Estos días ha llegado a mí muy refotocopiada una carta humilde de Fernando Azuela, que tal vez algunos conozcáis, escrita a sus hermanos jesuitas, para darles las gracias por su cercanía durante los años de depresión que ha sufrido. Aparte del precioso gesto, me llama la atención que la carta es para dar gracias por una depresión de 8 años.
Cuenta lo mal que se ha sentido en ese tiempo como inutilidad, nada, desánimo, falta de fe… Una espada de tristeza adentro y un sinsentido de todo… como un automóvil sin pilas, sin gasolina. Pero el sentido de toda la carta es de dar gracias, y esto es lo que me conmueve… «Gracias a la depresión vivo ahora colgado de Dios». Como si ese tiempo le hubiera regalado un despertar, la capacidad de reencontrar nuevamente el rumbo.
Estamos terminando el curso, y, además estamos en mayo, primavera… me pregunto cómo vivir bien este tiempo que se me regala, cómo disfrutar de cada momento con intensidad, sin desviar la mirada, sin dejar de acoger el regalo que hay en cada esquina. ¿Cómo ser yo… sin miedo, tal como Dios me quiere, sin que mis pulmones respiren encogidos, entrecortadamente?
Efectivamente, mi enemigo número uno para vivir con paz y disfrutar se llama miedo. Hay en mí muchas clases de miedo, ¿para qué negarlo?. Tengo miedo de perder el equilibrio, de que la imagen que tengo de mí o que los demás tienen se rompa, miedo de querer, de confiar, de tropezar, de sufrir… miedo de no saber qué me aguarda más allá, de no ser querido..
Cuando leo la carta de Fernando Azuela, delante de mis miedos, algo me dice que todo puede ser fuente de vida, con tal de ser humildes, y esperar, y acoger.
También me llegó estos días un cuento muy simple, que me queda como un proyecto para todo el año:
El cántaro estaba roto, y no llegaba demasiada agua al lugar donde había que regar… Así un día y otro día. En una ocasión el cántaro se lamentó al dueño de su mal servicio, pensando que cualquier día prescindiría de él, porque no servía casi nada. El dueño del cántaro le dijo: observa el camino por el que venimos todos los días y comprueba, que el agua que por tu roto se derramaba ha ido regando el seco suelo, y ha hecho germinar flores a todo lo largo del sendero. Tu roto ha permitido que el agua regara la tierra seca donde tú no pensabas.
¡Ojala nosotros aprendamos a ver la vida que brota de nuestros rotos!