Realidades de ayer y de hoy:
- Choque de culturas o encuentro de culturas.
- Mundo de los excluidos, de los sin tierra.
- Juegos de las alianzas y rebeliones.
- Ir tras los ídolos, que secan pero no embellecen el corazón.
- Dios, ¿arroyo seco?, ¿fuente de agua viva? Insinuación de preguntas inquietantes.
- La experiencia de los otros, de los distintos.
- ¿Conciencia de humanidad solidaria o caminos individualistas?
- El ser humano. Su dignidad. Homo labor, homo ludens, homo politicus, homo loquens.
- La oración, ¿actividad central del ser humano? ¿Gratuitad?
- La guerra en el horizonte. Experiencia frecuente. La ideología de la guerra solo se supera con la idea de la paz. El Señor vence la guerra con la paz. «De las espadas forjarán arados; de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, ya no se adiestrarán par la guerra» (Is 2,4).
0.- INTRODUCCIÓN
«Al hablar de espiritualidad bíblica -escribe un autor- se subraya aquella dimensión del hombre en que éste vive y personaliza la relación de alianza con Dios y de la que hace por tanto experiencia. Es obvio que esta experiencia se enmarca en contextos históricos precisos y en el ámbito de situaciones sociales, económicas, políticas, culturales y religiosas que, además de definirla, la condicionan».
Más adelante, el mismo autor añade: «La experiencia a que nos referimos no se limita sólo al campo de lo emotivo. Si es, sobre todo, experiencia de fe, implica en su desarrollo la etapa de creer, de conocer, de reflexionar y de vivir. Se trata por tanto, de una experiencia donde el encuentro con Dios es percibido por el creyente como realidad en todo su ser y todo su actuar.
Los Autores sagrados no escriben ni intentan escribir una obra de espiritualidad. Lo único que se proponen es transmitir a sus lectores sugerencias y estímulos para suscitar una respuesta adecuada a cuanto Dios ha realizado y continúa realizando en su favor.
Si nos preguntamos ahora cuáles son los principales temas que hacen de la Biblia, el punto de referencia más importante de la vida espiritual, tendríamos que decir que son: La Elección Divina (Dt 7, 7-8; Jn 3, 16); la Elección y alianza en la que a pesar de los tiras y aflojas del pueblo es siempre la bondad de Dios la que dice la última palabra; la Centralidad de la persona de Cristo, «que es la piedra angular» (Ef 2,14-22); la invitación a la esperanza, sabiendo «que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman» (Rom 8,28).
Estas realidades salvíficas, que son como la espina dorsal que recorre toda la historia del pueblo de Israel, iluminan todo tipo de experiencias. La Biblia no es un libro parcial, fragmentario. Destinado a todos, habla de todos. Por eso, cada uno puede encontrar en ella, según los casos, la propia experiencia de vida. Concretamente, el reflejo de la propia historia, de los propios sentimientos, de los propios pecados, de las propias ansias de libertad y de los dramas de cada día, mezcla de bien y de mal, de gozo y de tristeza, de temor y de sosiego, de desánimo y esperanza. Por otro lado, es hermoso poner de relieve cómo en el alternarse de situaciones positivas y negativas, no hay lugar para el pesimismo. En cualquiera de ellas, existe siempre la posibilidad de encontrarse con un Dios Salvador. Mejor todavía, con aquel Dios que Antonio Fanuli describe así: «El Dios bíblico es el Dios de lo cotidiano. Está inmerso en tu pequeña o grande historia personal, en tus pensamientos, tribulaciones, súplicas; y desde ella te habla, te hace experimentar su solidaridad, te interpela, te escucha, te oye. Lo que importa es saberlo y prestarle atención». (cf Virgilio Pasquetto, Espiritualidad Bíblica, IED).
I.- UNA PANORÁMICA UNIVERSAL AL RITMO DE LA VIDA
1.- Como un río que nace. El libro del Génesis se abre con un ritmo impresionante. Se describe en él la creación del mundo y del hombre, utilizando como esquema narrativo los distintos días de la semana. Todo suena a nuevo, a creación. Cada día es un prodigio. Todo está envuelto en la frescura de lo que nace. Y la corona de los seres creados es el hombre: «Le diste el mando sobre las obras de tus manos, todo lo sometiste bajo sus pies» (Sal 8,7). La grandeza del ser humano está sobre todo en ser capaz de recibir las atenciones de Dios: «¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él?» (Sal 8,5). Un aire de alegría y de alabanza brota por doquier.
2.- Como un río que da vueltas y vueltas y olvida su meta. Quizás ningún libro como el Qohélet describe la vanidad de todo, la repetición de todo, la falta de sentido hondo de todo: «Una generación va, ora viene… Sale el sol, se pone el sol» (Qoh 1,5). Se han hecho famosísimas las catorce binas que recoge este libro: «Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo: Su tiempo el nacer y su tiempo el morir…» (Qoh 3,1-2). Desde el nacimiento a la muerte el hombre está colocado en el tiempo, que lo recibe, lo empuja, lo arrolla y lo expulsa para recomenzar con otra generación. Describe una especie de sabiduríapopular, con una mezcla de realismo y pesimismo, que se expresa en eso que dice un anciano a un joven cuando éste lo mira con pena: «Como te ves me vi, como me ves te verás». La sabiduría popular y los poetas se han hecho eco de esta manera de entender la vida de cada día.
Gaita galaica, sabes cantar
lo que profundo y dulce nos es.
Dices de amor, y dices después
de un amargor como el de la mar.
Canta. Es el tiempo. Haremos danzar
al fino verso de rítmicos pies.
Ya nos lo dijo el Eclesiastés:
tiempo hay de todo: hay tiempo de amar,
tiempo de ganar, tiempo de perder,
tiempo de plantar, tiempo de coger,
tiempo de llorar, tiempo de reír,
tiempo de rasgar, tiempo de coser,
tiempo de esparcir y de recoger,
tiempo de nacer, tiempo de morir (Rubén Darío).
3.- La cristalina fuente. Cristo plantado en el centro del tiempo, como Señor del tiempo, de todo tiempo, renueva constantemente la vida. Su fuente cristalina está plantada en medio de la vida, recorre todo tiempo:»Ayer como hoy Jesucristo es el mismo y lo será siempre» (Hb 13,8; cf Col 1,15-20). Cristo es el gran interlocutor de la humanidad, el que da sentido a todo tiempo desde la hondura. «Jesús es la verdadera novedad que supera todas las expectativas de la humanidad y así será para siempre, a través de la sucesión de las diversas épocas históricas» (Palabras de Juan Pablo II al convocar al Gran Jubileo del 2000).
