Ayer cuando se nos presentaba el testimonio del P. María Eugenio, entre las frases había una que decía: «La fe se manifiesta en el compromiso». Podemos decir que de eso vamos a hablar hoy: la fe que debemos expresar, con nuestra palabra y con nuestras obras.
Ser evangelizadores de la fe significa ser anunciadores de una experiencia de una persona con la que nos hemos encontrado: Jesús de Nazaret. Para muchas personas lo mejor que les puede haber pasado en la vida es eso: haberse encontrado con Jesús. Y se trata, como decía Pablo VI en esa famosísima encíclica «El Anuncio del Evangelio», de proclamar la Buena Noticia, que debe contener siempre: «una clara proclamación de que en Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado, se ofrece la salvación a todos los hombres, como don de la gracia y de la misericordia de Dios» (E N 27).
Para hablar de los evangelizadores y de la fe, utilicemos un paradigma, un icono, un modelo tomado del Evangelio de Marcos y que nos puede servir para la reflexión: las casas y los caminos.
Desde el inicio del Evangelio de Marcos aparece un modo de presentar la Buena Noticia del Reino por parte de Jesús, que será muy recurrente: «salió de la sinagoga y con Santiago y Juan se dirigió a casa de Simón y Andrés» (Mc 1,29), y poco después señala: «Luego de unos días volvió a Cafarnaún y se corrió la voz de que estaba en casa… Y Él les anunciaba la palabra» (2,1). Y varias veces aparece ese encontrarse en la casa, donde Jesús les enseña, a sus discípulos y a la gente. Y eso era lo que hacían las primeras comunidades cristianas, que se reunían en las casa (no tenían todavía templo grandes como los nuestros, habían sido expulsados de las sinagogas) y allí «escuchaban las enseñanzas de los apóstoles, participaban en la vida común, en la fracción del pan y en las Eucaristías» (Acts. 2,42).
Es por tanto ese primer lugar, la casa que después se convertirá en la Iglesia, el templo, donde se anuncia la fe, donde Jesús predica los misterios del Reino. Y también donde los cristianos escuchan, aprenden y comparten su fe. La casa es el lugar de la INTIMIDAD, donde los discípulos escuchan, preguntan y aprenden, pero a la vez van entrando en una relación profunda con Jesús, del cual después hablarán cuando anuncien la Pascua.
Y junto a las casas aparecen también los caminos: Jesús recorría muchos lugares, y en los caminos se encontraba con gentes a las que anunciaba su mensaje. Jesús «se pone en camino» Mc 7,24; 8,27. Y les encargó a los discípulos que se pusieran también ellos en camino (Mc 6,9). Será lo que harán los primeros cristianos que irán de un lugar a otro, anunciando el mensaje de Jesús, decir una Buena Noticia a todos aquellos con los que se encuentren en los caminos; hoy como ayer Jesucristo nos envía por los caminos del mundo para proclamar su Evangelio a todos los pueblos de la tierra (Mt 28,19).
Tenemos el gran ejemplo de S. Pablo el que nos urge para hacer de nuestra vida anuncio de esa Buena Noticia de Jesús: «Anunciar la Buena Noticia no es para mí motivo de orgullo, sino obligación que me incumbe. ¡Ay de mí si no la anuncio!» (I Cor 9,16). Insiste muchas veces S. Pablo en esta realidad: II Cor 2,12; Gal 1,8.
Está claro y es el propósito de muchos de sus viajes: «De ahí mi propósito de anunciaros la Buena Noticia a los de Roma» (Rm 1,15). Sabiendo que el anuncio de la persona de Jesús no es algo que realiza por su sabiduría o conocimientos, sino por la fuerza del Espíritu Santo: «porque cuando os anunciamos la Buena Noticia, no fue sólo con palabras, sino con la eficacia del Espíritu Santo, y con fruto abundante» (I Tes 1,5).
Este anuncio de la fe ha llegado hasta nosotros. Hemos sido bautizados y pertenecemos a la Iglesia católica. Pero no basta con haber recibido un sacramento. Es necesario que la persona de Jesús, su Buena Noticia «alcance» nuestro corazón, transforme nuestra mirada y nuestras intenciones, llene nuestro ser, dirija nuestro actuar. Dice Benedicto XVI en su encíclica «Dios es amor»: no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva (# 1).
Todo eso pasa por la FE, que es la aceptación de toda esa realidad en nuestra existencia, en nuestra vida personal, y en el caminar de la comunidad cristiana a la que nos pertenecemos.
Esto es la Evangelización. Una realidad que viene desde los inicios del cristianismo y que se ha ido propagando en muchos lugares. Una realidad que trata de experimentar lo mismo que dice la I Juan: «Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplando y han palpado nuestras manos es lo que os anunciamos: la palabra de vida» (1,1). No abundo en esto porque mañana nos hablarán de los testigos de la fe y seguramente profundizarán este aspecto.
