«El Señor llama dichosos no a los que conocen algo de Dios, sino a los que lo poseen en sí mismos. Dichosos, pues, los limpios de corazón porque ellos verán a Dios» (San Gregorio de Nisa).
«Nadie fue ayer,
ni va hoy,
ni irá mañana
hacia Dios
por este mismo camino
que yo voy.
Para cada hombre guarda
un rayo nuevo de luz el sol…
y un camino virgen
Dios»
(León Felipe).
«El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables. Y el que escudriña los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu, y que su intercesión por los santos es según Dios» (Rom 8,26-27).
EXPERIENCIA DE DIOS
El silbo amoroso del buen Pastor. En este camino de oración, ya sabemos que el recogimiento es la tarea que realizamos para volvernos hacia dentro, donde sabemos que habita Dios, porque estamos hechos a su imagen y semejanza (cf M 4,3,3). Pero llega un momento en que no somos nosotros quienes nos recogemos, sino que es el Señor, desde dentro, quien nos llama y nos atrae. Lo hace como buen pastor. «Con un silbo tan suave, que aun casi ellos mismos no le entienden, hace que conozcan su voz y que no anden tan perdidos, sino que se tornen a su morada» (M 4,3,2).
Entrar en el Reino. Jesús ha venido para compartir con nosotros el Reino de Dios, para que hagamos la experiencia de Dios y entremos en el maravilloso banquete de su presencia amorosa. Por medio del recogimiento «el alma se entra dentro de sí» (M 4,3,2) donde está Él y todo nuestro ser se va aquietando. Estamos en la oración de quietud, pórtico de entrada en el misterioso espacio de Dios. La iniciativa es de Dios, que infunde en nosotros la luz para entender de forma nueva todo y el amor para que sea él quien inspire nuestros pasos. A nosotros nos toca «pedir como pobres necesitados delante de un grande y rico emperador, y luego bajar los ojos y esperar con humildad. Cuando por sus secretos caminos parece que entendemos que nos oye, entonces es bien callar, pues nos ha dejado estar cerca de él» (M 4,3,5). «Mas si este Rey aún no entendemos que nos ha oído ni nos ve, no nos hemos de estar bobos» (M 4,3,5), continuemos trabajando pues «para eso nos dio Dios las potencias, y no hay para qué las encantar, sino dejarlas hacer su oficio, hasta que Dios las ponga en otro mayor» (M 4,3,6).
La gratuidad del Espíritu. La actuación de Dios es totalmente gratuita. No se debe a nuestro esfuerzo. Tiene lugar «cuando Dios nos quiere hacer esta merced» (M 4,3,3). Es Otro el que hace amanecer y anochecer en el horizonte de nuestra alma. El Espíritu, presente y activo en toda oración cristiana, se anticipa a nuestra iniciativa. «Yo no puedo persuadirme a industrias humanas en cosas que parece puso Su Majestad límite y las quiso para Sí» (M 4,3,5).
La alabanza. El Espíritu que lleva la iniciativa de nuestra oración nos pide que conjuguemos un múltiple gesto de humildad, gratitud y alabanza al Dios que se nos manifiesta. Nos convoca a prorrumpir desde lo hondo en una oración de alabanza que hasta ahora era un pobre vagido: «Alábele mucho quien esto entendiere en sí, porque es muy mucha razón que conozca la merced, y el hacimiento de gracias por ella hará que se disponga para otras mayores» (M 4,3,4). El Espíritu nos enseña a abrir nuestras manos vacías para recibir: «En la perseverancia en saber recibir del Señor está todo nuestro bien» (M 4,3,9); nos empuja a abandonarnos «en los brazos del amor» (M 4,3,8).
UNA NUEVA FORMA DE VERNOS
¿Cómo saber si vamos por buen camino? Los caminos del Espíritu no se pueden evaluar desde lo que nosotros podemos controlar. A menudo tendremos que recorrer el camino del no saber. En todo caso, será el criterio evangélico: «Por sus obras los conoceréis» (Mt 7,16) quien oriente nuestra vida. «En los efectos y obras de después se conocen estas verdades de oración» (M 4,2,8).
Una manera de pensar y de amar nuevas. Cada nueva gracia de Dios origina en nosotros una nueva forma de relación con Él. Todo contemplativo pasa a ser un enamorado de Dios; todo lo contempla bajo el prisma de un corazón enamorado. «Sólo se ve bien con el corazón» (Principito).
