Hacia la interioridad

«El roble está latente en el fondo de la bellota» (Ira Progoff).
«El reino está dentro de vosotros» (Lc 17,21).

Una pregunta: «Oyeron los pasos del Señor que se paseaba por el jardín al fresco de la tarde y el hombre y su mujer se escondieron de su vista entre los árboles del huerto. Pero el Señor Dios llamó al hombre diciéndole: ¿Dónde estás?» (Gn 3,8-9).

Un icono de nuestros días: Miles de peregrinos, en largas caminatas de silencio y soledad, buscándose en el Camino de Santiago.

Una presencia alentadora para todo el camino: Jesús, que siempre tenía la conciencia de vivir dentro, en el seno de la Trinidad, y que promete: «Me voy a prepararos un lugar» (Jn 14,2).

Por una parte parece que todo apunta hacia la interioridad y a la posibilidad de comprar el campo de la interioridad, como hizo el campesino que encontró un tesoro en el campo (cfMt 13,44-45). Pero por otra parte no faltan las dificultades y también los malentendidos: «Hay almas tan enfermas y mostradas a estarse en cosas exteriores, que no hay remedio ni parece que pueden entrar dentro de sí» (Moradas 1,1,6).

La interioridad es una dimensión consustancial del ser humano. Los que la han recorrido y saboreado con frecuencia, nos invitan, nos advierten: «No nos imaginemos huecas por dentro» (Camino 28,10). La interioridad posee un fuerte dinamismo, una fuerza creadora y transformadora de las personas y de su entorno.

Dios es el fondo de nuestra intimidad, «Intimio intimo meo» (San Agustín), más íntimo que nuestra propia intimidad. La persona, cuando escucha su propio ser, no se asoma a la nada, sino al espejo de Dios, que es la propia interioridad. «Jamás nos acabamos de conocer, si no procuramos conocer a Dios» (Moradas 1,2,10).

La interioridad puede llegar a ser una fiesta de silencio y de comunicación, donde se intuye la presencia de Dios. «En el centro y mitad de todas estas moradas tiene la más principal, que es adonde pasan las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma» (Moradas 1,1,3). La oración es la estrategia del Espíritu para que habitemos nuestra interioridad.

En nuestra interioridad compartimos el rugido y el canto de la historia, la alarma y la danza, la agonía y el nacimiento; por tanto, nada de desinterés ni ignorancia ante lo que les pasa a los demás. Al final, todo es uno en el corazón: gemido y gozo se abrazan. «Nada humano nos es ajeno» (GS 1).

Las sociedades avanzadas intentan ocultar y hasta atrofiar la dimensión de la interioridad, que es tan propia de todo ser humano. «Terribles son los ardides y mañas del demonio para que las almas no se conozcan» (Moradas 1,2,1). Las personas son más manipulables si no cultivan la intimidad callada, el conocimiento propio, la decisión libre, la experiencia de amistad con Dios. «¿Qué ganamos con navegar hasta la luna si no somos capaces de cruzar el abismo que nos separa de nosotros mismos?» (Thomas Merton).

La interioridad requiere aprendizaje (Elías tiene que aprender a escuchar el sonido de la brisa suave frente al estruendo del terremoto, los truenos, la tormenta y el fuego: 1Re 19,12) y faltan personas que acompañen en este proceso con gratuidad, más allá de todo negocio con la excusa de las modas de la interioridad.

La interioridad no tiene nada que ver con una especie de santidad postiza o de egoísmo espiritualista; está muy lejos del apocamiento, la rigidez y la dureza. «Mirándome reflejado sobre mí mismo, me convertí en una penosa y agotadora pregunta sobre mí mismo» (Guillermo de Saint Thierry). No es el lugar adonde nos retiramos, sino la toma de conciencia de que estamos ante Dios, fuente de agua viva que murmura en el interior. No es una pérdida de tiempo navegando en la superficie de una vida piadosa, sino caer en la cuenta de que estamos dentro de Alguien que quiere que todos vivamos en plenitud.

