EL ENCUENTRO CONTIGO
Pregunta san Agustín en uno de sus diálogos:
«Agustín: ¿Todos queremos ser felices?
Apenas había dicho esto, todos lo aprobaron unánimemente.
Agustín: ¿Qué debe buscar, pues, el hombre para alcanzar su dicha?… ha de ser una cosa permanente y segura, independiente de la suerte, no sujeta a las vicisitudes de la vida… ¿Dios os parece eterno y siempre permanente?
-Tan cierto es eso -observó Licencio- que no merece ni preguntarse.
Agustín: Luego es feliz el que posee a Dios».
San Agustín, razona en este diálogo por qué el hombre solo puede encontrar la felicidad en Dios: porque la felicidad se encuentra en la posesión de aquello que no nos puede ser arrebatado.
Los seres humanos siempre estamos deseando cosas y, por eso, el mismo san Agustínnos dice que «nuestro corazón está inquieto» [«Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazónestá inquieto, hasta que descanse en ti» (Confesiones I, 1, 1)].
Si no alcanzamos lo que deseamos, quedamos frustrados. Y tampoco nos satisfacemos cuando alcanzamos lo que tanto hemos deseado, precisamente porque el corazón tiene un ansia infinita de felicidad y cualquier bien pasajero, caduco y limitado no podrá satisfacerlo
La felicidad se encuentra en la posesión de aquello que no nos puede serarrebatado,por eso, la felicidad solo se halla en Dios, que es bien infinito, eterno.Y no hablamos solo de que en la otra vida podremos alcanzar a Dios. También podemosposeer a Dios, en cierto modo, en la vida presente por el conocimiento y el amor. El premio dela posesión de Dios, ya en esta vida, es la paz en el corazón.
El deseo de felicidad es justamente el recuerdo de Dios que llevamos impreso como un sello en nuestra mente. Si buscamos felicidad es porque nos acordamos de Dios. Es la previa presencia de Dios en el ser humano; pues así como no podríamos sentir necesidad de agua, no podríamos sentir sed, si no existiese agua dentro de nosotros mismos como algo connatural a nuestro propio organismo, así la inquietud y la búsqueda humanas de Dios presuponen también la experiencia (difícil de describir concretamente) de la presencia de Dios en el ser humano; presencia que aparece, sin embargo, como ausencia, por la misma infinitud de Dios y la consecuente inabarcabilidad humana…
Pedro Ángel Deza
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