Secundino Castro
Teresa de Lisieux sigue siendo un fenómeno inexplicable; me refiero a la atracción universal, que desde el día de su muerte ha ejercido sobre el mundo. Con una existencia tan breve como la suya, y con la herencia de unos pocos escritos ha cautivado a la humanidad. Sin duda, es uno de los personajes más famosos de la tierra. Nos cuenta que leyendo la vida de Juana de Arco sintió que ella también estaba llamada a la gloria, a lo grande, pero que esa grandeza iba a consistir en esconderse, en ocultarse por Jesús. En ese fraguarse en el amor secreto, resultó una existencia humana y religiosa llena de encanto. Su figura atrae quizás porque es una expresión de lo divino en la línea de lo dulce y de lo bello, de lo accesible. Lo divino se ha hecho presencia en un rostro y ademanes elegantes, en gestos ultrafinos, en transparencias de cristal.
Es la trascendencia, el más allá, en el acá frágil, delicada como una flor, fugaz como un perfume veloz; una aurora rápida, una brisa fresca de mañana primaveral, una colina frente al mar. Es una mujer fuerte y vigorosa con facciones y voz de niña. Así lo declaraba una de las religiosas de Lisieux y quienes prepararon su cuerpo para la sepultura. Teresita es como un sueño, una novela católica, decían los comunistas de Mao para evitar que los chinos se apasionaran por ella. Aunque diga cosas con las que en principio no estás de acuerdo, al final terminas por darle la razón.
Teresita es el evangelio hecho juventud, un calco de la Virgen María, rumor del Espíritu Santo, que algunos consideran “lo femenino” de Dios. La ética cristiana hecha sencillez, la gracia en forma de mujer, la fe como primavera. Fuerza de Dios en la pequeñez de lo cotidiano, la atracción irresistible de la pureza. Lo humano en su fulgor de sabiduría e inocencia. “Todo el mundo me amará”, dijo un día.
Quizás resulte tan atrayente, tan atractiva porque su cielo se lo está pasando en la tierra. Amiga de las flores, prometió una lluvia de rosas. Prometió flores, ella que conoció la escarcha, los fríos del cuerpo y del alma. Le gustaba que la llamaran madre de los pecadores. Vivió con el corazón en las alturas y los pies en el polvo de la tierra.
Pero después de todo, me sigo preguntando, ¿dónde se halla la raíz de su atracción? ¿En ser un capricho de Dios para la Iglesia y la humanidad porque su fascinación no conoce límites? Pero ese capricho consistió en hacerla vivir sólo para amar. Teresita fue el amor. Eso quería ser ella en la Iglesia. “En el corazón de la Iglesia, mi madre, yo seré el amor”. Desde esta perspectiva podemos ver en ella la encarnación de la mujer del Cantar, de la Virgen María, de la Samaritana, de María la hermana de Lázaro, que ungió a Jesús, de la Magdalena, de la Iglesia bajo el rasgo de mujer, san Juan de la Cruz en femenino.
Pero sigo sin dar respuesta a mi pregunta. Me terminaré acercando al misterio, en poesía libre, en versos, que no son versos, en prosa poética mal rimada, con perdón de la literatura; en palabras de admiración, en lírica de emoción incontenida, sin reglas, palabras en rubor, palabras del alma, al viento:…
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