LA TRISTEZA ES COSA INÚTIL
A un hombre ruso que cumplió 113 años, con todas sus facultades mentales y físicas en condiciones óptimas, le preguntaron por el secreto de su longevidad. Lo primero que ha dicho ha sido: «No te entristezcas con las pequeñas cosas de la vida». Es de sabios ahuyentar las tristezas que nos presenta la vida.
La Sagrada Escritura nos advierte que «todos los males vienen con la tristeza»y «la muerte viene con ella» (Ecl 38,19). No te entristezcas porque el Señor es quien nos conforta en el día de la tribulación. Y «la tristeza, como dice T. De Kempis, es cosa inútil» y no te traerá ningún bien. De ahí que no hay que entristecerse por un simple fracaso o porque las cosas no marchen como deseamos.
El compañero de la tristeza es el desaliento. Satanás exhibió a la vista de los diablos las varias «herramientas» que ellos pueden usar para desviar a los hombres: el orgullo, el odio, los celos, el sexo, la droga, el alcohol, el poder político, el dinero, etc. Una exposición de verdad impresionante. Cerca de estos medios principales, había una herramienta pequeña y casi inadvertida. Uno de los diablos preguntó: –¿Qué es esto, y para qué sirve? –Es un medio sumamente valioso: -explicó Satanás– sirve perfectamente cuando los demás medios fallan, se llama: el desaliento. Gracias a él, Satanás logra que mucha gente buena se pase la vida sin hacer nada. Y esa gente se pregunta: ¿Por qué debo arriesgarme yo, cuando nadie se arriesga?
Jesús nos animó a tener valor, ya que él venció al mundo (Jn 16,29). Mas ¿cómo vencer el desaliento y la tristeza?
Cuando le asaltaban ideas de desánimo y desaliento Madame Curie, repetía: «Si resistí ayer, también seré capaz de resistir hoy, y lograré resistir mañana». Y en esa «universidad del sufrimiento» aprendí una gran lección: vivir sólo un día cada día.
Carmen Conde, de la Real Academia Española, ha dicho al periodista que le hacía una entrevista: «No te permitas nunca vivir sin ilusión. Te volverás triste. Y estar triste es pasajero, pero ser triste es… casi pecar». Hay muchos remedios para combatir la tristeza. Entre ellos está el trabajo y ayudar a los demás. Estar ocupado es un medio excelente para no caer en la tristeza.
A Einstein le preguntaron cuál era su fórmula para producir tan excelente rendimiento en sus trabajos, y la explicó así: «Mi fórmula es trabajar mucho; callarme la boca; y descansar a tiempo». Un día llegó un desconocido a pedirle trabajo en su empresa, y le fue negado. Entonces aquel hombre le dijo a Andrés Carnegie antes de despedirse: «Le dejo una idea. Póngala en práctica, y si le produce buen efecto, me regala después algún dinero para mi sostenimiento. La idea es esta: Cada día haga la lista de las cosas que tiene que hacer, y hágalas según el orden de su importancia». Poco tiempo después aquel desconocido recibió una gran cantidad de dólares, porque el Sr. Carnegie había notado que aquel buen consejo le estaba produciendo maravillosos resultados.Cuando se trabaja con gusto y con amor, no hay cansancio.
T. Edison, que trabajaba 18 horas diarias y que muchas veces comía y dormía en el laboratorio para no suspender sus trabajos de investigación, sentía que el trabajo no le fatigaba porque lo hacía con verdadero gusto y agrado. Y exclamaba: «Yo nunca sentí que estaba trabajando. Para mí el trabajo era una diversión». Hay otro medio bien sencillo para curarse de la melancolía, según afirma Adler: «Podrá curarse de su melancolía en 14 días si cumple esta prescripción: Pensar cada día el modo en que pueda ayudar más a los demás».
Carlos Jung declara: «Una tercera parte de mis pacientes que sufren de tristeza y melancolía, deben esa enfermedad sicológica a que carecen de razones suficientes para vivir y de motivos que los lleven a actuar a favor de los demás». La receta es fácil de cumplir y además es ventajosa, pues todo lo que se hace en beneficio de otros queda como ganancia para el que obra.
El proverbio chino dice: «Siempre queda un poco de fragancia en la mano que obsequia rosas».
El Dr. Link, director del gran Centro Sicológico de Nueva York, escribió: «Ningún descubrimiento psicológico moderno he conocido tan importante como este: que el esforzarse por hacer más sanamente feliz la vida de los demás, contribuye a conseguir al mismo tiempo la propia felicidad».
Zoroastro repetía con frecuencia: «El hacer bien a los demás, el tratar bien a todos, es fuente de alegría porque aumenta la propia felicidad».
