La mística Teresa, testigo de Dios

Teresa es sabia no por su cultura adquirida, mediocre si la comparamos con la ciencia que transmite en sus obras; ni siquiera por su extraordinario talento natural y su hermosa condición humana, sino porque ha tenido «experiencia» de un Ser que trasciende al mundo y al hombre.

Son muchos los que preguntan, sobre todo en el año centenario de su nacimiento, qué nos dice Teresa a los hombres de nuestro tiempo a cinco siglos de distancia. La pregunta en sí misma es muy sintomática. No se la hacemos sino a los grandes, a los que han dejado la huella de su persona, de sus obras que consideramos útiles para iluminar nuestro presente. Haciendo memoria de santa Teresa, de lo que han dicho de ella y viendo lo que está sucediendo en nuestro tiempo, recuerdo lo que escribió un iluminado racionalista del siglo XIX, Ramón León Maínez, intelectual literato, que publicó un libro en torno al tercer centenario de su muerte (1882), Teresa de Jesús ante la crítica, Madrid, 1880.

Aunque buen conocedor de los escritos de la Santa, no encontró en ellos nada digno de recordar: Teresa fue una pobre enferma de histeria; sus experiencias místicas, fruto de alucinaciones, o sea, visiones sin objeto; su obra reformadora, realizada con la ayuda de sus amigos ricos; sus mismos escritos, alabados por todos como únicos en la literatura mundial desde Fray Luis de León, eran literariamente incorrectos; no fue «santa y fundadora, e inspirada de Dios […] ni hizo bien alguno a España con sus rezos y sus conventos«, etc.

Creo que es una de las críticas más audaces y rabiosas, más injustas y torpes, más desenfocadas por el fanatismo ideológico en toda la historia del teresianismo científico. Según él, la madre Teresa era una pobre mujer «alucinada o alucinadora«, que había dejado»un legado de impertinentes desvaríos a las edades venideras«.

Y lo más lamentable y ridículo, leída su crítica desde los acontecimientos posteriores, es que hizo una profecía incumplida. «Nuestro trabajo, completamente nuevo y original -escribe-, será estimado por cuantas personas rindan culto a la ciencia y al progreso, y esto nos resarcirá con creces de los insultos y groserías que los fanáticos y los fariseos del catolicismo habrán de lanzarnos [….]. La sociedad española marcha hacia su perfeccionamiento moral e intelectual con empeño decidido, y cada año que trascurra será, por consiguiente, menor el número de afectos que contará santa Teresa«. Ironías de la historia, aviso para los que escriben hoy sobre Teresa con prejuicios ideológicos o amparados en los postulados de las ciencias del hombre.

Dejando aparte lo que otros han dicho y escrito, me atrevo a presentar lo que nos sigue diciendo ella, desde su mausoleo en Alba de Tormes y su cielo, a los hombres de nuestro tiempo. Ya sé que otros la están proponiendo como una revolucionaria y adelantada de su tiempo; una mujer libre e inteligente, que no tuvo miedo ni a la temida Inquisición, a la que criticó con fina ironía; como defensora del feminismo, exploradora de la psique humana y de la subjetividad, etc. Toda esa serie de hermosas cualidades personales y sus enseñanzas pueden ser una de las más significativas consignas para nuestro tiempo.

Pero, aun admitiendo la verdad de esas cualidades personales y enseñanzas doctrinales, propongo, como mensaje fundamental de la madre Teresa en este centenario, como lección magistral y necesaria para nuestro tiempo, que sus escritos revelan su condición de mujer mística en el sentido más pleno de la palabra diseñada por la teología. Los místicos cristianos -entre ellos Teresa de Jesús-, tienen «experiencia» de que Dios existe porque actúa en su vida, los convierte a una vida santa, les encomienda una misión y un destino que cumplir. En una palabra, son testigos de lo que han visto y oído, y algunos lo han comunicado en sus escritos, como santa Teresa de Jesús.

