La risa sana es como una explosión, una fiesta, como una ola que rompe, que despierta a la vida.
Estoy pensando por qué mucha gente ve fantasmas y duendes en todo lo relacionado con la Iglesia, por qué el ambiente de algunas de nuestras iglesias no deja traslucir la fiesta de la que tanto hablamos, por qué muchos no ven en primer lugar sino la sospecha, la desaprobación, el reproche, la negación de la alegría, del placer… ¿Acaso Cristo vino para hacernos tan responsables que a fuerza de responsabilidad perdiéramos la capacidad de disfrutar de las cosas, como saben hacer los niños?
¿No es más bien su reproche que hemos dejado de bailar cuando hay que bailar y de llorar cuando hay que hacerlo?
La risa sabe a frivolidad para mucha gente.
Muchos recordáis la película del Nombre de la Rosa. Toda la trama discurre tratando de esconder el libro de la risa de Aristóteles. Algunos que tratan de leer el libro van muriendo, porque ha sido envenenado. Se esconde el libro con la siguiente argumentación: la risa mata el miedo, y el miedo es la base de la religión.
Esta expresión nos estremece, y nos recuerda una religión paralizante. Concebida así no es extraño que muchos hayan optado antes por vivir, que por tratar de superar las exigencias de un Dios así imaginado, al que la risa de los hombres le duele en el estómago.
Ese no es el Dios de Jesús. Todo su mensaje es éste: Talita Kumi (levántate) / Effeta (ábrete) / Abba (Papá). Todas sus palabras son una invitación a vivir en plenitud.
Dios se ríe también en la persona de un niño indefenso de la parafernalia de Herodes, y lo que más duele a Herodes y a todos los que no saben reír en esa libertad, es la ausencia del miedo. Un pueblo que sabe reír y cantar y bailar es augurio de esperanza, de vida: es un pueblo libre.
Yo creo en un Dios comprometido con la vida, con la risa del hombre y la esperanza. Lo siento, pero ¡no tengo miedo!