4.- En busca del mar. El libro del Apocalipsis que recrea la meta de todo tiempo, de todos los días, «cuando Dios sea todo en todos» (1Cor 15,28) convierte las últimas etapas en un gemido mutuo entre Dios y la nueva humanidad: «El Espíritu y la Novia dicen: ‘¡Ven!’ Y el que oiga, diga: ‘¡Ven!’… Dice el que da testimonio: ‘Sí, vengo pronto’. Amén. ¡Ven. Señor Jesús» (Ap 22,17.20).
II.- LA GEOGRAFIA DE CADA DIA
1.- Montes, fuentes, árboles frutales, rebaños de animales y cedros. Lo que vieron, vimos. La vida del pueblo de Israel se desarrolla en medio de la naturaleza. La geografía lo invade todo. Nada tan igual como la naturaleza. Parece que nada cambia y sin embargo influye en la vida del pueblo. La canción les brota del agua, del fuego, de la montaña, de la tormenta, de la nube. La tierra es fecunda y reseca, el trabajo con gozo y con dureza, el alimento que se obtiene con fatiga, la armonía y el enfrentamiento, la comunión entre hombre y mujer que deja paso también a la rivalidad. Dios a veces parece utilizar estos elementos como para jugar al escondite con el profeta que le busca. A Elías se le pide que salga y se ponga en el monte, porque va a pasar el Señor. «Hubo un huracán tan violento que hendía las montañas y quebrantaba la rocas, pero no estaba Yahveh… Después un temblor de tierra… Después fuego… Después el susurro de una brisa suave» (1Re 19,11-12).
2.- Una espiritualidad geográfica. Esta expresión, que recogemos de Juan Pablo II: «Mi espiritualidad es un poco geográfica. Cada día recorro una geografía», describe bien el itinerario de Israel. Los lugares, los desiertos, los arenales, la sed, la fatiga, fueron forjando su identidad. La vida es posible donde hay agua, donde hay un espacio habitable y cultivable. En el espacio que concierne a la Biblia, estas condiciones se cumplen en Egipto, con el Nilo cuya crecida anual deposita un limo que renueva la fertilidad del suelo; en Mesopotamia, con el Tigris y el Eufrates; y también en Asia Menor, con el Aalys (el actual Kizilirmak), aunque es el espacio cultivable sea más reducido. En la geopolítica del antiguo Oriente éstos son los tres polos esenciales en torno a los cuales se formaron las grandes potencias. Estos tres centros vitales estuvieron continuamente hostigados por las poblaciones limítrofes de las religiones montañosas o menos fértiles.
3.- Cantidad de imágenes y de relatos en el imaginario. Al contrario que el hombre moderno que vive en un mundo desencantado, las imágenes que provienen de la naturaleza se convierten en una gran riqueza simbólica para el pueblo. No solo para el pueblo de Israel, sino también para nosotros, al menos hasta hace poco. Los once primeros capítulos del Génesis forman parte de los textos bíblicos que siguen siendo los más populares en el seno de las culturas modernas. Sus relatos -las escenas del jardín del edén, el fratricidio que Caín comete con su hermano Abel, las historias del diluvio y de la torre de Babel- siguen vivos en la memoria de la gente. Este imaginario se apoya, como es lógico, sobre imágenes producidas a los largo de los siglos por artistas que han interpretado el relato bíblico. Todos tenemos imágenes de estos relatos. El cine ha buscado rostros para Adán, Eva, Caín y Abel, Moisés…. Con más seriedad se sigue frecuentando estos textos para reflexionar sobre la violencia, sobre la verdad, sobre la finitud del hombre.
4.- Luces para la vida. Por medio de la alegoría, que tiene como objeto sacar, de la letra y de la representación material luces para la vida, el pueblo se alimenta de los símbolos que pueblan su corazón. Esto se ha hecho abundantemente en toda la historia de la Iglesia. El paraíso es visto como figura de la Iglesia a la que el bautismo da acceso. Gregorio de Nisa exhorta así a los futuros catecúmenos: «Tú estás fuera del Paraíso, catecúmeno, compañero de destierro de Adán, nuestro primer padre. Ahora la puerta se abre; vuelve a entrar al lugar de donde saliste». En el árbol de la vida se ha visto el árbol de la cruz, en el arca de Noé la Iglesia. El episodio de Babel sirve par iluminar el acontecimiento de Pentecostés.
5.- Para una mirada contemplativa el mundo entero es metáfora de Dios. En la naturaleza y también en medio de la ciudad es posible despertar al «amor de una mañana» (J. Guillén).
III.- LA HISTORIA DE CADA DÍA
1.- El andar de la historia. Más que otros pueblos antiguos, Israel desarrolla una conciencia histórica, impulsado por la experiencia religiosa, iluminado por sus portavoces, jefes y profetas. La historia es espacio y medio de revelación de Dios, es historia de salvación. La historia es en rigor lineal, pero el historiador sagrado quiere obtener algunas síntesis. Tales son los credos. Así, por ejemplo, el salmo 135, en que el pueblo realiza una sublime y sencilla síntesis de naturaleza e historia, contemplándolo y aclamándolo todo, bajo el signo de la misericordia o amor salvador. Es decir, todo es salvación, la salvación comienza con la creación del universo, sigue con la redención de Israel, continúa en la vida cotidiana. El salmo queda abierto para nuevas invocaciones, porque la misericordia de Dios es eterna y continúa. Israel tiene años o etapas creativas y años o etapas bajos, momentos de euforia y momentos de profunda depresión y noche. Todo marcará su espiritualidad, su forma de relacionarse con Dios y de afrontar la vida. En ocasiones le brotará la efusión o el silencio, el canto o el llanto. Israel canta y cuenta su historia, la medita y la vuelve a contar libremente. A veces «se insinúan preguntas inquietantes» (Leonardo Sciascia), porque la historia entre Dios e Israel es una historia de amor y de infidelidad.
