Dinámica del Encuentro
Saludo a la comunidad. De la carta a los Romanos: Pablo, siervo de Cristo Jesús, apóstol por vocación escogido para el Evangelio de Dios. A todos los amados de Dios que estáis en Burgos, santos por vocación, a vosotros gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo. (Rom 1,1.7).
-Canto de la Shemá, con las manos unidas.
-Introducción de la Palabra, del Icono de Cristo, de la Luz. Se coloca en el ambón, que está adornado. Mientras se sigue cantando la Shemá.
Enseñanza
PABLO DE TARSO: UNA LECTURA NUEVA DE LA PALABRA
Estamos ante algo muy importante para nosotros. Nos afecta a todos. A diario, o al menos semanalmente, entramos en contacto con la Palabra de Dios. ¿Cómo es nuestro encuentro con la Palabra? ¿Cómo es nuestra escucha de la Palabra? ¿Qué importancia tiene la Palabra en nuestra vida? ¿Cuál es el objetivo de la Palabra? ¿Darnos una información o algo más? ¿Es una pauta de conducta o algo más? ¿Es una ideología o algo más? ¿Es un lugar de encuentro con Alguien? ¿Es una relación de amor? ¿Es un espacio de libertad donde se realiza el Proyecto de Dios?
Con una claridad impresionante, cual si fuera el pórtico de la catedral gótica de nuestra ciudad de Burgos, comienza la carta a los Hebreos: Muchas veces y de muchos modo habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos, nos ha hablado por medio del Hijo (Hb 1,1). Y recreando este texto con una belleza y sencillez únicas dice san Juan de la Cruz: Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y ésta habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída del alma (Dichos de Luz y Amor, 99).
Nos acercamos al tema, como a todos los temas que estamos tratando en esta semana, de la mano de Pablo, con la experiencia de Pablo que, gustoso, dialoga con nosotros desde su experiencia, compartiendo con nosotros la mirada profunda e inteligente que a él se le regaló camino de Damasco. Nos acompaña el sorprendente y apasionado Pablo, a quien Cervantes, un gran admirador suyo, describe así en boca de Don Quijote: Este, Pablo, fue el mayor enemigo que tuvo la Iglesia de Dios nuestro Señor en su tiempo y el mayor defensor suyo que tendrá jamás: caballero andante por la vida y santo a pie quedo por la muerte, trabajador incansable en la viña del Señor, doctor de las gentes, a quien sirvieron de escuelas los cielos y de catedrático maestro que le enseñase el mismo Jesucristo (Segunda parte, c. LVIII).
El amor a la Palabra de Pablo, el fariseo
La relación de Pablo con la Palabra, con la Escritura, con la Ley, con la Torá, fue muy intensa. Sus padres lo prepararon para ello desde niño, y él no se quedó atrás. Fue un alumno muy aventajado. Saulo de Tarso fue teólogo biblista de profesión, sin prescindir de la especialidad en el trabajo manual que, como todo aspirante a rabino, debía ejercer para ganarse la vida; en el caso de Pablo, su oficio era el de tejedor. El que no enseña a su hijo un oficio le hace ladrón, se decía entre los judíos. El padre de Saulo, aunque era, al parecer, un acomodado comerciante de paños, quiso que su hijo aprendiera desde muy joven el oficio de tejedor de lonas para tiendas de campaña. No es extraño, ya que Tarso, la ciudad donde había nacido, era famosa por la fabricación del «cilicio», una tela fuerte hecha de pelo de cabra, para las tiendas de los nómadas.
Fue un teólogo biblista judío de pura sangre. Es lo que afirma su currículum vitae: Sobrepasaba en el Judaísmo a muchos de mis contemporáneos, superándoles en el celo por las tradiciones de mis padres (Gal 1,14). Aunque había nacido fuera del territorio de Israel, estaba totalmente enraizado en la historia y en la cultura judía: Circuncidado el octavo día; del linaje de Israel; de la tribu de Benjamín; hebreo e hijo de hebreos; en cuanto a la Ley, fariseo; en cuanto al celo, perseguidor de la Iglesia; en cuanto a la justicia de la Ley, intachable (Flp 3, 5-6). No sabemos la fama que Pablo habría alcanzado como intérprete de la Ley y de la Tradición judías. Pero ciertamente sus opiniones y enseñanzas habrían merecido el respeto e incluso la admiración de sus colegas de profesión. Y ello, porque el ejercicio de su dedicación iba acompañado de la coherencia e intransigencia en los principios, que él había vinculado a su convicción profunda de estar en la posesión absoluta de la verdad.
