EL BUEN SAMARITANO
«Sólo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos» (Principito).
1.- Introducción
Estamos en el corazón del evangelio de Lucas. Jesús va camino de Jerusalén para dar testimonio del amor del Padre y cantar la más hermosa canción del reino. De camino ha hecho un elogio encendido de los pequeños y sencillos, a quienes se les han revelado las cosas del reino, mientras que a los sabios y entendidos les han quedado ocultas. Y es entonces, cuando uno de estos sabios y entendidos, un Escriba, se acerca a Jesús preguntándole por lo que tiene que hacer para alcanzar la vida eterna. Para responder a esta pregunta, Lucas nos coloca un hermoso tríptico. ¿Conocéis el tríptico de Covarrubias? Una de las tablas laterales nos presenta al buen samaritano. La otra tabla lateral nos presenta a María de Betania escuchando a Jesús. La tabla central la ocupa el Padrenuestro. La escucha de la Palabra, los caminos de la compasión, la apertura confiada y gratuita al Padre son los caminos que llevan a la vida en plenitud. La pregunta del Escriba ha dado mucho de sí. Aquí nos detenemos en comentar los caminos de la compasión o la parábola del buen samaritano. Empecemos por escuchar el texto.
2.- Texto bíblico: Lucas 10,25-37
En aquel tiempo, se presentó un maestro de la Ley y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?» Él le dijo: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?» Él contestó: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo». Él le dijo: «Bien dicho. Haz esto y tendrás la vida». Pero el maestro de la Ley, queriendo justificarse, preguntó a Jesús: «¿Y quién es mi prójimo?» Jesús dijo: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje, llegó a donde estaba él y, al verlo, le dio lástima, se le acercó, le vendó las heridas, echándole aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacó dos denarios y, dándoselos al posadero, le dijo: «Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré a la vuelta». «¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos?» El contestó: «El que practicó misericordia con él». Díjole Jesús: «Anda, haz tú lo mismo».
3.- Comentario
a) El legista, doctor de la Ley, interroga a Jesús. No pregunta para ampliar sus conocimientos, sino para probar los de Jesús, aunque le llame «Maestro». Su pregunta no es limpia, porque tiene dentro la respuesta. Su intención es la de tentarle. Al preguntar quiere matar dos pájaros de un tiro: enredar a Jesús y quedar bien él. No juega limpio, hay en él una actitud hostil.
b) La pregunta que le hace es: «¿Qué tengo que hacer para heredar vida eterna?» Esta pregunta es frecuente en el AT. El buen israelita siempre ha querido conocer los caminos que llevan al encuentro con Dios. Así se pregunta, por ejemplo: «Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda y habitar en tu monte santo?» (Sal 14,1) En Lucas se dice «Vida eterna»; Mateo y Marcos preguntan cuál es el mandamiento principal de la Ley. Lucas, como tiene delante lectores pagano-cristianos no tan preocupados por la Ley, pregunta por la Vida Eterna. A diferentes culturas, diferente lenguaje. ¡Y no pasa nada ni el mensaje pierde su fuerza!
c) Jesús parece estar en desventaja. Tiene delante nada menos que a un experto en la ley. ¿Estará este galileo de Nazaret a la altura de la argumentación de un letrado? ¿No quedará en ridículo? Vamos a verlo. Jesús diseña la estrategia del encuentro, ensaya una táctica relacional. Y eso que no es fácil dialogar con una persona que viene a ti con segundas intenciones. Sin embargo, Jesús lo hace. En toda persona que se acerca a Él ve una oportunidad para el encuentro. Como diestro alfarero va a hacer una vasija con unos trozos que cualquiera hubiera tirado a la basura. Como hábil pastor le ayuda a salir de sus saberes vacíos y lo va a conducir hacia la hondura. Le hace al legista una pregunta más hábil que le obliga a manifestar la respuesta que éste guardaba en su interior. Es el legista quien sufre el examen. De esta manera se queda limpio por dentro, sin defensa. Las «gafas» de la sabiduría le impedían ver. Jesús, sin acusar, utiliza un lenguaje que llega al corazón. Frente a tanto saber vacío le pone delante la verdad que le interesa conocer al legista: que Dios es Dios es Padre y todos los seres humanos son hermanos.
