Orando con Teresa el momento presente

«Recuperad, Dios mío, el tiempo perdido con darme gracia en el presente y porvenir, para que parezca delante de Vos con vestiduras de bodas, pues si queréis podéis» (Santa Teresa, Exclamaciones 4, 2).

Las Exclamaciones son el salterio de Teresa. Breve salterio personal: 17 oraciones de corte y contenido sálmico.

Los Salmos bíblicos son oración intensa, dirigida a Dios por el salmista desde la entraña de la propia vida o desde la historia social de sus hermanos. En la liturgia cristiana son a la vez oración envolvente: oramos cada Salmo reviviendo la experiencia religiosa del salmista y la historia del Pueblo de Israel. Y compartimos esa oración con cuantos solidarizan con nuestra experiencia de la vida, en la familia, o en la Iglesia, o en la calle y la sociedad.

Lo mismo, en esta Exclamación de Teresa o este último fragmento de su salmo. También ella ora a Dios desde lo vivido. Y su oración es envolvente. Leyendo el clamor doxológico de su exclamación, empatizo con su oración, orando con y como ella. Incluso, pasando su plegaria al plural: Recuperad, Señor, nuestro tiempo perdido…, dadnos vuestra gracia…, que comparezcamos delante de Vos con veste de bodas…

Ante todo, su oración es una palabra dirigida a Dios: de ahí que arranque con el espontáneo»¡Dios mío!» inicial. Invocación sencilla, pero entrañable. Teresa a Dios no lo tutea, pero sí «lo trata», conversa con Él, presente y conversable, nunca ausente. Tan cercano, que se vuelve íntimo. Puedo decirle: «¡Dios mío!», o también, un prolongado»¡Padre nuestro!», como cuentan hacía ella, orante, en el carromato de sus fundaciones…

Y ante Él surge, casi incontenible, la mirada retrospectiva sobre lo ya vivido. La carga del pasado que nos pesa dentro, y que se hace más incumbente al actualizarnos en su presencia. Teresa no añora ese pasado, quisiera «recuperarlo» para mejorarlo ante Él y poder ofrendárselo. Ha comenzado la presente exclamación recordándolo: «¡Qué tarde se han encendido mis deseos y qué temprano andabais Vos, Señor, granjeando y llamando para que toda me emplease en Vos!». Requiebro que es como un eco del «¡Tarde te conocí!» de san Agustín. Imposible recuperar ella, por sí misma, ese «tiempo perdido». Por eso lo confía a Él: «Recuperad Vos, Dios mío, el tiempo que yo he perdido».

Leyendo, es tan fácil al lector solidarizar orando con y como ella. Abandonando en manos de Él los avatares de nuestra vida pasada. «En tus manos, Señor», como oró Jesús en la cruz. Pero el centro de gravedad de su Exclamación es «la petición de su gracia». Teresa la siente como una necesidad sin fronteras: gracia para el pasado, para el presente, para el porvenir. Sin el oxígeno de su gracia, imposible poner a salvo nuestro pasado, ni respirar en nuestro presente, ni proyectar o esperar nuestro futuro.

Y por fin, el anhelo de la parábola evangélica: «la vestidura de bodas», para «comparecer delante de Vos». Ella se lo dice al Señor como el leproso en el Evangelio de Mateo (8,2): limpiadme y vestidme, «pues si queréis, podéis». De suerte que así su oración personal -y la nuestra- se funden con el episodio y la palabra evangélicas. Aunque tal vez se nos haga duro, también nosotros nos asociamos al leproso para decirle a Jesús: aseadme, Señor, lavadme por dentro, sanadme.

Y, de seguro, resonará allá en el fondo de nuestra actitud orante la respuesta de Jesús al leproso: «Sí, quiero, ¡queda limpio!» (Mt 8, 3).

Tomás Álvarez

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