Como todo buen judío fue educado en la escucha. «Escucha, Israel; Shemá, Israel», oían los niños apenas abrían el oído. El texto del Deuteronomio es un texto clave, fundamental para el judío. No tiene desperdicio. Lo leemos: Escucha, Israel: Yahveh nuestro Dios es el único Yahveh, Amarás a Yahveh tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza. Queden en tu corazón estas palabras que yo te dicto hoy. Se las repetirás a tus hijos, les hablarás de ellas tanto si estás en casa como si vas de viaje, así acostado como levantado; las atarás a tu mano como una señal, y serán como una insignia entre tus ojos; las escribirás en las jambas de tu casa y en tus puertas (Dt 6,4-7).
Pablo se acercó a la Palabra con el deseo de ser empapado por ella, como quien la mastica y devora para que se convierta en sangre de su sangre, para quedar él mismo convertido en reflejo de la Ley. Es lo que Pablo había leído muchas veces en los pergaminos del profeta Jeremías: Se presentaban tus palabras y yo las devoraba; era tu palabra para mí un gozo y alegría de corazón, porque se me llamaba por tu Nombre, Yahveh, Dios Sebaot (Jr 15,16).
Pablo, como todo buen discípulo, se colocó muchas veces a los pies del rabino Gamaliel, -«ponerse a los pies de alguien» era la forma de escuchar aprendiendo, recordemos a María de Betania que, «a los pies de Jesús escuchaba la Palabra» (Lc 10,39)-, para memorizar la Palabra y guardarla en su mente y en su corazón. Las cartas que escribió a las comunidades demuestran que conocía muy bien la Escritura, cita frecuentemente al pie de la letra.
Para Pablo, el fariseo, el aprendiz de rabino, la Palabra, la Ley, es su gran riqueza, porque es la gran riqueza del pueblo de Israel. Basta recorrer despacio el salmo 119 para darnos cuenta del aprecio que el pueblo de Israel tenía por la Palabra. «Abre mis ojos y contemplaré las maravillas de tu ley. Estoy abatido en el polvo, hazme vivir por tu palabra. Dame inteligencia para guardar tu ley y observarla de todo corazón. Tus preceptos son cantares para mí en mi mansión de forastero. Tu palabra es antorcha para mis pasos, luz en mi sendero. Tus dictámenes son maravillas, por eso los guarda mi alma. No, no olvido tus palabras», así termina el salmo. La Palabra es guía que conduce a fuentes de aguas tranquilas, es espada para defenderse de los enemigos, es mano protectora contra toda contaminación, es garantía de un orden estricto, siempre amenazado por los que, influidos por la ideología y religiones de los pueblos extranjeros, quieren introducir novedades perniciosas en medio del pueblo.
Pablo, apóstol de la Palabra que es Cristo
Pero -¡qué importante esta conjunción adversativa!- Pablo, comerciante en perlas finas, encontró una del máximo valor en el camino de Damasco. Más que encontrarla él, fue encontrado por Cristo. La iniciativa fue de Cristo; Pablo se dejó sorprender por la alegría de un encuentro con Cristo que lo dejó marcado para siempre. Por eso, Pablo, siempre tuvo conciencia de gratuidad, de derroche de gracia. A partir de ese momento de la conversión, que marca un antes y un después en su vida, se convirtió en misionero de la alegría, que es Cristo. El descubrimiento que hizo fue éste: En la Palabra está Cristo. Toda la Escritura habla de Cristo. Cristo es la Palabra. En Cristo se desvela el Proyecto impresionante de salvación del Padre para toda la humanidad. Aquello que antes odiaba se convirtió en el objeto de su amor apasionado; lo que había sido descartado por él, se vuelve su centro de interés; Aquel y aquello que había pretendido eliminar constituye el objetivo de su entrega y servicio incondicionales. Cristo es ahora el sentido, el centro de todo. ¡Cristo!
