En el principio existía el Verbo, la Palabra, hacedora de todo, según el evangelista san Juan. Santa Teresa, de haber escrito un Evangelio de Jesús de Nazaret, hubiera comenzado diciendo: «En el principio era el hombre». De ese «hombre» divinizado se enamoró ella de manera que, aun sabiendo que era Dios, propuso, sin saberlo, un axioma fundamental en la cristología científica: «Yo sólo podía pensar en Cristo como hombre» (Vida, 9, 6). Ella, tan afectiva y enamoradiza, necesitaba lo material, lo visible y corpóreo, lo sensorializado presente para poder iniciar un diálogo amoroso con quien sabía la amaba. El entendimiento le servía poco para iniciar un discurso racional o imaginario para «tratar de amistad» con Dios. Y es que el entendimiento no imagina, razona, y ella funcionaba más a base de intuición que le servía también para imaginar. Pero, sobre todo, utilizaba mucho el «sentimiento».
Ese modo de ser de sus facultades mentales, le llevó a servirse de la inteligencia emocional para el trato con su amado Jesús. «Tenía este modo de oración, que, como no podía discurrir con el entendimiento, procuraba representar a Cristo dentro de mí; y hallábame mejor -a mi parecer- de las partes adonde le veía más solo. Parecíame a mí que estando solo y afligido, como persona necesitada, me había de admitir a mí […]; en especial me hallaba muy bien en la oración del huerto; allí era mi acompañarle; pensaba en aquel sudor y aflicción que allí había tenido» (Vida, 9, 4).
Ese mismo «sentimiento» le llevó a enamorarse apasionadamente de Cristo-Hombre, de su «hermosura» física, que ella tuvo la suerte de descubrir en uno de sus «fenómenos» somatizados de la experiencia mística: las «visiones». «De ver a Cristo me quedó imprimida su grandísima hermosura, y la tengo hoy día». Hermosura de la Humanidad de Cristo que equilibró su desbordada afectividad que le llevaba al enamoramiento y a la dispersión del pensamiento y la imaginación, sin «intención de ofender a Dios». «Después que vi la gran hermosura del Señor -escribe-, no veía a nadie que en su comparación me pareciese bien ni me ocupase; que con poner un poco los ojos de la consideración en la imagen que tengo en mi alma he quedado con tanta libertad en esto, que después acá todo lo que veo me parece hace asco en comparación de las excelencias y gracias que en este Señor veía» (Vida, 37, 4).
Vengamos al día de la Resurrección del Señor. De la «meditación» en la vida del Cristo hombre, Teresa pasó a la experiencia del Cristo viviente porque era un hombre divinizado. No es Teresa la que busca a Cristo, sino que es él quien se le hacía presente en multitud de «visiones» y «revelaciones». Lo que impresiona a un lector sin prejuicios ideológicos es encontrar en la Autobiografía de Teresa que siempre veía, en visión intelectual no corporal (no con los ojos del cuerpo), a Cristo resucitado como un Viviente, siempre «en carne resucitada» y generalmente con gran «hermosura» en sus manos, su cuerpo entero, su «Humanidad sacratísima», con una «blancura suave, y el resplandor infuso, que da grandísimo deleite a la vista y no la cansa» (cf. Vida, 28, 1-5). Cristo no existe ya si no es como Resucitado.
«Porque si es imagen, es imagen viva, no hombre muerto, sino Cristo vivo -sigue diciendo-; y da a entender que es hombre y Dios. No como estaba en el sepulcro, sino como salió de él después de resucitado. Y viene a veces con tan grande majestad, que no hay quien pueda dudar sino que es el mismo Señor, en especial en acabando de comulgar» (Vida, 28, 8). «Casi siempre se me representaba el Señor así resucitado -sigue diciendo-, y en la hostia lo mismo, si no eran algunas veces para esforzarme si estaba en tribulación, que me mostraba las llagas, algunas veces en la cruz y en el Huerto, y con la corona de espinas pocas» (ib., 29, 4).
Textos como estos se encuentran abundantes en las obras completas de la madre Teresa, especialmente en su Autobiografía, donde los puede encontrar el lector interesado. Los que he recordado en este breve escrito ha sido con una doble finalidad: primero, vivir con mayor intensidad la celebración de la Pascua de Resurrección que celebra la Iglesia como conclusión de la concurrida Semana Santa. Y también como medio para un encuentro con santa Teresa en el Vº Centenario de su nacimiento. Y aun queda un curioso detalle en la vida de la Santa en relación con el día de Resurrección. En una de sus hojas sueltas, sus Cuentas de conciencia, recuerda una curiosa noticia referida a la vida de María en relación con el Cristo resucitado.
«Díjome que en resucitando había visto a nuestra Señora, porque estaba ya con gran necesidad, que la pena la tenía tan absorta y traspasada, que aún no tornaba luego en sí para gozar de aquel gozo (por aquí entendía esotro mi traspasamiento, bien diferente; mas (cuál debía ser el de la Virgen!); y que había estado mucho con ella, porque había sido menester, hasta consolarla«.
Es una noticia que no consta en ninguno de los Evangelios; pero hay que tomar esta supuesta «locución» con «revelación» con prudencia porque lo pudo leer en varias obras sin duda alguna conocidas por ella. Seguramente son reminiscencias de su lectura del Vita Christi, de Ludulfo de Sajonia (El Cartujano), o de los mismos Ejercicios Espirituales de san Ignacio de Loyola. Una curiosidad más en la vida de la madre Teresa.
Daniel de Pablo Maroto
Carmelita Descalzo – «La Santa»