d) El legista responde citando el principio de la Shemá o profesión de fe de los judíos, que están obligados a repetir dos veces al día: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón…» Lo sabe muy bien, pero solo conoce al prójimo por la erudición.
e) Jesús le responde: «Muy bien. Haz esto y vivirás». Jesús invita a llevar a la práctica la teoría. El amor se vive en la relación con los semejantes. No se mete en disquisiciones de escuela sino que dice algo elemental: Ama de forma concreta al ser humano necesitado, por encima de cualquier ideología o religión. No te muevas en el terreno de lo teórico, ponte en contacto con personas reales, con comportamientos reales, con necesidades reales. La verdadera sabiduría consiste en mostrarse humano. El solo saber es estéril. Las palabras de Jesús no va dirigidas a ampliar los conocimientos del entendido en leyes, sino a provocar en él un cambio de vida. Aquí podía haber quedado todo. Pero el Escriba, queriendo justificarse, quiere que eso del prójimo esté más definido, y por eso sigue preguntando: «¿Quién es mi prójimo?» Y entonces Jesús empieza a narrar y le sale una de las parábolas más hermosas, le sale su propia vida en parábola.
4.- La parábola del buen samaritano
La parábola es un estilo muy habitual en Oriente de hablar de cosas importantes de la vida. Jesús la utiliza en abundancia. Como quien no quiere la cosa, te permite tocar y estrenar la vida, fuera de prejuicios. Da nuevos enfoques a los problemas. Ofrece la oportunidad de una respuesta personal. La parábola echa mano de aspectos reales, pero juega con ellos. La parábola sitúa a los oyentes en el corazón de la vida. La parábola siempre queda abierta, para que cada uno la termine. Vamos a recorrerla despacio. Jesús y sus oyentes tienen delante el paisaje. Desde donde están se puede ver una larga cinta del camino que corre a través del desierto, lleno de pozos y barrancos, sin encontrar ningún pueblecito hasta el oasis de Jericó. Jesús da la vuelta al concepto de prójimo que tiene el Escriba, situado en un terreno de sutiles disquisiciones teológicas y acostumbrado a preguntar, argumentar y discutir sobre lo teórico. Le dirá que el experto no es que el sabe sino el que hace. Se sitúa en el corazón de la vida. a) Bajando de Jerusalén a Jericó. Está bien lo de bajar porque Jerusalén está a 760 m. sobre el nivel del mar, mientras que Jericó, la ciudad de las palmeras, está a 250 m. bajo el nivel del mar. Unos mil metros de desnivel en 27 km de distancia. El camino, lleno de pozos y barrancos y sin presencia de ninguna aldea hasta llegar al oasis de Jericó, es tenido como peligroso y ha conservado hasta hoy su mala reputación. Los peregrinos no podían viajar sin protección por este paraje desértico y pedregoso, infectado de ladrones, que fácilmente podían esconderse en las grutas y cavernas a lo largo del Wadi Qelt b) Un hombre. Los personajes de la parábola: un hombre, bandidos, un levita, un sacerdote, un samaritano: todos excepto «un hombre», aparecen designados por su función social, unos con prestigio (levita, sacerdote) y otros pertenecientes al mundo marginal (bandidos, samaritano). El hombre, aunque desconocido, ocupa el centro del relato. Todos los personajes se definen a favor o en contra de él. No se determina su nacionalidad o religión. Es símbolo de todos los que padecen justa o injustamente, con razones o sin ellas. Le roban los bandidos y lo dejan medio muerto. Hay dos maneras de verle: permanecer ajenos o implicarse, dar un rodeo o acercarse, hacerse cargo o ignorarle. Ese hombre anónimo, necesitado, no es ni de ayer ni de hoy, siempre está en medio de nosotros. Que cada uno le ponga nombre, si quiere. Puede ser la prostituta en alguno de los clubs de alterne de nuestra ciudad, o el preso que está en la cárcel, o el emigrante que va buscando un poco de comida en Atalaya, o el vecino que ve cómo pasan los meses y no encuentra un trabajo… c) Un sacerdote y un levita. Jericó era una ciudad sacerdotal. Los sacerdotes, cuando les tocaba el turno, tenían que ir a realizar su servicio cultual en el