De teólogo biblista judío de pura sangra se convirtió en teólogo biblista cristiano de pura sangre. Cristo es, para Pablo, una luz tan potente que ya todo se ve a su luz. Ya no hay noche, ni se necesita luz de lámpara ni de sol, porque el Señor es la luz (cf Ap 22,5). Cristo es la Palabra, es el gran tesoro que Pablo ha encontrado; es el mismo tesoro que embellece a la Iglesia. La Ley Vieja ya ha pasado. Juan de la Cruz, al hilo de este descubrimiento que hace Pablo, escribe un texto impresionante en el libro segundo de la Subida, capítulo 22. Merece la pena leerlo despacio. Cito solo un par de párrafos. Uno dice: Dios lo ha hablado en Cristo todo, dándonos al Todo, que es su Hijo. Y otro, en el que Juan de la Cruz pone la palabra en labios del Padre, dice así: Pon los ojos solo en Cristo, porque en él te lo tengo todo dicho y revelado, y hallarás en él aún más de lo que pides y deseas. Porque tú pides locuciones y revelaciones en parte, y si pones en él los ojos, lo hallarás en todo; porque él es toda mi locución y respuesta y es toda mi visión y toda mi revelación. Lo cual os he ya hablado, respondido, manifestado y revelado, dándoosle por hermano, compañero y maestro, precio y premio. Esta experiencia de Cristo como Palabra, que la Iglesia guarda como su más preciado tesoro, la recoge el Concilio Vaticano II: Jesucristo, Palabra hecha carne, hombre enviado a los hombres, habla las palabras de Dios y realiza la obra de la salvación que el Padre le encargó (DV 4).
Pablo descubre que Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, no revela una doctrina, sino a Cristo mismo, su Hijo Amado. Pablo, tan celoso antes en cumplir la voluntad de Dios, descubre ahora, en el Crucificado lo que significa cumplir la voluntad de Dios. Por eso, ya no quiere saber nada sino a Jesucristo y éste crucificado (cf 1Cor 2,2). Pablo, tan atado a la letra de Ley, encuentra en Cristo un camino amplio de libertad en el que se puede respirar; así se dice ante los Gálatas entonando un canto de libertad: Para ser libres nos ha liberado Cristo. Manteneos, pues, firmes y no os dejéis oprimir nuevamente bajo el yugo de la esclavitud (Gal 5,1). Pablo, tan corto de miras a la hora de aceptar el mundo y las culturas de los distintos y por ello distantes, descubre ahora en Cristo un horizonte amplio, una posibilidad nueva de relación, una igualdad radical de todo ser humano, una superación de toda discriminación, da un salto hacia delante impresionante, totalmente desconocido en su tiempo y apenas estrenado en el nuestro: Ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús (Gal 3,28). ¡Cuántas posibilidades abre esta experiencia de Pablo para dar pasos acertados en un mundo intercultural, donde unos y otros, unas y otros nos complementamos y reflejamos con diversos matices la maravilla de la nueva creación en Cristo!
Este mismo perfume, este mismo amor loco de Pablo por Cristo (cf 1Cor 12,11), lo descubrimos en Teresa de Jesús, cuando sale a la plaza pública para gritar: No quiero ningún bien, sino adquirido por quien nos vinieron todos los bienes (VIM 7,15). Y la misma música suena en san Bernardo en un texto precioso: Todo alimento es desabrido si no se condimenta con este aceite; insípido, si no se sazona con esta sal. Lo que escribas me sabrá a nada, si allí no encuentro el nombre de Jesús. Si en tus controversias y disertaciones no resuena el nombre de Jesús, nada me dicen. Jesús es miel en la boca, melodía en el oído, júbilo en el corazón.
En resumen, el encuentro de Cristo con Pablo le enseña a leer la Escritura de otra manera, a leerla desde Cristo, en Cristo, con Cristo, para Cristo. Aun utilizando métodos de lectura farisea (lectura, estudio, memorización y práctica de interpretación de los pasajes bíblicos), Pablo leerá y verá en la Escritura a Cristo. En Cristo encontrará la mejor definición que existe de Evangelio: Poder de Dios para la salvación de todo el que cree (Rom 1,16).
La Escritura, transformada por Pablo
Pablo, desde la libertad que le ha regalado Cristo, grita como un desafío: La palabra de Dios no está encadenada (2Tim 2,9). En ella habla el Padre de Jesús, en ella está presente el proyecto de nueva humanidad que el Padre quiere llevar a cabo, en el Espíritu, a través de Jesús. En Cristo «se quita el velo» que ocultaba la interpretación de la Escritura (2Cor 3,12-16). Para entender la Escritura hay que escucharla desde Cristo, hay que mirarla a través de los ojos de Cristo. Pablo polemiza con los judíos, les dice que tienen endurecido el corazón porque no son capaces de ver a Cristo en la Escritura. Tienen ojos para no ver y oídos para no oír, hasta el día de hoy (Rm 11,8). ¡Cómo le duele esto a Pablo!
Así, Pablo descubre cosas nuevas o pondrá de relieve elementos que, en una interpretación no cristiana, pasarían desapercibidos.