Y por eso la Evangelización tiene como una doble vertiente: un núcleo que es siempre el mismo: la persona de Jesucristo que se nos presenta como oferta salvadora de Dios y que espera nuestra aceptación. Pero por otro lado el modo de expresar esa Evangelización que va cambiando según los tiempos. Es lo que dice el Evangelio: «Pues bien, un letrado que se ha hecho discípulo del Reino de los cielos se parece al dueño de una casa que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas» (Mt 13.52). La fe tiene sus estructuras fijas, el núcleo es siempre el mismo, pero la realidad con la que se encuentra le presenta unos desafíos. ¿Cómo transmitir esa fe, la persona de Jesús para que sea aceptada por quien la escucha?
Y ahí viene la Nueva Evangelización. Se trata de «modernizar», de actualizar ese núcleo de fe, que no son solamente unas verdades (aunque es cierto que hay unos dogmas que aceptar), pero que se trata, sobre todo y primordialmente, de una persona, que no puede quedar «oscurecida» por unos dogmas, o por un celebrar sacramentos sino llegar a que la persona de Jesucristo sea el fundamento de todo ello.
Por eso el Papa Benecito XVI ha presentado este año de la Fe. Queriendo conmemorar los 50 años del inicio del Concilio Ecuménico Vaticano II (1962) y los 20 años de la proclamación del Catecismo de la Iglesia Católica (por el Papa Juan Pablo II). Estos son dos preciosos instrumentos de los cuales nos serviremos para poder renovar nuestra fe, ya que fue un gran esfuerzo que hizo la Iglesia católica para actualizar el mensaje el hombre de hoy (posmoderno).
Somos nosotros, los que hemos recibido este anuncio y que vivimos nuestra fe, los que estamos llamados a RENOVAR nuestra fe, nuestra confianza en ese anuncio que recibimos, en esa persona de la que nos fiamos, que es Jesús. Y a la vez los que vamos a llevar ese anuncio por muchos lugares.
Esta realidad nos hace pensar en nosotros hoy. También somos anunciadores de esa Buena Noticia de la presencia de Jesús Resucitado, en quien hoy Dios nos sigue ofreciendo su salvación. Buena noticia para ser aceptada por medio de la FE, acogida en nuestro corazón, vivida en las realidades de cada día. Celebrada en nuestras comunidades cristianas, donde no sólo realizamos unos ritos (Sacramentos), que sí son muy importantes, sino donde esa presencia salvadora tiene su espacio, resuena en nosotros, donde a Él se le puede ver vivo y presente: «estuve muerto y ahora ves que estoy vivo, por los siglos de los siglos» (Ap 1,18).
Y una presencia de Jesús que APASIONA nuestro ser. Que nos impulsa a ir por los caminos del mundo, una Buena Noticia que muchos desearían conocer, pero a quienes no ha llegado todavía este anuncio. Como dice S. Pablo: «¿Cómo lo invocarán si no han creído en El? ¿Cómo creerán si no han oído hablar de Él? ¿Cómo oirán si nadie les anuncia?» (Rm 10,14).
Cuando Jesús cura al endemoniado de Gerasa y éste quiere seguirle le dice: «Pero Jesús no se lo permitió, sino que le dijo: -vete a tu casa y a los tuyos y cuéntales todo lo que el Señor, por su misericordia, ha hecho contigo» (Mc 5,19). Y S. Pablo cuando escribe a los Romanos les dice: estoy muy contento de vosotros, ya que «vuestra fe es alabada en todo el mundo» (Rm 1,8). Por tanto podemos ver que somos nosotros los enviados, los responsables de anunciar el mensaje de Jesús, qué gran desafío tenemos.
S. Pablo alaba a los Filipenses y les dice: «… doy gracias a Dios…por vosotros… pensando en la colaboración que prestasteis a la difusión de la Buena Noticia, desde el primer día hasta hoy… Y la mayoría de los hermanos que confían en el Señor… se han animado a anunciar el mensaje sin temor» (Fil 1,5.14).
Todos nosotros somos evangelizadores, la única condición es tener presente a Jesús y su Evangelio en el corazón, que lleve a una renovada conversión de la vida al Señor Jesús. Redescubriendo cada día la alegría de creer, LA FE y encontrar el entusiasmo de comunicar la FE.
No es necesario tener grandilocuentes palabras, grandes sabiduría. Solamente contar con la fuerza del Espíritu Santo que no nos falta, como a los primeros seguidores de Jesús (Acts. 2).