templo. Estos podían ir o venir del templo. Su sacerdocio, en el primero, y el estar cerca del sacerdocio, en el segundo, debieron haberles inclinado fácilmente a la misericordia para con un hombre en peligro, sin embargo no fue así. En vez de acercarse, dan un rodeo. ¿Por qué esta incapacidad de los ministros de Dios para acercarse a los que están heridos al borde del camino? ¿Cómo es que el culto a Dios les ha alejado de la vida, de la calle, del dolor y del gozo de las gentes? Al no ver al herido no se ven a sí mismos, al no acercarse al que está en la orilla se quedan sin descubrir la novedad de Dios, que es compasivo y lleno de ternura. d) Un samaritano. Es el contrapunto de los anteriores. Los samaritanos son un pueblo originariamente gentil, descendiente de los extranjeros asentados en Israel después de la deportación de los israelitas el año 721 antes de Cristo. Son gente que no se trata con los judíos. Las antipatías son mutuas (Jn 4,9). Sobre todo se mostraban especialmente hostiles con los que iban a Jerusalén. Por eso, los judíos hacían todo lo posible para evitar su territorio. Los samaritanos son gente marcada por la disidencia, de dudosa fama y objetos de sospecha. Pues bien, Jesús dice que es precisamente un samaritano el que se acerca y, sin preguntar, actúa. El verdadero prójimo no gusta de preguntas; ve la necesidad y ayuda. No pregunta por las causas del dolor o la miseria. ¿Qué es lo que hace? Lo recordamos. . Llega junto a él. . Al verle, tiene compasión. Se le conmueven las entrañas. . Se acerca. . Venda sus heridas. . Echa en ellas aceite y vino (modo de curar de la época). . Lo monta sobre su cabalgadura. . Lo lleva a la posada. . Cuida de él. . Saca dos denarios (el salario de dos jornadas de trabajo). . Se los da al posadero. . Le pide que cuide de él. . Si gasta algo más, pagará a la vuelta. Hace con el apaleado todo lo que el caso requiere, ni más ni menos. Realiza con el apaleado acciones generadoras de vida. Entra en la escena de manera anónima, como quien no quiere la cosa, pero poco a poco va saliendo fuera el corazón compasivo que lleva dentro. Si verdadera identidad es la compasión. Así lo llamará Jesús: el que tuvo compasión. Y después que ha hecho lo que había que hacer, se retira y deja libre al herido, como la madre que da a luz y corta el cordón umbilical de su hijo para no mantenerle dependiente de ella. No se adueña de la persona a la que ha ayudado. Su ministerio de compasión es para la libertad.
5.- Nueva pregunta de Jesús
El legista le había preguntado: ¿Quién es mi prójimo? Con esta pregunta quiere provocar discusiones inútiles o sutiles sobre las diversas categorías de prójimos. ¿Son vecinos los de mi bloque? ¿Y los de la calle de al lado también lo son? ¿Y los de otra ciudad? Jesús sustituye ésta por otra pregunta que sitúa la discusión en el terreno de las realidades vivas: ¿Quién se comporta como prójimo? ¿Quién es el prójimo? Para no perderse en teorías. El legista preguntaba por el objeto del amor, Jesús responde por el sujeto del amor. «El que mostró misericordia con él». Esta es la respuesta y la definición del prójimo. El escriba, ciego, suponía que la noción de prójimo se definía en relación a él mismo y buscaba saber dónde estaba la frontera entre los que eran su prójimo y los que no lo eran. La óptica que Jesús le propone es totalmente diferente: «No es cosa tuya decidir quién es tu prójimo, sino que debes mostrarte prójimo de todo ser humano en necesidad. El centro no eres tú, es el otro a quien debes dirigirte». El prójimo es el que se hace cargo de otros y posibilita la vida, el que acoge, levanta, cuida la vida. El Samaritano de la parábola, cuya vida huela a compasión, viva imagen de Dios, es propuesto como modelo para el Escriba: «Ve y hazte imagen y semejanza de ese samaritano porque él es ahora icono de las entrañas de misericordia de Dios». La Iglesia ha visto a Jesús en la figura del buen samaritano. La parábola es el mejor autorretrato de Jesús. En la imagen del samaritano que se acercó al herido movido de compasión, vemos reflejado el estilo de vida de Jesús.
