Hoy, día de la mujer trabajadora… no puedo evitar recordar… a tantas mujeres que desde pequeño se quedaron grabadas en mi memoria. Mujeres silenciosas, esforzadas, encallecidas, luchadoras, sensibles, maniáticas, etc. que pasaron a mi lado y me dejaron la huella de un quehacer que casi nunca supe valorar, porque no era el tiempo de conceder valor al trabajo para el niño que solo entendía de sus emociones y sus juegos.
Hoy las repaso, junto a vosotros, con aprecio…
Recuerdo a la mujer cargada todos lo días con las bolsas de la compra, que nunca admitió el regalo de un carrito de compra, porque no hacía falta: mi madre.
La mujer que, mientras fregaba los cacharros de la comida lloraba por su mejor amiga recién fallecida por una mala transfusión de sangre: no digo quién era.
La mujer que vendía quesos a la entrada del mercado. Siempre allí, viva y sonriente, ofreciéndonos probar a mis hermanos y a mí alguno de aquellos quesos, cuyo sabor todavía me dura.
Pili, que vendía carne también en el mercado, mujer siempre de negro por algún familiar cercano, a la que pedíamos las sobras de carne para los gatos. Pili la del bofe, decía mi madre.
La mujer que vendía golosinas a la salida del cole, a la que hacíamos de rabiar pidiéndole cosas que no existían, para que saliera del kiosko y nos persiguiera.
Carmen, la cartones, hasta altas horas de la madrugada recogiendo cartones y durmiendo en cualquier esquina. La recuerdo con las gotas de lluvia cayéndole por el pelo. Me han dicho que hace poco la atropelló un coche, y que ya no se la ve por las calles.
Aquella monja de clausura, aparentemente inactiva y orante. Que, al despedirse, me acarició con ternura y me hizo notar la aspereza tremenda, como de lija, de sus manos, señal de tantas horas de trabajo callado, no reconocido.
Aquella mujer sin nombre, doblada por el peso del haz de leña, que subía la cuesta de un montecillo de Galicia, en pleno camino de Santiago. Era anciana y cargaba el peso de un hombre fuerte, inclinada hacia tierra daba la impresión de una increíble grandeza de alma.
Tantas y tantas mujeres que no caben en este papel… ni en ningún homenaje..
Brindo por todas ellas… para que sus lágrimas, sus sueños, sus quebrantos, sus decepciones… nos pongan en pie.
Hoy me atrevo a prometer delante de Dios, que cuando la vida me sea especialmente dura, cuando no me alcancen las fuerzas, pensaré en todas ellas o en una sola de ellas, para no quejarme estúpidamente.
Una flor por cada una de ellas… y un beso.