2.- La tierra de Canán, lugar de paso. Israel es un pueblo entre otros.Las alianzas y las guerras son frecuentes. Historia es el camino de los hombres que, naciendo unos de otros, se transmitensu experiencia, sus maneras de estar y trabajar sobre la tierra. Los hombres nunca nacen con la mente en blanco. Nacemos de un pasado cultural y humano. Pero la historia es un presente, solo hacemos nuestro aquel pasado cuando lo recreamos. Nos hacemos historia cuando abrimos posibilidades y caminos nuevos en la vida. «A lo largo de los siglos, Israel evocará siempre los acontecimientos del Exodo y del Sinaí cuando quiera reflexionar sobre su propia identidad, o cuando se dirija a su Dios celebrando sus obras» (Georges Auzou).
3.- Orar desde la historia. El pueblo de Israel entiende la historia como espacio primordial de la presencia de Dios. Espacio y centro, por tanto, de donde brota la oración. El pueblo de Israel ha descubierto en clave de plegaria el camino de su historia. Lo que sabe del pasado y del futuro no es efecto de una observación neutral y externa de los hechos; es signo y consecuencia de su misma experiencia religiosa. La tierra es un camino, lugar donde en llamada y en salida creadora (en éxodo) los hombres van trazando desde Dios su misma forma de existencia. Israel ha descubierto en oración la realidad de su futuro. En medio, Dios se expresa como aquel que impulsa al pueblo, haciéndole capaz de realizarse en esperanza. En oración ha descubierto el pueblo israelita su presente. El sentido de la historia puede explicitarse de maneras diferentes. Destacamos éstas:
- Confesión de fe: los fieles reconocen de manera solemne la acción presencia de Dios en su principio y su camino (cf Dt 26,1s).
- Memoria: los judíos cantan la grandeza de Dios mostrando y precisando los momentos primordiales de su acción en el pasado (cf Sal 104).
- Confesión de culpas: junto a la acción de Dios se muestra el rechazo o reacción negativa del pueblo que le ofende.
- Petición de perdón: el orante reconoce sus pecados porque intenta superarlos.
Canto de esperanza: descubriendo a Dios en el camino de su historia, los orantes anticipan su algún modo su futuro (cf Is 43,1-7.14-21).(cf Javier Pikaza, Para vivir la oración cristiana, pp. 63-68).
4.- Oración cristiana de la historia. Nuestra oración actualiza el pasado de Jesús y anticipa su futuro. Orando recordamos su camino, descubrimos la presencia de Dios en sus palabras, en sus gestos, en su muerte. La oración de la historia será verdadera cuando se transforme y nos transforme en gesto de servicio hacia los pobres (cf Mt 25,31-46).
5.- Ahondar la mirada para captar la dimensión profunda de la vida cotidiana. «La iglesia más grande es el metro. Todo está plagado de plegarias. Corazones que gritan, susurran, suspiran, cantan a Dios. En las plazas, en las calles, en las aceras. Necesitamos aprender a orar en la ciudad» (Pierre-Marie Delfieux). Para cada hombre y cada mujer guarda una oración virgen Dios (a partir de un verso de León Felipe).
IV.- LA ORACIÓN DE CADA DIA
1.- Un regalo de la Biblia. Los salmos son el alma hebrea en oración. ¡150 modelos de oración!, que continúan enseñando a orar a millones de seres humanos. «El Salterio es el libro en el que la Palabra de Dios se convierte en oración del hombre… En el Salterio, las palabras del salmista expresan, proclamándolas ante Dios, las obras divinas de salvación. El mismo Espíritu inspira la obra de Dios y la respuesta del hombre. Cristo unirá ambas. En El, los salmos no cesan de enseñarnos a orar» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2587).
2.- 150 espejos. De nuestras rebeldías, agonías y resurrecciones. En los Salmos nos encontramos con las más íntimas expresiones del alma humana (gozo, tristeza, ansia, culpa, súplica, gratitud) traducidos en alabanzas a Dios. «¿Qué hay mejor que un salmo?… El salmo es bendición pronunciada por el pueblo, alabanza de Dios por la Asamblea, aclamación de todos, palabra dicha por el universo, voz de la Iglesia, melodiosa profesión de fe» (San Ambrosio).
3.- Un ser vivo que habla. Más que un libro, un ser vivo que habla, que sufre, cana, que se nos mete en las entrañas y nos ayuda a expresar ante Dios lo que llevamos dentro. Los Salmos son respuesta. Israel no se quedó mucho ante la acción de Dios. No son un fósil. Siempre fueron releídos. Cada orante leyó y cantó su propia vida a la luz de los Salmos.
4.- Entrar en el mundo de los símbolos. Los Salmos hablan al que está en los símbolos. Hacen aflorar sentimientos de alegría, esperanza, asombro, plenitud. «Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti» 8Sal 42,3). «Desde la madrugada te estoy buscando. Tengo sed de ti como tierra reseca, agostada, sin agua» (Sal 63,2). «¡Cuánto lloré al oír vuestros himnos y cánticos fuertemente conmovido por las voces de vuestra Iglesia, que suavemente cantaba! Entraban aquellas voces en mis oídos, y vuestra verdad se derretía en mi corazón, y con esto se inflamaba el afecto de piedad, y corrían las lágrimas, y me iba bien con ellas» (San Agustín).
5.- La vida de cada día. A diferencia de cuando espontáneamente se podría suponer, el Salmista habla del hombre de forma muy concreta y fuera de cualquier idealización. Para el Salmista, ser hombres equivales a serlo en la dura lógica de la existencia cotidiana y a encontrarse, por tanto, involucraos en un engranaje de vida donde se alternan, a ritmo más o menos acelerado, el bien y el mal, el gozo y el dolor, riqueza y miseria, libertad y servidumbre, compañía y soledad, amor y odio, optimismo y pesimismo, anhelo de supervivencia y pasiva aceptación de estar fatalmente encaminados hacia la muerte.
6.- Realismo, sí, pero iluminado por la fe. Aunque el relato de la vida humana presenta a menudo tintes dramáticos, en una perspectiva de crudo realismo, el Salmista no cede nunca a los halagos de transformarla en una aventura sin salida. Donde está Dios existe la posibilidad de una respuesta a cualquier problema. En el fondo, la actitud que sume el Salmista es la misma a la que se refiere Kierkegaard al escribir: «Cuando el pensamiento acerca de ti, Padre, se despierta en nuestro espíritu, no se despierta como una avecilla medrosa o desorientada, sino como un niño que se despierta del sueño sonriendo».
