EL POR QUÉ DEL SUFRIMIENTO Y EL SILENCIO DE DIOS
El célebre artista-humorista Coluche hizo posible que comieran cada día y durante todo un invierno, en Francia, unas cien mil personas pobres. El presidente de la Asamblea Francesa dijo: «Coluche, que conoció situaciones extremas, nunca se olvidó de la miseria que había pasado en su infancia. Ni se olvidó nunca de quienes pasaban necesidad. Las adversidades no le amargaron la vida, sino que aprendió de ellas para forjarse a sí mismo y ayudar a los demás».
El sufrimiento es malo. Toda persona huye de él y con él llega la zozobra, la inquietud, la desgracia. El sufrimiento es uno de los grandes misterios que arranca de la creación misma. Muchos sufrimientos se pueden localizar, tienen una causa determinada. El que sufre de cirrosis por culpa del alcohol; el que se enferma de cáncer del pulmón, por haber fumado en cantidad. A otros no se les encuentra explicación y forman parte de un mundo en devenir que Dios conduce hacia la plenitud. Sabemos que toda la creación gime y está en dolores de parto hasta el momento presente; gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción filial, la redención de nuestro cuerpo(Rm 8,22-23).
El mal se presenta al ser humano como algo absurdo y sin sentido. ¿Por qué? Ésta es la pregunta del que sufre, «es la más antigua de las cuestiones terribles de la humanidad«, segúnafirmó P. Claudel.
No tenemos que olvidar, por otra parte,el valor pedagógico del sufrimiento, pues quizá tenga un poco de razón el proverbio griego: «He sufrido, he aprendido» o lo que tantas veces hemos oído: «la letra con sangre entra», aunque entra, por supuesto, mucho mejor con amor. Sin embargo, hay que reconocer que el mal, el sufrimiento, es, a veces, el mejor maestro para quien anda en la escuela del dolor; el dolor puede cambiarnos, hacernos mejores o peores, según se encaje. En lo humano y mucho más en lo sobrenatural, el dolor puede llegar a ser uno de los grandes motores del ser humano.
El sufrimiento nos hace buscar la trascendencia, a Dios, «sea mil veces bendito el sufrimiento que me ha acercado a Dios», escribe desde su dura experiencia Francois Coppée. Luís Rosales afirmaba que «los hombres que no conocen el dolor son como iglesias sin bendecir».
El sufrimiento, igualmente nos obliga a abrirnos a los demás, a no cerrarnos en nuestra concha. Debieran educarnos para saber llevar el sufrimiento. El sufrimiento, cuando se acepta, une a las personas, abriéndolas a la compasión, y haciéndolas más maduras y humanas. Por eso recalcaba Tommaseo: «el hombre a quien el dolor no educó, siempre será un niño».
El célebre actor de cine Anthony Perkins al final de su vida afirmaba: «Hay muchas personas que piensan que esta enfermedad es una venganza de Dios, pero creo que ha sido enviada para enseñar a la gente como ha de amar.Aprendí mucho más sobre lo que es el amor, la abnegación y la comprensión humana de la gente que he conocido en el mundo del sida, que el mundo competitivo y brutal en el que he pasado mi vida».
Aunque nos vienen grandes bienes con el sufrimiento, no todos podemos decir como Baudelaire: «Bendito seas, Señor, que das el dolor«.
Con frecuencia somos incapaces de expresar nuestros sentimientos cuando gozamos y sufrimos. Sabemos para qué sirven los médicos, pero no sabemos para qué sirve el sufrimiento. Es difícil dar una explicación sobre el sufrimiento. Frecuentemente oímos decir que Dios envía los sufrimientos, unas veces como castigo y otras como purificación. Esta idea de Dios es radicalmente falsa.
Dios, como dice el libro de la Sabiduría, es «amigo de la vida»(Sb 2,26). Dios nos quiere sanos y entra dentro del plan de Dios el que el ser humano busque la salud. El mismo Jesús recorría toda Galilea curando toda enfermedad y dolencia (Mt 4,23) y una numerosa multitud afluía para ser curados de sus enfermedades (Lc 5,15). A su encuentro los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan (Lc 7,19-22). Jesús nos trajo nueva vida y desde entonces cuando sufrimos con amor y por amor, nos volvemos redentores.El sufrimiento siempre tendría que provocar en nuestras vidas amor.
Con acierto explica F. Varone que el sufrimiento humano no tiene para Dios ningún valor compensatorio ni reparador: no constituye placer ni exigencia jurídica de Dios y este es un dato importante que debemos empezar a retener. El mal no viene de Dios, sino que, me atrevo a decir, es causado por la naturaleza y el propio ser humano. A pesar de todo, tenemos que creer que cualquier situación no escapa al amor de Dios. Por el contrario Dios se hace presente en nuestra vida siempre como anti-mal (E. Schillebeeckx) y él se hace presente en los momentos de dificultad.