El Presidente del Gobierno de España lee a Santa Teresa

Cualquier lector se sorprenderá de una noticia como ésta, que leí en Diario de Avila (viernes, 25 de septiembre de 2009). Me atengo al título de la noticia, todavía más sorprendente: «Zapatero aprende de Santa Teresa» (Jesús Fonseca). Aunque parezca mentira. ¿Y qué es lo que está leyendo y aprendiendo de la Santa de Ávila? Pues cuestiones económicas, su doctrina sobre «dineros y negocios». Como se puede suponer, no lo hace directamente en las Obras completas -¡ojalá!- sino en una obra de José Antonio Álvarez Vázquez, Teresa de Jesús y la economía del siglo XVI. En ella ha descubierto, según el articulista del Diario, «las enseñanzas teresianas para el buen manejo de los dineros», en lo que era una experta excepcional como fundadora de conventos enseñando a controlar bien el capítulo de los ingresos y los gastos.

Y lo más curioso de la noticia, según el comentarista, es que «le ha pasado a Elena Salgado, para que tome nota, las recomendaciones de Santa Teresa referentes a gastar solamente por el efectivo del que se disponga». Alguien, maliciosa o juiciosamente, pensará que o la maestra no es buena o que el discípulo no es muy aventajado, viendo cómo va a la deriva la economía española, según muchos expertos en la materia. Y yo, como algo conocedor de las enseñanzas de la Santa, le diría que es una lástima que lea sólo de ella algo tan periférico a sus enseñanzas -aunque también muy importante en la aventura fundacional- como es la economía, de la que es verdad que aprendió mucho con el trajín de las 16 fundaciones de conventos que realizó. El autor del libro aludido habla -como es su deber- de las preocupaciones temporales y espirituales, de las «razones naturales» y de las «razones sobrenaturales».

Como es sabido, la Santa, al comenzar las fundaciones (1562) soñó con la utopía de fundar los conventos en pobreza absoluta, para vivir de «limosnas», pero sin necesidad de salir a mendigar por las casas, esperando que Dios providente, al que entregaban la vida las monjas viviendo en clausura rigurosa, moviese a los amigos y, a veces hasta los enemigos, a llevarlas el sustento a sus conventos. Esta opción inicial estaba pensada para las ciudades grandes y con economía holgada. Cuando le ofertaron fundaciones en lugares pequeños o ciudades empobrecidas, optó por fundar la economía de las casas con «renta», es decir, vivir del producto del capital. Al final de su vida (1582) pudo constatar que aun los fundados inicialmente «de limosna» (Avila, Medina del Campo, Valladolid, Toledo, etc., y, aun la misma riquísima Sevilla), acabaron siendo «de renta», y quedaron pocos que todavía vivían «de limosna» (Salamanca, Segovia, Palencia y Burgos).

Es cierto que la Santa también ideó otra estratagema para completar los ingresos de las comunidades: el trabajo de las monjas. Pero hay que advertir que el trabajo en sus conventos no lo concibió como negocio, como actividad mercantil o financiera, buscando el lucro o aumentar las ganancias. Lo consideraba en sus monasterios no como un fin en sí mismo, sino como el medio necesario para cubrir las necesidades del culto en las iglesias, la alimentación, la salud, con el cuidado exquisito de las enfermas, el vestuario y la conservación de los edificios. Y, además, subordinando lo material o «temporal» a lo espiritual y «sobrenatural». El «trabajo de manos», que admitió y promocionó, no podía distraer la atención de lo principal de la vocación de la carmelita descalza, que era la oración, la contemplación, la vida ascética, el «estilo de hermandad», la pobreza por elección vocacional, por profesión del voto. Y servía también para evitar el ocio y ayudar a la economía conventual.

Para cumplir ese fin, el trabajo no podía ser aceptado para entregarlo en fecha fija, los conventos no podían convertirse en fábricas o talleres, no quería que hubiese «casa de labor» o una sala común para realizarlo, sino cada una en su celda conventual o durante la recreación para mantener el silencio y la soledad que convidaban a la oración continua. Además, las monjas no podían ser consideradas como «trabajadoras», ni regatear los precios ni poner pleitos a los que no cumplían lo pactado. Prefería el servicio caritativo a la estricta justicia. Tampoco pretendió redimir a las mujeres pobres y sacarlas de su pobreza, sino todo lo contrario. A las de familia pobre, como a las ricas, les enseñó el camino de la pobreza para seguir a Cristo pobre. No existían razones sociológicas y económicas, sino evangélicas.

Con un amplio rodaje como fundadora, la madre Teresa consiguió un dominio de la economía doméstica envidiable. Se da cuenta, y se lo comenta a su hermano Lorenzo, en el Perú, que es una «baratona» o negociadora; se goza de «entender» la cosa de los negocios, y constata que vive en una especie de doble vida: había hecho voto de pobreza absoluta, había «aborrecido» los negocios y los dineros, y, sin embargo, Dios quiso «que no trate en otra cosa, que no es pequeña cruz», escribe. (Preciosa y elocuente Carta a Lorenzo, 17-I-1570).

Para concluir, recuerdo que las Obras de la «baratona» Teresa son una mina de datos, noticias, consejos, en las que se funden lo divino y lo humano (sin Dios no se entiende a Teresa). Elijo unos apuntes de economía doméstica como ejemplo minúsculo, algunas recetas tomadas de la Visita de Descalzos, escrito en 1576, como consejos a los Padres visitadores, como, de los conventos. Entre otros muchos consejos «espirituales», centra también su atención en lo «temporal».

«Se mire con mucho cuidado y advertencia los libros del gasto. No se pase ligeramente por esto. En especial en las casas de renta conviene muy mucho que se ordene el gasto conforme a la renta» (n. 10). En esos mismos conventos de renta, no haya «cumplimientos demasiados» (regalos, etc.). «Si aciertan a ser las preladas gastadoras, podrían dejar a las monjas sin comer, como se ve en algunas partes por darlo; y por esto es menester mirar lo que se puede hacer conforme a la renta, y la limosna que se puede dar, y poner tasa y razón en todo» (n. 13). «En los de pobreza, mirar y avisar mucho -le dice al P. Visitador- no hagan deudas, porque si hay fe y sirven a Dios no les ha de faltar, como no gasten demasiado» (n. 11. Ver n. 14).

Habla también del valor del trabajo, aun en las comunidades de clausura (n. 12). A las prioras les dice «que traigan delante que están obligadas a mirar cómo gastan; pues son no más de como un mayordomo y no han de gastar como cosa propia suya, sino como fuere razón, con mucho aviso que no sea cosa demasiada» (n. 40). «Lo más que fuere posible, excusar que no tengan pleitos, si no fuere a más no poder, porque el Señor les dará por otro cabo lo que perdieren por esto» (n. 43).

Creo que estos ejemplos son un claro exponente del talento práctico de la Santa abulense, que miraba mucho al cielo, a la Providencia, pero tenía los pies bien asentados en la tierra. La creencia en Dios, la espiritualidad y aun la mística, sirven también para solucionar los problemas de este mundo. ¡Excepcional sentido de la realidad de Santa Teresa de Jesús!

DANIEL DE PABLO MAROTO, Carmelita descalzo de «La Santa».

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