V.- LOS MOMENTOS DEL DIA: EL ATARDECER
1.- La tarde, llena de valores simbólicos. El cada día, con sus mañanas, sus tardes y sus noches, es como el pulso de la vida: «De día el Señor me hará misericordia, de noche cantaré la alabanza del Dios de mi vida» (Sal 41,9). Nos fijamos en el atardecer. Es tiempo de cosecha, de recogerse y recoger los frutos del día. La tarde proporciona la calma para el descanso, se remansa la existencia ajetreada. Al dejar que el día se recoja al atardecer, se abre lleno de tesoros. «Los habitantes del extremo del orbe se sobrecogen ante tus signos y a las puertas de la aurora y del ocaso los llenas de jubilo» (Sal 64,9).
2.- La tarde que se llena de presencias. Desde que Dios se acercara a la hora de la brisa para mirar y pasear junto a los que amaba tanto (cf Gn 3,8), hasta aquellos primeros hombres y mujeres que se dejaron encontrar y nombrar por Jesús en la hora décima de una tarde que permanecería siempre nueva en su memoria (cf Jn 1,35-43), la tarde es tiempo de promesas divinas y de alianzas (cf Gn 15,12-20).
3.- Ahondar relaciones. El declinar del día aparece en los evangelios como un tiempo buscado y propicio para ahondar en las relaciones. Esas tardes abiertas en las que Jesús cura: «Al atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y endemoniados… y él los curaba» (Mc 1,32); enseña a crecer en confianza: «al atardecer les dice: pasemos a la otra orilla» (Mc 4,35); invita a cenar con la mesa puesta: «Al atardecer se puso a la mesa con los doce» (Mt 26,20); se va a estar a solas con el Padre: «después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar; al atardecer estaba solo allí» (Mt 14,23); se cierran todas las puertas al temor e irrumpe la paz: «Al atardecer de aquel día, el primero de la semana» (Jn 20,19).
4.- Tiempo en que se desvela el sentido profundo. Para todo hombre siempre hay una tarde que desvela el sentido profundo de su historia y el designio salvador de Dios. «Se acercaban a la aldea adonde se dirigían, y el fingió seguir adelante. Pero ellos insistían: Quédate con nosotros, que se hace tarde y el día va de caída» (Lc 24,28). Y la tarde fue tiempo de salvación.
5.- El atardecer da paso a la noche. Este paso hacia el adentro de las realidades que experimentamos no es fácil, se desatan las borrascas, los deseos no encuentran camino para realizarse y con momentos de sentir anegada la vida por esa distancia dolorosa entre lo que vivimos y lo que querríamos vivir desde él.
¡Oh noche que guiaste,
oh noche amable más que la alborada:
oh noche que juntaste
Amado con amada,
amada en el Amado transformada! (San Juan de la Cruz).
VI.- LA ESCUCHA DE CADA DIA
1.- Sobre la comunicación. Sobre el lenguaje humano no hay mucha reflexión explícita en Israel. En Génesis presenta el primer nombrar de Adán: «el hombre puso nombres a todos los ganados, a las aves del cielo y a todos los animales del campo» (Gn 2,20). En Génesis 11 explica la diversidad de las lenguas. Se reconoce la importancia suma del lenguaje; por eso la sabiduría y las leyes insisten en la veracidad y previenen contra la maledicencia.
2.- La palabra de Dios lo llena todo.La palabra es activa y eficaz en la historia. Llega y se cumple. A través del hombre o a pesar de él. Dios es el que habla, frente a la mudez y el silencio de los ídolos, «tienen boca y no hablan, tienen ojos y no ven, tienen orejas y no oyen, no hay aliento en sus bocas. Sean lo mismo los que los hacen, cuantos confían en ellos» (Sal 134,16-18). Como Dios habla y no calla: «Esto haces, ¿y me voy a callar?» (Sal 49,21), la actitud más importante del pueblo será siempre la Shemá, el ‘escucha Israel». Y escuchar hace relación al espíritu del niño, del que se descalza, del que no quiere dominar. En la escucha se recrea la admiración, brota la capacidad de asombro.
3.- En el universo todo es escucha y palabra. El silencio no es lo que parece. Todo en el universo vibra, emite, transmite, habla, vive… «El cielo proclama la gloría de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos: el día al día le pasa el mensaje, la noche a la noche se lo susurra. sin que hablen, sin que pronuncien, sin que resuene su voz, a toda la tierra alcanza su pregón y hasta lo límites del orbe su lenguaje» (Sal 18,2-4). Sólo hay que dejar que cada realidad hable su propio lenguaje.
4.- Un pueblo de oyentes. El pueblo de Israel, desde que nace, es un aprendiz de oyente. Está siempre a la espera de una palabra de Dios. Sin ella se desconcierta. El que no oye, no es capaz de hablar, ni de comunicarse, ni de responder a la palabra. El Padre llama al ser humano para que sea oyente de Jesús: «Este es mi Hijo, el Elegido. Escuchadlo a él» (Lc 9,35). En la Iglesia que nace de la Pascua, el Espíritu Santo abre los oídos de los oyentes para que acojan la buena noticia de la salvación. «Una mujer llamada Lidia… nos estaba escuchando. El Señor abrió su corazón para que aceptara las cosas que Pablo decía» (Hch 16,14).
5.- Jesús nos despierta para oír. Jesús se sorprende de que muchos tengan oídos y no oigan. La causa es un corazón embotado (cf. Mt 13, 14-15). Va por los caminos abriendo los oídos a los sordos. «¡Epheta! ¡Abrete! Inmediatamente se le abrieron los oídos» (Mc 7,34-35). Se alegra cuando encuentra oyentes de la Palabra: ¡»Dichosos vuestros oídos porque oyen»! (Mt 13, 16). «Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la guardan» (Lc 11,28). Llama a la puerta del corazón humano para invitarnos a una historia de amistad: «Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre, entraré en su casa, cenaré con él y él conmigo» (Ap 3,20). Encabeza la marcha de un pueblo de oyentes: «Va delante de las ovejas, y ellas le siguen, porque conocen su voz» (Jn 10,4).