A la luz de Cristo, leerá de forma nueva la historia de Abrahán, quien antes de que llegara la Ley por medio de Moisés, recibió la promesa de Dios y creyó en el Dios de la vida. Interpretará a las dos mujeres de Abrahán, Sara y Agar, en clave nueva y liberadora (cf Gal 4,21-31). Sara será representante de las mujeres y de los hombres liberados por Cristo para vivir desde el Espíritu, mientras que Agar será representante de los que siguen la senda engañosa de querer tener vida desde la Ley.
Desde Cristo, los acontecimientos del Éxodo cobran un nueva sentido. El paso del mar Rojo se convertirá en episodio que anuncia el bautismo, en el que nos ponemos en manos de Cristo, nos sumergimos en El mediante el Espíritu y así entramos en una tierra nueva de libertad y de abundancia, en la Iglesia, en la familia universal de los hijos e hijas de Dios.
Desde Cristo, Pablo descubrirá que la mujer ya no puede seguir siendo la propiedad del varón de la que hablaba, por ejemplo, el Decálogo. Esta cobrará relieve y participación activa en las comunidades. Cuando, por ejemplo, cite el famoso texto de 2 Sam 7,14: Yo seré para él padre, y él será para mí hijo, lo reescribirá incluyendo a las mujeres en él: Yo seré para vosotros padre, y vosotros seréis para mí hijos e hijas, dice el Señor todopoderoso (2Cor 6,18). Esta inclusión de las mujeres, tan poco lograda en tiempos de Santa Teresa y en los nuestros, llevó a Teresa a denunciar con dolor: No hemos de quedar las mujeres tan fuera de gozar las riquezas del Señor (Conceptos del amor de Dios 1,8).
Desde Cristo la elección de Israel cobrará nuevos y misteriosos significados. Pablo se preguntará qué pasa con esa elección ya que la mayor parte del pueblo no ha creído en Jesús. ¿Habrán sido rechazados? De ningún modo, responderá. Y hará una nueva lectura de la historia en tres densos capítulos (9-11) de la carta a los Romanos, una historia de salvación en la que Israel y la Iglesia están misteriosamente vinculados y llamados a una salvación última y conjunta.
Este estilo de leer la Escritura, con tanta libertad, puede sorprender. Ocurre algo semejante al desconcierto que la pintura impresionista causaba en el público de finales del siglo XIX, que buscaba representaciones exactas de la realidad. Claude Monet respondía diciendo que sus cuadros no debían ser entendidos, sino amados, y para ello era necesario dejarse seducir por el color: El color es el teclado, los ojos son los martillos que pulsan las cuerdas del alma.
En ciertos momentos, Pablo parece hacer lecturas impresionistas de la Escritura. Pablo une textos diversos para producir un texto nuevo. La verdad de su interpretación debe hallarse no en criterios históricos o filológicos, sino en la afirmación previa de que en Cristo se ilumina toda la Escritura.
Pablo, transformado por la revelación de Cristo-Palabra de Dios
Algunas veces tenemos que ver a alguien que ama una cosa, antes de empezar a amarla nosotros también. Es como si nos estuviera mostrando el camino… Algo así puede sucedernos esta tarde con Pablo. Al ver que Pablo, tras el encuentro que Cristo tuvo con él en el camino, ya no trata de memorizar y de estudiar o investigar las Escrituras, sino de memorizar y llevar en el corazón a Cristo, también nosotros podemos sentirnos llamados a llevar cerca en el rostro, en el corazón y en los labios a Cristo. Como María, la Virgen oyente de la Palabra, guardó cuidadosamente la Palabra, es decir, las cosas de Jesús en el corazón (cf Lc 2,51).
¿Cómo podemos hacer esto? Mirando a Cristo para encontrarnos con él. De tantas puestas de sol como vio en un día el Principito en su pequeño planeta, se le quedó la belleza de la puesta de sol grabada en el corazón. Saber mirar a Cristo es aprender a vivir de otra manera. Un día de san Pablo (probablemente el 25 de enero de 1561, fiesta de la Conversión, anota el P. Tomás), estando en misa, se me representó toda esta Humanidad sacratísima como se pinta resucitado, con tanta hermosura y de ver a Cristo me quedó imprimida su grandísima hermosura (Vida 28,3).
Llevando en nuestros cuerpos las marcas de Jesús, como Pablo, como todos los amigos de Jesús. En adelante, nadie me moleste, pues llevo sobre mi cuerpo las señales de Jesús (Gal 6,17). Es decir, uniendo a Cristo nuestra cruz de cada día, nuestro dolor de cada día, esa tensión de seguir avanzando en la noche para entrar más adentro en la espesura del amor.