Dos paradigmas o espejos lejanos ilustran la actuación de Dios revelándose en la historia. De una manera cruda y torpe en el Antiguo Testamento, acomodada a la mentalidad de los hombres rudos de aquel tiempo; y de un modo más cordial y amoroso en el hombre Jesús de Nazaret. Por eso, con razón podemos considerar la vida de Teresa como una minihistoria de salvación personal, cuando en la Biblia Yahvé se reveló como salvador de un pueblo.

Desgraciadamente, muchos intérpretes, y no sólo desde la cultura popular, sino desde la neurología, la psicología o la psiquiatría, reducen el misticismo a los «fenómenos» físicos, como las visiones, locuciones, éxtasis, estigmas corporales; o las explican como simples alteraciones de la conciencia que generan esas mismas experiencias somatizadas. Que los investigadores de la psique humana sigan con sus propuestas desde la ciencia empírica; pero que escuchen también las que se hacen desde la teología, tenida por «ciencia» por los grandes teólogos medievales hasta nuestros días; y desde la historia de la espiritualidad, un grandioso y luminoso escenario en el que se visualiza la vida de tantos místicos y místicas «testigos» de un Dios trascendente a la materia, al mundo y al hombre.

Volviendo al caso de Teresa, ella ha tenido la fortuna de ser elegida para anunciar al mundo que Dios existe, que actúa en la historia, que se ha encarnado en el hombre Jesús de Nazaret; que en la Iglesia histórica sigue estando presente él y por eso persevera después de tantos siglos, no obstante la deficiencia de sus miembros y la torpeza de muchos de sus dirigentes, sin que hayan sido capaz de eliminarla ni las persecuciones ni los cismas y divisiones ni las herejías. Un germen oculto y divinal debe mantenerla en la historia y retener en su estructura personas carismáticas que recuerdan las verdades fundamentales del ser humano.

Teresa es sabia no por su cultura adquirida, mediocre si la comparamos con la ciencia que transmite en sus obras; ni siquiera por su extraordinario talento natural y su hermosa condición humana, sino porque ha tenido «experiencia» de un Ser que trasciende al mundo y al hombre. Su «inspiración» literaria no es una mera iluminación de su inteligencia racional y emocional. Tampoco es una ilustración divina que trasciende a la escritora y la reduce a mera mediación instrumental, como si Teresa escribiese al dictado del Espíritu Santo en forma de paloma. Teresa escribe como es porque el estilo es el alma de mujer que lleva dentro. Pero es verdad que su doctrina trasciende lo que es, sin que sepamos cual es el plus añadido a su genial modo de ser y de situarse ante la vida.

Esta es la gran lección que nos enseña la madre Teresa en el centenario de su nacimiento. Es útil en este momento histórico en el que parece que se oscurece, se niega y se persigue la fe en el Dios personal que predicó Jesucristo, que ha dado sentido a la civilización occidental forjada sobre las ruinas de la cultura grecorromana, la de los «bárbaros» pueblos germánicos y la floreciente cultura islámica en tiempos remotos. Ese triple elemento constituye los cimientos de nuestra cultura a la que colabora la humilde monja Teresa, sabia con la sabiduría de las verdades fundamentales del cristianismo.

Dios sigue hablando en los textos iluminados de Teresa, comunicando las verdades fundamentales que son, al mismo tiempo, racionales: Él como ser trascendente, el mundo y sus hermosas y grandiosas construcciones, el hombre que es capaz de crearlas. Muchos lectores de las obras de la madre Teresa, antiguos y modernos, han encontrado la fe desde el ateísmo práctico, el agnosticismo, la indiferencia y aun desde el ateísmo militante. La galería de «conversos» a la fe cristiana leyendo las obras de santa Teresa sigue en aumento. Éste sería un buen efecto del Vº centenario del nacimiento de esta mujer universal, patrimonio cultural y espiritual de la humanidad.

Daniel de Pablo Maroto

Carmelita Descalzo. «La Santa»

LA MÍSTICA TERESA, TESTIGO DE DIOS

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