6.- María, la oyente de la Palabra. «María es la Virgen oyente, que acoge con fe la Palabra de Dios» (Marialis Cultus 17). En María, imagen de la Iglesia, la Palabra encuentra acogida. No vuelve a Dios vacía (cf. Is 55,11). María mantiene un diálogo íntimo con la Palabra que se le ha dado. «María guardaba todas estas cosas meditándolas en su corazón» (Lc 2,19). María deja que la Palabra ocupe todo su espacio interior. Desde el corazón la Palabra unifica toda su persona. La Palabra se hace carne en la tierra de una mujer, de una madre. La Palabra se convierte en su palabra, ofrecida gratuitamente al mundo. María no exige la comprensión inmediata de la Palabra, porque eso es cerrar el camino a Dios (cf. Lc 2,50).
7.- «Animaos unos a otros día tras día». La invitación a escuchar a Dios sigue resonando. «¡Ojalá escuchéis hoy su voz!» (Sal 95,7). La comunidad es fuente de ánimo para todos: «Mientras resuena ese ‘hoy’ animaos unos a otros día tras día» (Hb 3,13).
8.- Oración para escuchar bien. «Señor, tú respondes claramente pero no siempre te escuchamos con claridad. Te consultamos nuestras necesidades, pero no siempre oímos lo que queremos. Tu mejor servidor no es el que escucha de ti lo que quiere, sino el que quiere lo que escucha de ti» (Sal Agustín).
VII.- LA DANZA DE CADA DIA
1.- La alegría. Como experiencia humana elemental aparece en muchos pasajes de la Biblia. La ven como algo que nace de dentro, como la salud interior (cf Eclo 30,21-25). Acompaña y testimonia la experiencia consciente de la salvación. De ahí el carácter festivo y alegre del culto (cf Dt 12). La alegría humana se extiende a la naturaleza en una especie de contagio cósmico; la misma tierra parece sentir el gozo del don divino y se une al canto: «Rezuman los pastos del páramo, y las colinas se orlan de alegría; las praderas se cubren de rebaños, y los valles se visten de mieses que aclaman y cantan» (Sal 64,13-14)
2.- El bullicio de la alabanza. Alabar a Dios es práctica frecuente del israelita, en privado y en comunidad. Es su tarea diaria. Unos a otros se invitan a la alabanza con la fórmula hallelu-ya: Alabad al Señor. La alabanza se expresa con gestos: extender o levantar las manos, procesiones, danzas. Los instrumentos musicales le prestan el sonido. «Dios mío, te cantaré un cántico nuevo, tañeré para ti el arpa de diez cuerdas» (Sal 144,9). El pueblo alaba con armonía (cf Sap 19,18). El final del salterio es un himno a toda orquesta. Diez veces resuena la aclamación ‘alabad’. «¡Aleluya! Alabad a Dios en su templo, alabadlo tocando trompetas, alabadlo con arpas y cítaras, alabadlo con tambores y danzas, alabadlo con trompas y flautas, alabadlo con platillos sonoros, alabadlo con platillos vibrantes. Todo se que alienta alabe al Señor» (Sal 150).
3.- Aprender a bailar. En el cada día el pueblo aprendió a bailar. La música y la danza ocupaban un lugar prioritario en su relación estrecha con Dios. Jesús cita un fragmento de un juego infantil, en el que reconocemos el caprichoso «pues no juego»: «Os hemos tocado la flauta y no habéis bailado, os hemos entonado endechas y no os habéis lamentado» (Mt 11,17). Sus dos mitades se reparten entre Juan, el penitente austero, y Jesús, el liberado feliz. Entre los oyentes hay quienes no quieren jugar ni con uno ni con otro.
4.- El salmista canta las realidades de cada día. El salmo 103 presenta un elenco nutrido y detallado de las cosas buenas creadas por Dios. Desde esta perspectiva, la hermosura de la creación se convierte en tema de alabanza y gratitud. El salmista canta la propia admiración y el propio gozo al Señor por haber creado la luz (v. 2), el cielo (v. 2), las agua (v. 3), las nubes (v. 3), el viento (vv 3-4), la tierra (v. 5), el océano (v. 6), los montes (v. 8), los valles (v. 8), las fuentes (v. 10), las aves (v. 12), el heno (v. 14), las plantas (v. 14), el vino (v. 15), el aceite (v. 15), el pan (v. 15), la cigüeña (v. 17), los rebecos (v. 18), la luna (v. 19), las estaciones (v. 19).
5.- Dios conduce nuestra danza. «Solo podré creer en un Dios que danza» (Nietzsche). «Existen muchos caminos que llevan a dios, yo he elegido el de la danza y la música» (Mevlana Celadedlin). «Un acontecimiento festivo y sagrado sin danza es un cuerpo sin vida, donde queda interrumpida la comunión» (B. di Mpasi Londi). «La danza que describe el agua del amor. Danza rítmica de las olas. Las hojas de los árboles, el vuelo de las gaviotas, las nubes… La ausencia de la danza refleja murallas en torno a nuestros sentimientos y afectos. Celebremos y bailemos la vida en todas sus realidades» (Siro López).
6.- Oración. «Cantadle un cántico nuevo. Desnudaos de la vejez, pues conocisteis el cántico nuevo. Nuevo hombre. Nuevo Testamento, nuevo cántico. No pertenece a los hombres viejos el cántico nuevo; éste sólo lo aprenden los hombres nuevos, que han sido renovados de la vejez por la gracia, y pertenecen ya al Nuevo Testamento, el cual es el reino de los cielos. Por él suspira toda nuestro amor, y canta el cántico nuevo. Cante cántico nuevo, no la lengua, sino la vida» (San Agustín, Enarraciones sobre el Salmo 32,II,8).
VIII.- LOS ROSTROS DE CADA DIA
1.- El rostro humano ha escondido en sí un misterio. El rostro comunica la presencia y sirve para el reconocimiento. Un rostro luminoso expresa benevolencia: «El Señor tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros» (Sal 66,2). Para Israel todo tiene significado: la cabeza que distingue al individuo, la frente que a veces expresa obstinación y descaro, los ojos, la nariz o narices sede de la cólera, labios, lengua y boca que pertenecen al mundo del lenguaje, orejas como órgano de oír y de inclinarse en obediencia, el brazo sede del poder, las manos, los pies para caminar, el corazón sede donde se reúne la vida, riñones como pasiones ocultas. Además, el cuerpo entero, como unidad, adopta diversass posiciones que pueden adquirir valor de gesto: de pie, sentado, de bruces…
2.- Las huellas del otro. Israel se ha atrevido a decir que en el rostro humano se trasluce el rostro de Dios. Pero el rostro de Dios y el rostro del hombre a veces están demasiado desatendidos de nuestra atención. «Las huellas del otro en nuestro psiquismo son innumerables., entrecruzadas, enmarañadas. Esta complejidad aparece menos en la acción, pero en la oración nos topamos con ella. La oración se hace lugar en el que pululan nuestras servidumbres, festival de mitos que oculta la verdad. Sólo nos libraremos de ello intentando excluir los juicios que no sean puro testimonio de fe» (Besnard).
