméon, movido por el Espíritu Santo, vino al templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la ley prescribía sobre él, le tomó en brazos y bendijo a Dios, diciendo: Ahora, Señor, según tu palabra, puedes dejar que tu siervo se vaya en paz, porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel… Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; nos se apartaba del templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén» (Lc 2,27-32. 36-38). (Lc 2,22-23).

Comentario

  • José y María integran a Jesús en la cultura y religión de su pueblo.
  • Un hombre y una mujer, Simeón y Anda, van al templo para encontrarse con Jesús, lo descubren, gozan de la luz. Entienden que la salvación es para todos, por eso alzan la voz para que todos sean iluminados por la presencia de Jesús.
  • Las palabras de estos dos ancianos llenan de sorpresa el corazón de María. Desde este texto nos preguntamos cómo ser testigos de la luz, como hacer frente a lo que destruye la dignidad del ser humano, cómo ser continuadores de Jesús.

Palabra de la Iglesia: «La Iglesia, guiada por el Espíritu, ha vislumbrado, más allá del cumpolimiento de las lyes relativas a la oblación del primogénito y de la purificación de la madre, un misterio de salvación; ha visto procalmada la universalidad de la salvación… ha percibido en el corazón de la Virgen que lleva al Niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, una voluntad de oblación que transcendía el significado ordinario del rito. De dicha intuición enconramos un testimonio en el afectuoso apóstrofe de sn Bernardo: «ofrece tu Hijo, Virgen sagrada, y presenta al Señor el fruto bendito de tu vientre. Ofrece por la reconciliación de todos nosotros la víctima santa, agradable a Dios» (Marialis Cultus, 20).

Canto

SIN TI, MARÍA, NO HABRÍA LUZ.

SIN TI, NO HABRÍA UNA SONRISA.

SIN TI, EL MUNDO SERIA COMO UN PAISAJE SIN LUZ,

UN DÍA SIN SOL, UN ROSTRO SIN SONRISA.

Oración

«Cantar, Madre, quisiera: ¡por qué te amo, María!, por qué tu dulce nombre de alegría estremece mi corazón, por qué de tu suma grandeza la idea no le inspira temores a mi mente. Si yo te contemplase en tu sublime gloria eclipsando el fulgor de todo el cielo junto, no podría creer que soy hija tuya; bajaría los ojos sin mirar a los tuyos. Para que un niño pueda a su madre querer, debe ella compartir su llanto y sus dolores. ¡Madre mía querida, para atraerme a ti, pasaste en esta tierra amargos sinsabores…! Contemplando tu vida según los Evangelios, ya me atrevo a mirarte y hasta a acercarme a ti; y me resulta fácil creer que soy tu hija, pues te veo mi igual en sufrir y morir» (Santa Teresita).

Compromiso

«El hambre es una de las peores violaciones de la dignidad humana. En un mundo de abundancia está a nuestro alcance eliminar el hambre. Un fracaso en este campo debería llenarnos de vergüenza. No estamos en la hora de las promesas, estamos en la hora de actuar» (Kofi Annan, secretario general de la ONU).
 
«Quisiera ser un humilde charco de agua para reflejar el cielo» (Helder Camara).
 
«El voluntario es portador de una cultura de gratuidad y de solidaridad, en medio de nuestra sociedad competitiva, interesada e insolidaria» (La Iglesia y los pobres, 85).

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