Si tuviéramos fe…

No sabemos muy bien qué es tener fe. Nos inquieta mucho la duda, no ver claro, y nos cuestionamos sobre preguntas que en otro tiempo teníamos claras. «Tengo dudas de fe», decimos acusándonos. Como si no fuera normal. «La duda no tiene nada de alarmante» dijo bellamente el hno Roger de Taizé. La fe consiste en buscar, preguntarse, estar a la escucha, no como quien ya ha llegado. La fe es un talante, un estilo de vida. Tiene mucho que ver con la capacidad de creer lo inesperado, con la capacidad de sorpresa. No es cumplir normas, por supuesto.

Es fiarse de Él, del Dios de la vida, un Dios que cree en el ser humano, mucho más de lo que creemos nosotros, cree en mí y en ti, invitándote a un comienzo nuevo cada mañana, cada momento.

Es un pecado contra la fe vivir resignados, como se decía antes, sin descubrir el secreto de este momento, sin pensar que estemos aquí para redescubrir la alegría en nosotros y en los demás.

Hay cristianos que demuestran un gran sentido fatalista del ser humano: todo está mal, son pesimistas, no tienen sentido del humor para mirarse a sí mismos y dar otro aire a las cosas. Agarrotados, encogidos por miedo o falta de imaginación.

Me maravillan esas personas que demuestran una inquebrantable fe en el ser humano, que, igual que Dios, se muestran siempre esperanzados respecto a las posibilidades de los otros.

Hace pocos días pensé en mi falta de fe, al leer de nuevo el ejemplo de Wilma Rudolph:

La número 20 de 22 hermanos, de una familia pobre de color de Tennessee. A los dos años contrae la poliomielitis. Su madre y ella cuatro veces a la semana se trasladan a cuarenta Km. para que aprenda a andar en un centro sin garantías. A los ocho años vuelve a andar con muletas, luego con bastón y más tarde sin el zapato ortopédico. Se liberó en cuerpo y alma de la enfermedad. En 1960, con 20 años Wilma Rudolph, la «gacela negra» ganaba tres medallas de oro en los juegos olímpicos de Roma. Gracias a su tesón, sí, pero sobre todo, gracias a la fe de una mujer escondida, su madre. Wilma pasó a la historia, su madre quedó en la sombra. ¿Qué la fe no hace milagros?

Me encantaría tener esta fe silenciosa. Esta fe en la vida, en Dios, es la que tenemos que desenterrar y despertar.

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