Mujer de silencio y de oración, Madre de la misericordia. Madre de la esperanza y de la gracia.
Muchos hombres y mujeres se han hecho santos cultivando día a día el amor a la Virgen. «Un espléndido ejemplo de esta espiritualidad mariana, que modela interiormente a las personas y las configura a Cristo, primogénito entre muchos hermanos, son los testimonios de santidad y de sabiduría de tantos santos y santas del Carmelo, todos crecidos a la sombra y bajo la tutela de la Madre» (Juan Pablo II).
La devoción auténtica a la Virgen no les ha llevado a un sentimentalismo estéril y transitorio, sino que ha brotado de la fe y se ha expresado en el amor filial y en el deseo de imitarla en sus virtudes. Nosotros hemos querido, en estos días, mirar el rostro de la Virgen, para descubrir en ese rostro a Jesús, amar a Jesús y seguir a Jesús.
Un ejercicio tan sencillo como es la «novena», nueve días de camino y de encuentro, nos ha permitido mirar y admirar a la Madre, y aprender a mirar el mundo con el cariño y el amor que Dios lo mira. Que María haga de nosotros hombres y mujeres de hoy. Que vivamos el momento presente, con las luces y sombras de hoy, con valentía y con lucidez, sin avergonzarnos de ser amigos de Jesús en estos comienzos del siglo veintiuno. Que haga de nosotros personas creativas, con la esperanza siempre puesta en el corazón, capaces de servir con lo mejor que tenemos, porque, como recordábamos estos días, lo que gratis nos ha dado el Señor no es para que lo guardemos con siete llaves dentro de nosotros, sino para que lo pongamos en circulación y ayude a los demás.
El Escapulario es don de la Madre del Carmelo y, por ser don, es tarea: ser santos, ser testigos de la luz de Cristo.