3.- Mirar rostros. Ningún objeto de contemplación y de lectura creyente más rico para nosotros que los gestos de los humanos. El ser humano es la cara humana de Dios», escribió Gregorio de Nisa. Los gestos de Jesús. Quien los contempla contempla también al Padre. Mirar rostros, oírles cómo van diciendo el mundo y cómo van expresando su experiencia de Dios. Durante muchos años los niños dicen un mundo que no es este mundo. Lloran desgracias tan profundas que nos son incomprensibles, y sobre todo, ríen alegrías que nos están cerradas y exploran posibilidades que les están reservadas sólo a ellos. «Hoy he encontrado a Dios en esta estancia alta y antigua donde vivo» (Carlos Murciano).
4.- La belleza del pobre. El día a día se reviste de costumbre, acumula las heridas de haber vivido. La inocencia es la clave última del dolor del mundo. Hay una belleza que se descubre a quien mira sin querer dominar, al «pobre que ama a los hombres», como decía Simeón el Teólogo. Un rostro de eternidad parece como un milagro ante los ojos de quien estrena el asombro. «Lo que yo realmente quiero pintar no son catedrales, sino los ojos de una persona, porque en ellos late algo que no se encuentra en ninguna catedral: el centelleo de un alma humana» (Van Gogh).
5.- La ternura es un silencioso deseo de amar. Esto percibe el creyente cuando dice: «El Señor es mi pastor; nada me falta, en verdes praderas me hace reposar, me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas» (Sal 23,1-2). Toda una comprensión del Dios paterno-materno se cifra en esos gestos primeros del amor que son unas manos que acarician o el resguardo de unos hombros fuertes que se ofrecen como un dique contra las amenazas o el desamparo. «Si mi padre y mi madre me abandonan, el Señor me recogerá» (Sal 27,10).
6.- Un relato. «La muchedumbre vio llegar soldados alemanes flacos, sucios, sin afeitar, con la cabeza cubierta de venda ensangrentadas, apoyándose unos en muletas y otros dejándose caer en el hombro de su compañero. Con la cabeza baja. En la calle, pasados los gritos de insulto a los jefes, que habían paseado aristocráticamente su superioridad sobre la plebe de los vencedores, sucedió algo: un silencio de muerte. No se oía ya más que el frotar lento de los calzados y de las muletas. Y vi una mujer, con gruesas botas rusas, poner la mano sobre el hombro de un miliciano: Déjame pasar. Había en la voz de esa mujer algo tal que el miliciano le abrió paso como bajo una orden. La mujer se acercó a la columna y sacó de su morral un trozo de pan negro cuidadosamente envuelto en un pañuelo. Lo tendió al prisionero agotado, un hombre que apenas se sostenía sobre sus piernas. De repente, otras mujeres siguieron su ejemplo y comenzaron a arrojar pan y cigarrillos a los soldados alemanes vencidos. Ya no había enemigo. Ahora era hombre» (Eugene Evtouchenko cuenta cómo fue con su madre a ver la llegada a Moscú de los prisioneros alemanes. Perdido entre la multitud asistió a se hecho protagonizado por las mujeres rusas, unas obreras madres, esposas o hermanas de oros tantos muertos en el frente. Vio el poder humanizador de la ternura de unas mujeres rusas con las manos deformadas por los trabajos duros. En su libro Autobiografía precoz).
IX.- EL ACONTECIMIENTO DE CADA DIA
1.- Toma y lee el libro de la vida de cada día. La vida de cada día es la principal colaboración para nuestra oración. Ejercitarnos en la lectura creyente de la realidad. El mundo no esta dejado de la mano de Dios sino penetrado por su Espíritu. Donde resuena la voz de Dios la realidad queda transformada. La historia, los acontecimientos, la vida humana están ya recorridos por esa tensión que los impulsa hacia Dios, en un «designio establecido de antemano… que el universo, lo terrestre y lo celeste alcancen su unidad en Cristo» (Ef 1,10). El cada día está con dolores de parto, esperando que se manifieste lo que es ser hijos de Dios (cf Rom 8,19ss).
2.- La realidad está abierta. La llamada de Dios hace posible que la realidad mantenga su autonomía y esté a la vez atraída por lo sagrado. Usando dos palabras de Ortega, la realidad está ensimismada y alterada, cerrada en sus cuestiones y abiertala cuestión última. Es secular en su realidad y sagrada en su significado. «El acontecimiento será nuestro maestro espiritual», escribió Mounier, nos emplazaba a mirar con ojos místicos la realidad. Madeleine Delbrel, decía que todos podemos ejercitarnos en la lectura creyente de la realidad. Nuestro ver nunca es neutral. Hay una mirada que mira la realidad de modo creyente, que descubre en todo acontecimiento la huella de Dios, su presencia permanente, y el sonido callado de su voz. «Si tus miras son generosas, todo tu cuerpo será luminoso, pero su tus miras son tacañas, todo tu cuerpo será tenebroso. Y si tu frente de luz está a oscuras, ¡qué terrible oscuridad!» (Mt 6,22ss).
3.- Mirar y expresar lo que se ve. Pero no solo hay que mirar la realidad con ojos de niño que abren por primera vez los ojos, sino que hay decirla y expresarla: «Hemos recibido no el espíritu del mundo sino el espíritu de Dios, que nos hace comprender los dones que Dios nos ha hecho. De esto hablamos también, no con palabras enseñadas por la sabiduría humana, sino enseñadas por el Espíritu, explicando las cosas espirituales en términos espirituales». Decirlo con palabras de alabanza, de acción de gracias, de queja, de angustia, de entrega. «Lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y han palpado nuestras manos… damos testimonio y os lo anunciamos… par que se colme vuestra alegría» (1Jn 1,1ss).