¿Cómo aprender a relacionarnos con nosotros de otra manera? ¿Cómo entregarnos a la gestación de ese yo íntimo, abierto a un encuentro con Dios y con los demás? ¿Cómo tejer una túnica de verdad en nuestra vida? «El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad» (Rom 8,26) y nos regala el Evangelio de Jesús, que es quien mejor habla del ser humano; nos pone cerca de personas que hablen con cariño y verdad del ser humano. En los amigos y amigas de Jesús y del ser humano encontramos raíz más que follaje, melodía profunda más que charanga, testigos de lo nuevo más que profetas del desencanto.

«Perdóname por ir así buscándote tan torpemente dentro de ti. Perdóname el dolor, alguna vez. Es que quiero sacar de ti tu mejor tú. Ese que no te viste y que yo veo, nadador por tu fondo, preciosísimo» (Pedro Salinas).

Son muchos los textos de la Escrituraque hablan de la interioridad, que también se dice «lugar» (Jn 14,2), «tienda de encuentro en la que Moisés habla con Dios como un amigo habla con un amigo» (Ex 33,11), «camino adonde está mi padre» (Lc 15,17), «corazón donde María guarda las cosas» (Lc 2,19), «secreto» (Mt 6,6), «entrañas de las que salen acequias de agua viva» (Jn 7,38), «ojos del corazón» (Ef 1,18).

Vamos a fijarnos en Mt 6,1-18, una preciosa motivación para toda experiencia de interioridad, para armonizar las palabras y las acciones con la verdad interior. «Cuando uno está en unidad consigo mismo muchos encuentran la salvación».

La limosna, la oración y el ayuno se presentan como una llamada a convertirnos a la interioridad, a la verdad. Si las practicamos buscando el reflejo en la mirada de los demás, en un afán de obtener un crecimiento en el propio prestigio, nos impiden entrar en el reino, en la interioridad donde acontece el encuentro con Dios.

Cuando dejamos atrás el mundo de los reflejos y nos adentramos en el secreto, en esa oscuridad donde ya no somos observados por nadie de fuera, entonces nos exponemos a la mirada del único que ve en lo escondido. La viuda está escondida en la pobreza, que nadie mira, pero atrae la mirada de Jesús (Mc 12,41-44). La vida no depende solo de estímulos externos y de cómo nos valoren los demás. Podemos renunciar a ese salario y cambiar la mirada de muchos por la de uno solo, podemos salir de la luminosidad de las plazas para adentrarnos en la oscuridad de lo escondido.

Con una actitud de búsqueda, de una apertura («puerta que se abre desde dentro»), que es la marca de una conciencia despierta, la apertura de un espacio a Dios para que siga creando. Ir de la superficialidad a la hondura, del ruido al silencio, de la ausencia a la presencia. «Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt 5,8).

Con el recuerdo y la fidelidad a la palabra recibida y dada que es camino para descubrir el valor y la belleza de la coherencia. «Hay mucho que ahondar en Cristo» (San Juan dela Cruz). Ir de la pasividad a la creatividad.

Con la recuperación de la intimidad y la cultura de la comunicación callada; seleccionar los momentos y las personas para la comunicación es indispensable para el descubrimiento de las riquezas de la propia interioridad y para recuperar la sensibilidad espiritual. Ir del individualismo a la comunión.

Con el gusto por el presente. Frente a la ansiedad y la descreación, saborear el presente, acoger las posibilidades que encierran el aquí y el ahora, superando las tentaciones de nostalgia del pasado y de ensoñación con el futuro. Ir de la prisa a la calma del día a día.


Haz silencio. Aprende a callar, pero no para quedarte mudo/a, sino para quedarte en silencio. «Para Ti, Señor, el silencio es alabanza» (Sal 65,2).

Descálzate para caer en la cuenta de que estás dentro de Alguien. Descubrir esta conciencia y gozarla es interioridad. «Quítate tus sandalias porque el terreno que pisas es un lugar sagrado» (Ex 3,5).

Un secreto: «Te voy a revelar un secreto de santidad y de felicidad; todos los días, durante algunos momentos, acalla la imaginación, cierra los ojos a las cosas sensibles y los oídos al ruido para entrar en ti mismo/a; quita las sandalias de tus pies, y ahí, en el santuario del alma, que es el templo del Espíritu, habla a este Espíritu» (Cardenal Mercier).

Una oración: Intuyo tu presencia en mí, Señor. Entro en mi corazón donde solo Tú me ves. Hago silencio para oír tu voz. Callo para decirte mi amor.

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