9. Palabras mayores

«Puede decirse que el principal propósito de la vida para cualquiera de nosotros, es incrementar, de acuerdo con nuestra capacidad, el conocimiento de Dios mediante todos los medios de que disponemos y ser movidos por él a la alabanza y la acción de gracias» (J. R. Tolkien, autor de El Señor de los anillos).

«En la interior bodega / de mi Amado bebí, y cuando salía por toda aquesta vega, / ya cosa no sabía; y el ganado perdí que antes seguía» (Canción 26 de san Juan de la Cruz).

«El conocimiento es a veces doloroso porque el humano prefiere la ignorancia: mantenerse en un nivel de superficie, dejando que la vida le resbale, sin alzarse ni enfrentarse con ella. Pues bien, en contra de eso, el verdadero mayeuta es un experto en ciencias de gestación: es como evocador (despertador) de divinidad. Nos ayuda a dar a luz a Dios en nuestra vida: ésa es su tarea en el camino» (Xabier Pikaza).

EL PROTAGONISMO ABSOLUTO DE DIOS .

No tenemos palabras. La palabra interior que nos ayuda a entender y ordenar las cosas que nos ocurren en la vida, se debilita ante la experiencia de Dios. Incluso las comparaciones se nos oscurecen. La tendencia a querer explicarlo todo enmudece y uno quisiera callar. «Creo que fuera mejor no decir nada…, pues no se ha de saber decir, ni el entendimiento lo sabe entender, ni las comparaciones sirven para declararlo, porque son muy bajas las cosas de la tierra para este fin» (M V,1,1).

¿Cómo explicar a Dios? Es muy difícil explicar a los niños la violencia y el odio que a veces anida en el corazón humano. Pero ¿cómo explicar la irrupción de Dios que inunda la vida como una cascada inagotable? ¿Cómo dar a conocer a Dios que obra y se comunica para darse a conocer? «¿Cómo os podría yo decir la riqueza y tesoros y deleites que hay?» (M V,1,1).

¡Ven, Espíritu Santo! La incapacidad sentida se traduce en una invocación al Espíritu. «Enviad, Señor mío, del cielo luz para que yo pueda dar alguna a estas vuestras siervas» (M V,1,1).

NO INTERRUMPIR EL CAMINO

Llamada universal a la santidad. Quien tiene una experiencia de Dios no quiere entrar solo en la tierra prometida, desea que toda la humanidad entre en ella. Esta es la experiencia misionera que tiene la Iglesia. «Todos los fieles, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, y esta santidad suscita un nivel de vida más humano incluso en la sociedad terrena» (Lumen Gentium 40). Santa Teresa vive esta llamada como un dolor: «Aunque todas somos llamadas a la oración y contemplación…, pocas nos disponemos para que nos la descubra el Señor» (M V,1,2).

«De baluarte en baluarte hasta ver a Dios» (Sal 83,8). Caminamos con el salmista hacia la morada de Dios, refugio del ser humano que está sin morada. En Dios está la máxima y definitiva bienaventuranza. «Pues podemos gozar del cielo en la tierra, que nos dé su favor para que no quede por nuestra culpa y nos muestre el camino y dé fuerzas en el alma para cavar hasta hallar este tesoro escondido» (M V,1,2). «Dios no imposibilita a ninguno para comprar sus riquezas; con que dé cada uno lo que tuviere, se contenta. Bendito sea tan gran Dios» (M V,1,3). Sólo pide que no nos quedemos con nada, «poco o mucho todo lo quiere para sí» (M V,1,3). «Duc in altum», así lo expresa Juan Pablo II. «La esperanza es como un resorte que impulsa a lanzarse hacia lo que deseamos» (Carlos Amigo).

No poner tasa a las obras de Dios. Aunque no hayamos pasado por esta experiencia de Dios, es necesario que no nos espantemos de sus grandezas. La fuerza y eficacia del amor de Dios puede elevar al hombre a alturas que no imagina. «A Aquel que tiene poder para realizar todas las cosas incomparablemente mejor de lo que podemos pedir o pensar, conforme al poder que actúa en nosotros, a él la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones y todos los tiempos. Amén» (Ef 3,20-21).

Sembrador de caminos. Dios, con sus dones, es sembrador de caminos en nuestro corazón. Dios es maestro de amor, amigo pleno, «memoria y esperanza de amor» (San Juan de la Cruz). Pero no somos capaces de sentir esto en radicalidad, y por eso nos parecemos a «esos medioletrados espantadizos, que me cuestan caro», de que habla santa Teresa (M V,1,8). «Quien no creyere que puede Dios mucho más y que ha tenido por bien y tiene algunas veces comunicarlo a sus criaturas, que tiene bien cerrada la puerta para recibirlas. Nunca os acaezca, sino creed de Dios mucho más y más» (M V,1,8).