Sólo basta que nos dejemos «contagiar» por el espíritu del Evangelio y la persona de Jesús y sentirnos protagonistas de ese deseo de Jesús. Eso fue lo que le pasó a Teresa de Jesús, mujer que hoy celebramos 497 años de su nacimiento. A pesar de vivir en clausura, sin embargo eso no le «cortó las alas a su espíritu misionero», sino que escuchando las necesidades que le presentó un fraile franciscano allá en su convento de S. José en Ávila, se sintió metida de lleno en esa historia de salvación preguntando al Señor qué podía hacer ella, nos cuenta: «A los cuatro años, (me parece era algo más), acertó a venirme a ver un fraile francisco, llamado fray Alonso Maldonado, harto siervo de Dios y con los mismos deseos del bien de las almas que yo, y podíalos poner por obra, que le tuve yo harta envidia. Este venía de las Indias poco había. Comenzóme a contar de los muchos millones de almas que allí se perdían por falta de doctrina, e hízonos un sermón y plática animando a la penitencia, y fuese. Yo quedé tan lastimada de la perdición de tantas almas, que no cabía en mí. Fuime a una ermita con hartas lágrimas. Clamaba a nuestro Señor, suplicándole diese medio cómo yo pudiese algo para ganar algún alma para su servicio, pues tantas llevaba el demonio, y que pudiese mi oración algo, ya que yo no era para más. Había gran envidia a los que podían por amor de nuestro Señor emplearse en esto, aunque pasasen mil muertes» (Fundaciones 1,7). Algo parecido le pasó a Santa Teresita…
Evangelizadores: el amor de Cristo llena nuestros corazones y nos impulsa a evangelizar. Llamados a COMUNICAR el DON de la fe y el compromiso de la caridad.
La Evangelización, el anuncio de la fe es por tanto PARA TODOS. En la Nota que ha publicado la Congregación para la Doctrina de la Fe, en la cual «aterriza» las intuiciones o propuestas de la Carta del Papa, se señalan algunos puntos. Yo solamente quiero invitarnos a todos a ser conscientes de que cada uno tiene que comprometerse a ser anunciador de la Buena Noticia de su fe, desde la realidad personal: laico, sacerdote, religioso, religiosa… que configura su existencia.
Y en segundo lugar teniendo en cuenta el ambiente donde vivimos y desarrollamos nuestra misión: Parroquias, Santuarios, Instituciones Educativas, Diócesis, Grupos, Movimientos, Instituciones de Salud… A lo largo de este año seguramente surgirán iniciativas en torno a este año de la Fe, se nos pide que participemos, aunque no solamente durante este tiempo.
Como dije antes, se necesita actualizar el modo de presentar el Evangelio. De ahí que el Papa ha convocado para el próximo mes de octubre un Sínodo de Obispos cuyo tema central es: «La Nueva Evangelización para la transmisión de la fe cristiana». No es que en estos momentos se comienza a hablar de ello, ya hace algunos años el Papa Juan Pablo II presentó esta realidad de la Nueva Evangelización, con esas tres características que solamente menciono: nueva en su ardor (espiritualidad), en sus métodos y en su expresión (lenguajes!!!).
Ojalá que este Sínodo no sea como otros donde al final los presentes hacen llegar al Papa un documento con Propuestas y el Papa prepara un documento, sino que llegue a tocar en lo profundo de la vida de los cristianos para que renueve nuestra fe, nuestro espíritu misionero, la pasión por ser verdaderos discípulos del Señor.
La NE conlleva un compromiso renovado. Un compromiso para vivir HOY. A favor de una NE. Compromiso eclesial para redescubrir la alegría de creer y encontrar el ENTUSIASMO de COMUNICAR la fe, ya que la fe crece cuando se comunica. Año para CONFESAR la FE: con plenitud, con renovada convicción, confianza y esperanza.
Esto nos lleva también a un COMPROMISO SOCIAL, ya que la fe tiene que expresarse, pues nos capacita el Espíritu Santo para la misión, fortalece nuestro testimonio, haciéndolo franco y valeroso. En estos momentos de crisis, de paro, de conflictos sociales y de tantas situaciones precarias, los cristianos tenemos que «arrimar el hombre», para compartir no sólo nuestra fe, sino también nuestros bienes.
Termino con una frase de la Nota de la Congregación a la que hice antes referencias:
«La fe es compañera de vida que nos permite distinguir con ojos siempre nuevos las maravillas que Dios hace por nosotros. Tratando de percibir los signos de los tiempos en la historia actual, nos compromete a cada uno a convertirnos en un signo vivo de la presencia de Cristo Resucitado en el mundo» (Conclusión Nota).
(Enseñanza impartida por Carmelo Hernández, Carmelita, en la Semana de Espiritualidad, El Carmen de Burgos, 26-30 de Marzo de 2012)