Yo también vi la zarza que arde

AQUELLA MIRADA ME HIZO VOLVER A CASA

Yo no he visto a Dios… lo confieso.

No con los ojos del cuerpo. No podría demostrarte por qué creo, pero me he ido sintiendo encontrado por Él a medida que iba abriéndome a su amistad, aceptando sus guiños, identificando su rastro, reconociendo sus huellas. De todo esto, tal vez, es ahora cuando me voy dando más cuenta, no siempre fui atento mientras sucedía. «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?».[1] Todo lo vivido se hace presente ahora con otra intensidad, no con menor verdad: «Cuán manso y amoroso recuerdas en mi seno».[2]

No me da reparo contártelo. Lo que he vivido no me hace mejor, ni más bueno que otros. No he sido bueno, ni lo soy, ni, probablemente, lo seré. Sé muy bien que todo lo que voy a contar ha sido un regalo.

Podría en el futuro renegar de mi fe, claudicar de mis convicciones, alejarme de mi familia religiosa o de mi tradición, pero siento que eso nunca lograría arrancar de mí la impresión viva de su paz, su consuelo, su abrazo.

Te quiero hablar de Él. Te contaré cómo es imposible llegar a creer si no te asomas al vértigo de su mirada y al desafío que supone su voz. Yo he sentido que era «cruzar una puerta a la deriva, y encontrar lo que tanto se buscaba» [3]… «Lo que tanto se buscaba», estas palabras resuenan con especial fuerza en mí.

Con mi barca a la deriva,he encontrado tres islas llenas de tesoros, que ahora comparto contigo:

  • La mirada
  • Espera y verás
  • Te quiero

LA MIRADA: Una mirada que sorprende, sana y reconcilia

Con frecuencia es larga la espera, y se hace difícil convivir con tu propia pobreza y con la muerte… Piensas que tal vez no hay un propósito en tu vida, y tienes la tentación de rendirte… Entonces… brota lo inesperado, florece en la noche lo que dará sentido a toda tu aventura…

Yo pasaba de estas cosas de Dios y de la fe. Los santos estaban huecos, las imágenes eran tan sólo de madera, las ceremonias se hacían largas, los curas, no siempre de buen carácter, aunque amigables, en general. En ese terreno baldío, fue sucediendo algo no calculado ni previsto.

Supongo que el anhelo de una búsqueda invisible, la decepción por no encontrar refugio incondicional en ningún amigo o amiga, el cansancio de competir para estar a la altura, la insatisfacción casi permanente… todo eso y más cosas que desconozco, me dejaron como un náufrago en la orilla adecuada donde me encontró una Mirada, desconocida hasta ese día. Me atrapó, me cazó como nada ni nadie me ha cazado el corazón.

Confieso que me enamoré. Sí, sí, he dicho bien. Me quedé totalmente colgado de aquella sensación incomparable que nacía de una mirada invisible, que poco a poco iba rellenando los huecos y los malestares de dentro.

El tiempo se hacía corto para estar con Él, para mirarle y dejarme mirar. Te puede parecer extraño, pero no fue un sentimiento pasajero, no. Al contrario, ha ido creciendo y transformándose estos años hasta hacer de Él el Aire que respiro.

No niego que la noche se ha hecho presente en muchos momentos. Pero, ni siquiera esa noche ha logrado desdibujar aquella mirada. La Noche ha entretejido también mi amistad con Él como la ocasión de la que Él se sirve para que mi fe y mi amor se renueven y crezcan.

Aquella mirada me hizo volver a casa y sentir una de las cosas más hermosas que me ha sido dado sentir hasta el día de hoy: siendo yo tal cual soy, incoherente, falible, torpe… mi historia y mi vida son algo precioso para Él.

Espera y verás…

Es una palabra oída en momentos de desconcierto, de búsqueda y no saber. Momentos en que el deseo de entregarme a algo estaba incandescente, sin saber hacia dónde dirigir mi energía, mis pasos. Esta palabra resuena especialmente en momentos de oscuridad cuando quisieras claridad y desde dentro se te invita a la confianza. Ni seguridad, ni claridad, sino confianza.

Algo sorprendente va amaneciendo dentro. La debilidad y el temor no impiden dejarte llevar donde no sabes. Se cumple en este camino aquel dicho popular: «contigo pan y cebolla«. No sabes dónde te conduce esta amistad recién nacida, pero te sientes imprudentemente animado a arriesgarlo todo, sin la seguridad de un éxito claro, sabiendo tan sólo que deseas de corazón seguir aquella voz y aquella mirada.Tal vez es eso lo único que sabes: quieres y deseas, pero no sabes ni adónde, ni cómo.

Te fías de Otro más fuerte al que no conoces bien, no sabes si te alcanzarán las fuerzas; interiormente algo te empuja a decir sí. «Señor, tú eres mi lámpara; Dios mío, tú alumbras mis tinieblas. Fiado en ti me meto en la refriega, fiado en mi Dios, asalto la muralla«[4]. Y experimentas, con una verdad inconfundible, el comienzo del mismo salmo 17: «Tú eres mi fortaleza; mi roca, mi alcázar, mi libertador. Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora…», y también aquellas otras palabras del salmo 138: «Me estrechas detrás y delante, me cubres con tu palma«.

De modo que frente a la seguridad que pudiera asegurar mi vida, Él me ofrecía confiar y caminar. Una voz interior animaba a creer que Él estaría en el futuro incierto de modo insospechado y nuevo. No puedo explicar cómo esta confianza en el futuro se hace evidente y consoladora, pero puedo asegurar que pacifica, serena y empuja al riesgo de lo no conocido.

Te quiero

No entiendo mucho de fenomenología religiosa, ni sé probar con atinadas palabras y argumentos la autenticidad de lo vivido y la realidad de su Presencia en mi historia. Creo, además, que tampoco tengo necesidad de demostrar nada, mucho menos de convencer, tan solo quiero mostrar lo que he recibido.

En mí la forma de su Presencia es la de un «Te Quiero» que pacifica y empuja a lo desconocido.

Un «Te Quiero» que, en medio de mis pesares, pecados y torpezas, me reengancha siempre a la necesidad y el deseo de comenzar de nuevo. Te puedo decir que su «Te Quiero» me ha salvado de mí mismo, me ha reconciliado con mi pobreza y me ha hecho no renunciar a mis limitaciones y dones, que son el territorio que Él tiene para sembrarse en mí.

Yo creo profundamente en este TE QUIERO que todo ser humano lleva dentro y que constituye su ámbito más íntimo, fuente de la fecundidad y de la creatividad más verdadera.

Hace pocos días, a solas en una ermita vecina a un monasterio, me llegó nuevamente la brisa de una paz que reconcilia y descansa las entrañas, una profunda paz que se abre camino a través del espeso bosque de las propias distracciones, dispersiones, olvidos y mediocridades. Una paz que te acerca todo, y a todos… sin excluir a nadie. Una paz que me asegura que nunca más estaré solo y que de todo fracaso, de toda muerte, su mano firme me rescatará. No sé cómo, pero lo hará.

Miguel Márquez


[1] Lc 24, 32.

[2] Este «recordar» de Juan de la Cruz es revivir, no es un mero hacer memoria. Es un recuerdo eficaz porque Dios actúa cierta y eficazmente. Este «recordar» que es la esencia de la liturgia cristiana. San Juan de la Cruz usa siempre el término recordar en el sentido de despertar, que es el clásico de Covarrubias.

[3] J. L. Martín Descalzo, Testamento del Pájaro Solitario.

[4] Salmo 17.

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