4.- Un día con palabra. Una mujer nos relata esta experiencia a partir de la palabra de Dios, primera fuente de espiritualidad. Como hago de vez en cuando, hoy convierto el domingo en un día de retiro, dedicando más tiempo a orar, meditar, leer y escribir. Comienzo con el consejo de Jesús: «Cuando quieras rezar, métete en tu cuarto, echa la llave y rézale a tu Padre» (Mt 6,6).
- ¡Fluschh! Primero, la cisterna del retrete; después, el ruido de la ducha del vecino. Rezo con el salmista: «Levantan los ríos su voz, levantan los ríos su fragor; pero más que la voz de las aguas caudalosas, más potente que el oleaje del mar, más potente en el cielo es el Señor» (Sal 93,3-4).
- El recio sonido del autobús me lleva a pedir: «Señor, no estés callado, en silencio e inmóvil, oh Dios» (Sal 83,2). Recuerdo también, cómo no, que el Señor envía su mensaje a la tierra y su palabra corre veloz (Sal 147,15).
- Suena ahora la música del vecino, contundente bacalao a todo volumen. Como contraste a las suaves melodías que utilizamos para orar, recuerdo: «Aclamad a Dios, nuestra fuerza, con panderos, trompetas, cítaras, arpas, tambores, trompas, flautas, platillos sonoros y vibrantes, acompañando los vítores con bordones. ¡Todo ser que alienta alaba al Señor! (Sal 150,3-6).
- Los pulmones del último vecino que ha venido al bloque se desarrollan bien. Tiene solo un mes y medio, pero llora y grita con una fuerza descomunal. ¿Grito yo al Señor? Puedo hacer mías las palabras del salmista: «A voz en grito clamo al Señor» (Sal 142,2).
- El bebé ya se ha callado, supongo que duerme. «¿Puede una madre olvidarse de su criatura, dejar de querer al hijo de sus entrañas?» (Is 49,15).
- El ruido penetrante del berbiquí eléctrico me lleva a «considerar cómo Dios trabaja y labora por mí en todas las cosas criadas sobre la faz de la tierra» (San Ignacio de Loyola), y que «si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles» (Sal 127,1).
- En estas divagaciones estoy cuando la radio, desde la calle, me anuncia el gol del Rayo. ¡Cuánta pasión pone el locutor en algo tan intranscendente! Quizás deba recuperar el gusto de estar con el Señor: ¡Qué a gusto se está aquí! (Mc 9,5).
- Alguien en casa ha estado trabajando en el ordenador y ahora está imprimiendo con ese sonido tan peculiar y desagradable: «Vosotros sois la carta de Cristo, no escrita con tinta, sino con Espíritu de Dios vivo, no en tablas de piedra. sino en tablas de carne, en el corazón» (2 Cor 2,3). Y esto mismo me lleva a la petición: «Grábame como un sello en tu corazón» (Can 8,6).
El día de retiro se va acabando. Distinto de los esperado, pero lleno de Dios. «Ojalá escuchéis hoy su voz: «No endurezcáis el corazón» (Sal 95,7-8).
X.- JESUS Y LA VIDA DE CADA DIA
1.- Con la mística de los ojos abiertos. Jesús contempló las multitudes desorientadas, como ovejas sin pastor, y se puso a enseñar, a comunicar los secretos del Reino. Se hizo presente en las casas y en las sinagogas, recorrió caminos y pueblos. Recogió los mil lenguajes de la creación, de un pajarillo y una semilla, del cielo enrojecido y del mar embravecido, de la levadura y la moneda, de la mujer y del niño… Jesús estuvo atento a la vida de cada día y a través de ella comunicó su mensaje.
2.- El lenguaje de cada cosa. Jesús aprendió el lenguaje de lo que observaba. Los gestos de los pequeños, las miradas, las ciudades, los caminos, las pequeñas historias del día da día. las madrugadas y las noches, los cansancios. Todo se convirtió en parábola para hablar del amor del Padre. Habló de cosas tan sencillas como de los lirios del campo, los cuervos, los gorriones.
3.- Los caminos de la amistad. No dejó pasar de largo la amistad. Y así, a Marta que se afanaba por muchas cosas, le enseñó que en realidad se renecesitan muy pocas, o mejor una sola. Aprovechó el silencio y la intimidad que da la noche para enseñar a un maestro, a Nicodemo. Poco a poco le fue abriendo a la acción del Espíritu y le invitó a nacer de nuevo. Le ayudó a romper en mil pedazos los argumentos de la sabiduría humana, para quedarse ante la acción de Dios como un niño recién nacido. ¿Y con la Samaritana? Junto a un pozo del desierto la esperó, en el corazón del día, cuando el calor aprieta y la sed se hace grito. Y allí le salió un grito a la mujer: «Dame, Señor, el agua viva».
4.- Jesús se asoma y acoge la vida
Mira y nos enseña a mirar (cf Mc 12,41ss).
- Se sentó frente a la puerta del tesoro del templo y miró la vida.
- Lo que vio le alegró mucho y le animó en su camino.
- Importancia de encontrar exploradores de la tierra prometida.
- Aprender a colocarnos de tal manera que veamos lo importante.
- Descubrir los gestos sencillos en los que se esconde la vida.
Escucha y nos enseña a escuchar (cf Mc 10,46ss).
- Va camino de Jerusalén a entregar la vida por amor.
- Va con los oídos abiertos.
- Importancia de la escucha.
- Jesús está en todos los que gritan desde los caminos.
Comparte y nos enseña a compartir (cf Mc 6,33ss).
- Un muchachito ofrece, en su ingenuidad, cinco panes.
- Comienza el milagro del compartir.
- El compartir será la actitud permanente de la Iglesia.
- Del compartir brota la fiesta.
Acompaña y nos enseña a acompañarnos (Lc 24,13-35).
- Jesús se hace el encontradizo de dos discípulos.
- Sabe meterse en su vida de caminantes desalentados.
- Habla desde dentro.
- El encuentro termina en eucaristía y en una vuelta a la comunidad por otro camino, con una historia de salvación entre las manos.