Teniendo un amor compasivo, de madre, por la Iglesia, por la humanidad, por los que más sufren, por los más pequeñitos de la tierra, por toda la creación. Al estilo de Jesús, al que imitó Pablo. ¿Quién desfallece sin que desfallezca yo? ¿Quién sufre escándalo sin que yo me abrase? (2Cor 11,29).
Teniendo una mente y un corazón universal, según el proyecto nuevo del Padre manifestado en Jesús que es la Palabra definitiva, dando a todos la mano en la hondura, porque uno por uno todos hemos sido hechos y embellecidos por Cristo, Palabra creadora, que ha pasado por nuestra tierra dejándolo todo vestido de hermosura. Haciéndonos a todos, como confiesa Pablo que hacía: Efectivamente siendo libre de todos, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más que pueda. Con los judíos me he hecho judío para ganar a los judíos. Con los que están sin Ley, como quien está sin Ley para ganar a los que están sin Ley. Me he hecho todo a todos (1Cor 8,19-23). Atreviéndonos a creer, desde Cristo, en paisajes que todavía no existen, en relaciones nuevas dentro de la Iglesia, donde nadie es más que nadie, donde todos somos hermanos, sentados a la mesa, con igual dignidad, con sitio, tarea y palabra. Disponiéndonos, junto con otros, a cuidar la vida.
Ojalá que esta tarde, estos días, entremos en ese diálogo entre Palabra escrita y Espíritu, para que se forme Cristo en nuestros corazones. Donde hay un cristiano, hay una humanidad nueva. Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado (2Cor 5,17).
Escenificación:
LIBERTAD: (Una persona se acerca a la Palabra atada con cuerdas, sin poderse mover). Está encadenada la Palabra? La Palabra de Dios no está encadenada. ¿No seremos más bien nosotros los que estamos encadenados? ¿No somos nosotros los que tenemos una mente vieja que nos impide cruzar el paisaje de la Palabra descubriendo en ella el rostro de Cristo? (Después de escuchar estas preguntas, alguien le ayuda a liberarse) Todos cantan:
CRISTO NOS DA LA LIBERTAD,
CRISTO NOS DA LA SALVACION.
CRISTO NOS DA LA ESPERANZA.
CRISTO NOS DA EL AMOR.
VERDAD: (Una persona se acerca a la Palabra con un velo negro cubriendo su cabeza. Se lee el texto: «Hasta el día de hoy, siempre que se lee a Moisés, un velo está puesto sobre sus corazones. Cuando se conviertan al Señor, caerá el velo» (2Cor 3,17). La persona se quita el velo. Otra persona.
ABRAZO A CRISTO: (Una persona se acerca a la Palabra. Se detiene delante de Ella. Se lee el texto: «Abrazamos la Palabra con gozo del Espíritu Santo en medio de muchas tribulaciones» (1Tes 1,6). La persona abraza la Palabra.
ORACIÓN: Se lee el texto: «Orad para que Dios nos abra una puerta a la Palabra y podamos anunciar el Misterio de Cristo» (Col 4,3). Todos oran en un momento de silencio. Se canta: SEÑOR, ESCÚCHANOS. SEÑOR, ÓYENOS.
ESCUCHA DE LA PALABRA: (El diácono proclama solemnemente la Palabra: «La Palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza; instruíos y amonestaos con toda sabiduría, cantando a Dios, de corazón y agradecidos, salmos, himnos y cánticos inspirados. Todo cuanto hagáis, de palabra y de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él» (Col 3,16-17).
ENVIO: (Una persona levanta la Palabra, otra el icono de Cristo, otra la luz. El que preside envía a todos a vivir la Palabra y anunciar con valentía el Evangelio de Jesucristo que nos transmitió Pablo). «Tras haber oído la Palabra de la verdad todos sois sellados con el Espíritu Santo (Ef 1,13). Que partiendo de vosotros resuene la Palabra del Señor y vuestra fe sea difundida por todas partes» (1Tes 1,6).
Canto: ID AMIGOS POR EL MUNDO, ANUNCIANDO EL AMOR, MESNAJEROS DE LA VIDA, DE LA PAZ, Y EL PERDON. SED AMIGOS LOS TESTIGOS DE MI RESURRECCIÒN. ID LELVANDO MI PRESENCIA. CON VOSOTROS ESTOY.
PowerPoint: Una lectura nueva de la Palabra a la luz de Pablo