11. ¿Cómo escuchar la Palabra de Dios?

El Espíritu nos enseña a orar. Pone en nuestras manos y bocas la Palabra de Dios. Dios es Amor, y el amor es comunicación, diálogo, palabra cercana y entrañable que nos ha dicho en Jesús. Sabemos que Dios nos habla en la Escritura y en la liturgia, en el periódico y en el hermano, en el tráfico de la ciudad y en el secreto del propio corazón. Por eso tenemos que colaborar con el Espíritu aprendiendo, con nuestro esfuerzo, su lenguaje.

ESCUCHAR, TODO UN ARTE

Una experiencia humana de base. Escuchar es mucho más que oír. La escucha supone disponibilidad. Quien decide escuchar tiene que hacer espacio y silencio en su interior; abrir no sólo los oídos, sino la mente y el espíritu; ponerse en actitud de diálogo; en deseo de compartir alegrías, penas, dudas, seguridades; supone, por fin, voluntad de compromiso. «El primer sentimiento simple que quiero compartir con vosotros es lo que disfruto cuando realmente puedo escuchar a alguien. Me pone en contacto con él, enriquece mi vida» (C. Roger).

La Palabra es sobre todo revelación y presencia de Dios en la historia. La Palabra de Dios es la vida: Dios, al crear la vida, ya está comunicándose con nosotros, diciéndonos su Palabra: ¡Vive! «Lo que sucede es que el pecado nos vuelve ciegos y sordos frente a esa Palabra incapacitándonos para encontrarlo presente en la realidad» (San Agustín).

La Palabra de Dios es su Hijo. En Él nos muestra su intimidad, sus planes de salvación. «Dios habló a nuestros padres en distintas ocasiones y de muchas maneras por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo» (Hb 1,1-2).

Orientados hacia la escucha: cada palabra de Dios dicha y creída por el hombre pone en marcha la oración: «Habla, Señor, que tu siervo escucha» (1Sm 3,5). Nada desea tanto Dios sino que le escuchemos. A lo largo y a lo ancho de la Escritura resuena este estribillo: «Escucha Israel, el Señor es nuestro Dios, uno es el Señor» (Dt 6,4).

Quien escucha de verdad responde después filialmente.

Poner la vida a la escucha de la Palabra:

  • Escuchar la Palabra es construir sobre roca (Mt 7,24).
  • Escuchar la Palabra exige ponerla en práctica (St 1,21-22).
  • Si la Palabra permanece en nosotros, lo que pidamos lo recibiremos del Padre (Jn 15,7).
  • Somos fruto de la Palabra (1 Pe 1,22-23).

¿CÓMO PREPARAR EL TERRENO?

Recordando la Parábola de la semilla (Mt 13,1-9). Preparación de los pasos previos:

  • De la superficialidad a la hondura:
    • del ruido al silencio.
    • salir de la ausencia para entrar en la presencia
  • De la pasividad a la creatividad:
    • de lo mortecino a la vida
  • Del individualismo a la comunión
    • del yo a la relación con el Otro y los otros

SABER LEER LA PALABRA

Pidiendo luz al Espíritu para no leerla ni escucharla al estilo de otras lecturas; para no acercarnos con sentido crítico ni docto; para descubrir en ella la voluntad del Señor sobre nosotros.

Tomar conciencia de que hacemos lo que el sembrador. Cada semilla hay que depositarla en la tierra en la forma y en la cantidad precisa. Por eso al leer la Palabra tengamos en cuenta:

  • Encontrar un ritmo de lectura.
  • Leer despacio.
  • Dar un tono apropiado al texto que leemos.
  • Comprender lo que se nos dice.

SABER ACOGERLA

La Palabra, como la simiente, es como un niño que precisa de todos los cuidados para que arraigue en la vida y crezca. Para escuchar la Palabra necesitamos:

  • Recordarla. Repetirla en nuestro interior.
  • Pasarla a nuestro corazón, intentando sintonizar con los sentimientos que tuvo, por ejemplo, Cristo en el momento de pronunciarla.
  • Recorrer con la Palabra nuestra vida, dejarla que penetre hasta los rincones de nuestro vivir, sobre todo, los más resecos.
  • Dialogar con la Palabra. Esa misma Palabra que Dios nos ha dicho devolvámosela a Él. Entablemos conversación amistosa con Él, como hizo la Samaritana.
  • Quedar silenciosamente en la presencia de Dios, sintiendo su mirada de amor sobre nosotros.

LOS FRUTOS DE LA ESCUCHA

Quien escucha vive: «La Palabra de Dios es viva y eficaz y más cortante que espada de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas, y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón» (Hb 4,12).

Quien escucha tiene una vida fecunda: «Como empapa la lluvia la tierra y la fecunda, así será mi palabra, la que salga de mi boca, que no tornará a mí de vacío, sin que haya realizado lo que me plugo y haya cumplido aquello a que la envié» (Is 55,10-11).

Quien escucha la Palabra de Dios se compromete a escuchar:

  • A los hermanos: Dios nos habla a través de ellos: de sus ilusiones, de sus problemas, de sus carencias o vivencias de fe.
  • Los acontecimientos que puedan estar pasando en el mundo y en tu pequeño mudo.
  • El Magisterio de la Iglesia, a través de la palabra del Papa, de los obispos o de los documentos eclesiásticos.
  • A uno mismo, el cuerpo, los estados de ánimo, las sensaciones de cansancio, dolor, armonía, inquietud; los motivos profundos. También por medio del cuerpo Dios se comunica con nosotros.
  • Al grupo de oración: vete más allá de las palabras que se pronuncian. Entra en la vida que esas palabras revelan, en la historia que hay detrás de cada persona. Porque aprendiendo a escuchar a los hombres, estamos ejercitándonos para escuchar a Dios, que nos habla siempre el lenguaje del amor.

Momento de Oración

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Hacemos silencio interior. Pedimos al Espíritu: que abra los oídos del corazón a la escucha.

Escuchamos: Los acontecimientos recientes. El grito de los hermanos que sufren. Lo que llevamos en el interior: sentimientos, deseos, anhelos…

La PALABRA DE DIOS: LUCAS 2, 46-52

«Le encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros, escuchándoles y preguntándoles».
«Los que le oían estaban estupefactos por sus respuestas».
«Ellos no comprendieron la respuesta que les dio».
«Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón».

Con MARÍA repetimos silenciosamente en nuestro interior:

«Le encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros,
escuchándoles y preguntándoles».
«Los que le oían estaban estupefactos por sus respuestas».
«Ellos no comprendieron la respuesta que les dio».
«Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón».

Oramos todos:

Gracias, María, porque no sólo nos sabes escuchar sino que luego sabes repetir lo que nos has escuchado, a tu Hijo Jesús. Sabes transmitirle nuestras penas, nuestros anhelos, nuestras cruces… y sabes pedirle para todos perdón, comprensión, misericordia.

Padre nuestro

«DICHOSOS LOS QUE ESCUCHAN LA PALABRA DE DIOS»

11.- ¿CÓMO ESCUCHAR LA PALABRA?

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