«Efectos o señales que tienen las almas a quien Dios nuestro Señor da esta oración» (M 4,3,9):
- «Como un dilatamiento o ensanchamiento en el alma» (M 4,3,9), que se traduce en un estilo de respirar y vivir con libertad. «No estamos tan atados como antes en las cosas del servicio de Dios, sino con mucha más anchura» (M 4,3,9). Desaparece «el temor servil», y con él los miedos, a Dios (M 4,3,9). Nos sentimos más señores de nosotros mismos (cf M 4,3,9).
- Crecen las virtudes, especialmente las teologales: gran confianza, más viva fe, gran voluntad de hacer algo por Dios, nuevo arraigo de la humildad… «Como va conociendo más la grandeza de Dios, tiénese por más miserable». Descubrimos una nueva escala da valores, al estilo de san Pablo: «Por él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en él» (Flp 3,8-9).
- Comienza en nosotros una nueva configuración con Cristo, que nos lleva a aceptar los trabajos y la cruz para que vaya adelante su Reino. «Lo más sustancial y agradable a Dios es que nos acordemos de su honra y gloria y nos olvidemos de nosotros mismos y de nuestro provecho y regalo y gusto» (M 4,3,6). Entra en escena el lenguaje de la ternura, que es un silencioso deseo de amar a Cristo.
Un símbolo entrañable. El contemplativo es un renacido. Estrena vida nueva. Pero la comienza como un niño. Vida frágil la suya. En dependencia total de la madre-Dios. Llamado a crecer, pero con el riesgo de la atrofia y de la involución. «No está aún el alma criada sino como un niño que comienza a mamar, que si se aparta de los pechos de su madre, ¿qué se puede esperar de él sino la muerte? (M 4,3,10).
COMPROMISO HISTORICO DE TRANSFORMACIÓN
El contemplativo místico sale a la vida con una nueva forma de tratar a las personas y a las cosas. La luz y el amor de Dios le convierten en «la cara humana de Dios» (San Gregorio de Nisa). No quiere dominar a los demás, sino ser «el pobre que ama a los hombres» (Simeón el Teólogo).
Sale con la vida más unificada, y por tanto con más capacidad de comunicar la música que Dios hace nacer en su corazón, porque «un alma en paz irradia la luz a muchos» (San Serafín de Sarov).
Lleva entre las manos la gratuidad del perfume derramado, que llena de buen olor toda la casa y que se hace realidad en mil detalles de servicio solidario y de comunión.
Momento de Oración
Invoca al Espíritu Santo,porque nosotros no sabemos orar ni vivir como conviene:
«Cuando tú me mirabas, su gracia en mí tus ojos imprimían: por eso me adamabas, y en eso merecían los míos adorar lo que en ti vían» (San Juan de la Cruz)
Colócate en una actitud abierta. Dios es el gran protagonista de tu vida. Vives más de lo que recibes de él que de lo que tú haces. «Por favor, sé como el hombre que está en un barco sobre el río y que no rema constantemente, sino que a veces se deja llevar por la corriente» (Ch. Péguy).
Ora con el salmo 22,que está lleno de símbolos sacados de la vida pastoril, y que pueden recordarte tu encuentro sacramental con Cristo (fuentes tranquilas del bautismo, reparo tus fuerzas de la confirmación, la mesa y la copa de la eucaristía…). Que el Espíritu abra tu corazón para acoger el regalo del amor de Jesús para ti.
«Yo soy tu pastor, nada te falta:
en verdes praderas te hago recostar;
te conduzco hacia fuentes tranquilas
y reparo tus fuerzas.
Te guío por el sendero justo,
por el honor de mi nombre.
Aunque camines por cañadas oscuras,
nada temas porque yo voy contigo:
mi vara y mi cayado te sosiegan.
Preparo una mesa ante ti,
enfrente de tus enemigos;
te unjo la cabeza con perfume,
y tu copa rebosa.
Mi bondad y mi misericordia
te acompañan todo los días de tu vida,
y habitarás en mi casa por años sin término» (Sal 22).
Traduce tu experiencia en gestos de gratuidad: «El que prefiere que los otros tengan razón, aunque no lo sepa, está salvando el mundo» (Borges).
GOCÉMONOS, AMADO, Y VAMONOS A VER EN TU HERMOSURA