Hace unos días escuché una curiosa expresión a un monje argentino simpático, que se llama Mamerto Menapace, hablaba de lo que somos y nos llevamos cuando morimos:
«El pijama de madera no tiene bolsillos…» En el ataúd, siniestra palabra, es estúpido pretender aprovisionarse, como los egipcios y otras culturas, para ese incierto viaje al más allá. No hay bolsillo en el que guardar una linterna, una aspirina, un bocadillo de jamón o de tortilla española, un mapa. No. Hay que aceptar irse sin nada.
Esa palabra que tanto pánico nos da: NADA, desnudos.
Mientras subimos a Jerusalén, expresión del mismo Jesús, mientras caminamos hacia la Pascua, no siempre entendemos aquellas palabras del hermano Roger:
«Quien escucha, tanto de día como en las vigilias de la noche, y acoge los dones del Espíritu Santo, descubrirá que con casi nada, lo tiene todo».
Me pregunto yo si no será verdad aquello que decía mi tía: «desde que tenemos algo de dinero, estamos menos alegres y más desunidos…» Sabias y, tristemente, ciertas las palabras de mi tía. Y es que parece que una epidemia de tristeza necrosara, asfixiara las vísceras de millones de «gentes», de humanos viandantes, que olvidamos el regalo que trae tener los bolsillos vacíos, para estar siempre en disposición de acoger y recibir el mejor don: la vida por nada.
Lo dice bellamente el obispo de Matogroso, Casaldáliga, en los dos poemas con los que os dejo:
No tener nada / No llevar nada / No poder nada / No pedir nada / Y, de pasada, / no matar nada, / no callar nada…
Yo me atengo a lo dicho: / la Justicia / a pesar de la Ley y la Costumbre, / a pesar del Dinero y la Limosna. / La humildad, / para ser yo, verdadero. / La libertad, / para ser hombre. / Y la pobreza / para ser libre. / La fe, cristiana, / para andar de noche, / y, sobre todo, para andar de día. / Y, en todo caso, hermanos, / yo me atengo a lo dicho: / ¡La Esperanza!