DANOS HOY NUESTRO PAN DE CADA DIA
1.- Nuestras necesidades. Expresamos con confianza de hijos ante nuestro Padre Dios nuestras necesidades y las de nuestros hermanos. Después de haber hecho nuestros los grandes deseos de Dios y de haber aprendido a decir tú (tu nombre, tu reino, tu voluntad), le decimos al Padre que nos mire a nosotros, para que vea nuestras necesidades y les ponga remedio.
2.- Encuentro con la Palabra. «No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo. no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos?» (Mateo 6,25 26).
3.- Jesús sabe lo que necesitamos. Jesús sabe de hambre, de sed, de cansancios y de cuánto los hermanos necesitan de pan. Sabe, sobre todo, de pan partido y repartido, de vida entregada para alimento de todos. Se ha hecho uno de nosotros hasta el fondo, por eso nos invita a dialogar con el Padre de esta realidad humilde y frágil como es el pan, y a construir en torno a él la comunión y la amistad. Jesús nos invita a presentar al Padre las necesidades más vitales que tenemos, lo que precisamos para vivir. Nos coge de la mano para no escaparnos ni al pasado ni al futuro. En el hoy se esconde el secreto de la vida. En el pequeño hoy. Lo que tenemos entre manos es tan importante y vital que no es bueno que lo echemos a perder considerándolo como penúltimo de lo que va a venir después.
4.- El pan es sinónimo de alimento. Lo pedimos para el día de hoy, de tal modo que brote el abandono en la Providencia y vivamos el hoy sin la inquietud del mañana. Esta indica poca fe en la perfección del Padre, nace de una búsqueda de seguridad temporal que priva al discípulo de la serenidad y libertad necesarias para vivir el programa evangélico: Buscad ante todo el reino de Dios y su justicia.
5.- Decimos «pan nuestro». En un mundo, donde la mayoría pasa hambre, mientras al resto le sobran las cosas, donde crece el individualismo y la indiferencia ante todo aquello que no sea el propio goce. El «pan nuestro» pone a prueba nuestra vida de cristianos, llamados a creemos unos a otros y a comunicamos la vida, en gesto de pan y vino (amor) compartido, es decir, de eucaristía.
6.- Un relato: «¡Buenos días!, dijo el Principio. ¡Buenos días!, contestó el vendedor. Era un vendedor de píldoras que apagaban la sed. «Tomando una a la semana ya no se siente la necesidad de beber».Por qué vendes esto?, dijo el Principito.Supone una gran economía de tiempo, dijo el vendedor. Los expertos han hecho cálculos. Se ahorran 53 minutos a la semana.¿Y qué se hace con esos 53 minutos?Se hace lo que se quiere.Yo, dijo el Principito, si tuviera 53 minutos para gastar, andaría despacio hacía una fuente».
7.- Oración: Padre nuestro. Danos el pan nuestro de cada día, danos trabajo y salud. Danos arrestos para trabajar la tierra y poder comer. No nos des Tú de comer, aunque todo, en último término, viene de ti. Danos espíritu de justicia para que repartamos lo que es de todos. Y danos… lo de cada día, no lo de mañana
y pasado mañana, para que no pongamos nuestras seguridades fuera de ti, ni robemos lo de hoy a los demás para asegurarnos el mañana.
8.- Compromiso: No te guardes para ti los dones que el Padre te ha dado. Compártelos generosamente con los demás.
PARA TERMINAR LA «ORACIÓN DE UN PEREGRINO»
En su libro Flor sin defensa (Asís 1986), C. Mesters escribe una plegaria, que ha titulado «oración de un peregrino». En ella se indica de modo sencillo e impactante, cuál es el camino a seguir para ejercitar la justicia con espíritu de amor y de solidaridad. He aquí el texto:
«Señor Dios, he pasado la vida buscándote. He preguntado tu nombre y dirección. Quiero saber dónde vives. Deseo encontrarte y hablar contigo. Pero me han dado nombre y direcciones, que me he perdido. Dios mío: ¿dónde habitas?
Algunos me indican grandes templos, grandes iglesias. Decían: «Su nombre es Dios, el Altísimo». Fui a aquellos lugares, pero no te encontré. Solo hallé hermosas piedras, y personas que afirmaban saberlo todo acerca de ti. Sin embargo, por más que yo lo deseaba, no he logrado creer. El corazón me decía: ¡Dios no es así! No encontré en medio de ellos ni justicia ni amor.
Otros me señalaban los grupos insumisos que viven en la sombra. Decían: «Su nombre es Dios Vengador y justiciero». Me acerqué a ellos y me quedé en la duda. Encontré gente estupenda, pero no hallé ni humildad ni la libertad de la que tanto hablan.
He proseguido la búsqueda de tu morada, de tu presencia. Cansado y sudoroso de tanto caminar, me he detenido ante la casa de un pobre. Estaba sentado en la acera, frente a su casucha, para disfrutar el aire fresco del atardecer. Le pregunté tu nombre y dirección. El me respondió: «Amigo, perdona mi ignorancia. Me llamo Severino. No sé darte ninguna información. Pero entra conmigo y descansa un poco. Tienes aspecto de andar dando vueltas, cansado. Quédate aquí conmigo: ¡estás en tu casa!». Entré y me quedé. ¡Aún estoy allí!.
Ignoro si tú habitas en la casa de Severino. El me ha dicho que no te conoce. Pero junto a él he hallado paz y humildad, participación y perdón, solidaridad y lucha por la justicia. He dado con la libertad verdadera. Dime, Señor: ¿Es en la casa de este pobre donde te escondes?
No puede ser de otro modo. En efecto, él no se presenta como un profesor y, sin embargo, ¡cuántas cosas me ha enseñado!. No posee nada, pero me ha dado todo aquello que necesitaba. Dice que es un ignorante, aunque sabe mucho más que yo. Es débil y carece de medios, con todo, en su lucha por la justicia, nadie hasta ahora ha conseguido derrotarlo. Vive lleno de sufrimientos, pero ¡nunca he contemplado tanta alegría! Vive luchando y, sin embargo, no hace más que contagiar su paz. Si no fuese ésta tu morada, Señor, ya no sabría donde más buscarla. Aquí encuentro y recibo lo que andaba buscando. Y aquí permanezco lleno de gratitud, hasta que me indiques otra dirección mejor. Espero sólo que un día me reveles tu nombre. Amén» (op. cit. pp. 264 265).
Pedro Tomás Navajas
Semana de Espiritualidad