6.- Aplicación a nuestra vida
¿Qué nos dice y hacia dónde nos lleva el samaritano? Nos abre caminos para caminar hacia lo que todavía no somos. Vemos algunas pistas. – Invitación a la esperanza porque no todo está perdido. Hay una apaleado en la orilla, hay millones de personas con su dignidad pisoteada, hay violencia en nuestras calles. Las tres empresas que más dinero mueven a nivel mundial son las la de la prostitución, la venta de armas, y la droga. Todo eso ahí está y no lo podemos esconder, pero el mal no constituye la última palabra de las cosas. Es significativa la conjunción adversativa… «Un apaleado en el camino… pero… un samaritano» ¿Qué puede hacer en el mundo de la violencia este «pero un samaritano»? ¡Qué poco es un samaritano! Casi nada, pero tiene un corazón que canta al ritmo de Dios. Y hace el gesto mínimo de aproximarse al hombre caído y se siente afectado y responsable de su desvalimiento. Pospone sus proyectos, interrumpe su itinerario y con su pequeño gesto comienza el milagro. ¿No nos estará invitando el samaritano a poner cada uno nuestro granito de arena, sabedores de que las más espesas tinieblas retroceden cuando alguien enciende aunque solo sea una cerilla? – Posadas junto al camino para cuidar la vida. El samaritano encarga al posadero que cuide del herido, que cuide de la vida herida. ¿No tendrán que ser nuestras comunidades cristianas lugares donde se cuide la vida y se desvele la compasión, lugares donde se generen espacios de encuentro y de familia, lugares donde resuene la causa de lo humano como causa de Dios? ¿Por qué no caminar en esta dirección? – Un nuevo rostro de Dios. La parábola del samaritano revela una nueva imagen de Dios, un Dios de la compasión y la ternura, un Dios que se compadece y aproxima, a quien se puede llamar Padre. Al Dios de Jesús, al Abba, se le encuentra al lado de los pequeños y desvalidos, junto a los caídos en las cunetas de los caminos. Así lo encontró un samaritano que llevaba en el corazón la compasión de Dios. Un espacio profano y a la intemperie, como es un camino lleno de peligros, fuera del abrigo de los centros de seguridad como podría ser el templo, aparece como lugar de encuentro con Dios. Sin hablar de Dios habla de Dios. Y los otros, hablando de Dios, transmiten ateísmo. ¿Acaso no nos invita esta parábola a conjugar apertura a Dios con apertura a los necesitados? – Más que la teoría importa la vida. Frente a la tendencia a encerrarnos en nuestros saberes, Jesús invita a salir a la calle y a las plazas y escucha el rumor de la gente real. Jesús anima a emprender la práctica silenciosa del amor, de ese callado amor escondido en la vida de cada día, y hecho vida en mil detalles de cercanía. Jesús propone salir con la mística de los ojos abiertos para descubrir necesidades, y con la mística de la compasión y la ternura para curar las heridas. – Un final a la parábola. No sabemos cómo termina la historia. No sabemos si el escriba terminará aprendiendo a encontrar la vida eterna allí donde la encontró el Samaritano. No sabemos si seguirá con sus teorías o buscará a Dios y la vida en los privados de vida. Lucas no nos desvela cuál fue su reacción. La parábola queda abierta para que el final lo ponga cada uno de nosotros. Jesús nos lo dice bien claro: «Anda y haz tú lo mismo».
Pedro Tomás Navajas, carmalita