Rockefeller se había dejado dominar por las preocupaciones y era un esclavo del dinero. En el trabajo se volvió frío y antipático y su salud empezó a empeorar. Los médicos le dieron a elegir entre el dejar de preocuparse y recuperar la salud, o el seguir preocupándose y ser derrotado por la enfermedad. Fue entonces cuando empezó a dejar de preocuparse, a hacer ejercicio físico y a descansar lo necesario, cosas estas que le dieron la vida. Empezó a trabajar en el jardín. Aprendió a jugar golf. Practicaba diversos juegos. Cantaba y hablaba con los vecinos. Pero aún hizo algo mucho más efectivo: en sus largas horas de insomnio se había puesto a pensar: hasta ahora sólo he buscado ganar dinero para mí. ¿Por qué no dedicarme a ayudar a los demás? Y esa fue su salvación. Comenzó a pensar en cuanta felicidad humana podría conseguir para los demás, regalando su dinero. Todo lo que se piensa hacer por los demás, no hay que dejarlo para el futuro, para cuando mueran, ahora, en vida, es el tiempo propicio. Para hacerles felices a los otros, para demostrar el cariño, para regalar una flor, hay que aprovechar el momento presente.
El juguete roto
Cuando los otros reaccionan desproporcionadamente a lo ocurrido, pensamos que exageran y tratamos de consolarles diciendo que no es nada, que no hay que dar tanta importancia, que ya se pasará… Sin embargo cuando nos toca a nosotros, las cosas cambian. Entonces, por cualquier cosita, el mundo se nos viene abajo y no sabemos cómo salir de esa gran tragedia…
Se juzga de distinto modo el actuar del otro al modo de obrar de uno mismo. Para nosotros siempre tenemos disculpas, por muy grandes que sean los errores; para los otros, aunque sea pequeña la falta, no hay justificación. ¡Invirtamos, pues este proceso!
Despegarse
El ser humano ama toda clase de apegos a personas, ideas, lugares, conocimientos, etc. y si vamos a examinar las relaciones del alma, debemos tener en cuenta su amplia gama de amores e inclinaciones. Sin embargo, si bien el alma se hunde con exuberancia en sus apegos, algo en ella también se mueve en otra dirección, mostrando y sintiendo gran resistencia a apegarse y quedar aprisionada.
El alma manifiesta de muchas maneras su tendencia innata al apego. Una de ellas es la predilección por el pasado y la resistencia al cambio. Así muchos no se deciden a dejar su ciudad natal, el hogar, un trabajo… Inclusive la persona apegada puede llevar una vida cómoda, de paz, sin grandes pretensiones pues el apego, mientras existe, es la razón de su existencia. Sin embargo, no todos somos iguales. Para unos el hogar es sagrado, un pedacito del Edén; para otros es una prisión de la que hay que escaparse cuanto antes mejor.
El alma está apegada a la vida en todos sus detalles. Prefiere la proximidad al distanciamiento. El alma está siempre apegada a lo que en realidad ocurre, no necesariamente a lo que podría pasar o lo que ha de suceder. Los sueños retratan a veces nuestro apego al pasado.
A veces el apego va acompañado por la emoción de la melancolía. Como melancólicos nos pone también el recuerdo del pasado. Somos así, lo que nos agrada, lo que nos esclaviza nos deja un gran poso de tristeza. A lo largo de los siglos, la melancolía se ha visto como un estado característico del alma. El apego, por supuesto, no siempre es problemático. Puede haber un profundo placer en añorar el pasado y entregarse a los recuerdos. El apego a personas, lugares y objetos puede parecernos una carga. El encuentro con un amigo de la infancia, el tocar y oler nuestra tierra y nuestro pasado despierta los más nobles sentimientos. Pero el apego muchas veces nos esclaviza y no nos permite gozar de las personas y de las cosas.
Despegarse para ser libre, es una tarea de cada día y de mucho tiempo. El ser humano se forja, para el bien o para el mal, poco a poco. El ejercicio diario, la repetición de actos, nos hace virtuosos o viciosos. Nada grande se logra de repente, todo requiere su tiempo y su esfuerzo. Sin disciplina no se llega a ninguna parte.
«Si el hombre buscara a Dios como busca al dinero, pronto lo encontraría», nos recuerda san Juan de la Cruz.
EUSEBIO GÓMEZ NAVARRO, O.C.D
¿POR QUÉ A MÍ?¿POR QUÉ AHORA? Y ¿POR QUÉ NO?
SENTIDO DEL SUFRIMIENTO
II. ACTITUDES ANTE EL SUFRIMIENTO: LA TRISTEZA ES COSA INÚTIL