UNION DEL ALMA CON DIOS

«Llevóme el rey a la bodega del vino» (Ct 2,4; 3,2). Somos morada de Dios, posada adonde El mora. Pero habitualmente nuestro espíritu es opaco a su presencia. Ni lo sentimos ni lo percibimos, como sentimos los objetos. Ni experimentamos su presencia, como experimentamos y gustamos la presencia de un amigo. Esa especie de barrera se rompe por obra de su amor y de su gracia. Dios viene como gracia. Viene porque quiere. «Esta entiendo yo es la bodega adonde nos quiere meter el Señor cuando quiere y como quiere; mas por diligencias que nosotros hagamos, no podemos entrar. Su Majestad nos ha de meter y entrar» (M V,1,12).

El rastro de Dios. En el torbellino de deseo de ser de El y para El, de morir a lo viejo y de acoger la novedad de la gracia, y de gozo insospechado, se hace presente Dios y «nos muestra sus maravillas» (M V,1,12). «Es sobre todos los gozos de la tierra y sobre todos los deleites y sobre todos los contentos y más, que no tiene que ver adonde se engendran estos contentos o los de la tierra, que es muy diferente su sentir» (M V,1,6). Como en un nuevo cenáculo nos deja el regalo de la paz, como en una bodega recrea en nosotros la experiencia del amor, como el sello en la cera (cf M V,1,9) dialoga con nosotros.

Certeza de su paso. Queda en el alma «una certidumbre que sólo Dios la puede poner» (M V,1,10). «Hemos de dejar de buscar razones para ver cómo fue; pues no llega nuestro entendimiento a entenderlo, ¿para qué nos queremos desvanecer? Basta ver que es todopoderoso el que lo hace» (M V,1,11).

Una oración humilde. Santa Teresa hace suya la oración del centurión, que ante la decisión de Jesús de curar a su criado, le dice que no es digno de que entre en su casa (cf Mt 8,8-9). «No somos dignas de ser siervas de un Señor tan grande, no podemos alcanzar sus maravillas. Sea por siempre alabado, amén» (M V,1,13).

Una mujer-puente. ¿Qué tiene que ver esto con la violencia creciente que sufren en nuestro mundo los menores? ¿Y con la desestructuración familiar? ¿Y con el resurgir de los fundamentalismos, la acumulación de poder desmedido en manos de pocos, la fragilidad de los pobres para venderse por cuatro cuartos, la marcha imparable de inmigrantes en busca del pan? Los orantes contemplativos, obra y regalo del Espíritu, son voz en el mundo de los que no tienen voz, encienden una luz para que puedan caminar los que están en oscuridad, dan pasos de comunión «en un mutuo compartir dones» (O’Connor).


Momento de Oración

Ponte ante Dios en verdad:

«Descálzate porque el terreno que pisas es santo» (Ex 3). – «No soy digno de que entres en mi casa» (Mt 8,8).

Invoca al Espíritu:

INUNDA MI SER, INUNDA MI SER. ESPIRITU, INUNDA MI SER. EN OLAS DE AMOR. ¡OH, VEN SOBRE MI! ESPIRITU, INUNDA MI SER.

Nuestro mundo parece cansado, dividido, pero también lleno de ilusiones. Algunos dicen que necesitamos mística para sobrevivir a los desastres que se avecina, otros dicen que debemos aprender a dialogar. Quizás ambas cosas signifiquen lo mismo.

Llevas en el corazón un místico dormido. Deja que se despierte como fruto de esa «rebelión del alma» en una sociedad que tiende a sofocar toda experiencia fuerte de Dios. «Dichosos los ojos que ven lo que veis» (Lc 10,23).

Tu corazón está habitado por la Trinidad. Los Tres habitan en el hondón de tu alma. Recibe a Dios en libertad y diálogo amoroso.

Camina hacia un encuentro interior. Desde los niveles superficiales, hasta el encuentro con el que es la «luz y guía que en el corazón ardía» (San Juan de la Cruz).

Déjate llevar por el Espíritu, que te pone delante a Jesús, el amigo que comparte contigo su experiencia del Padre.

Contempla en los caminos. Cuando vives la presencia de Dios todo lo vives desde dentro. En la vida de cada día se cultiva la vida mística, crece y encuentra su criterio de autenticidad.

Que la mística sea tu forma de vivir. Tu manera de relacionarte con todo lo creado con respeto y libertad. Tu manera de ser profundamente feliz. Esta sabiduría transciende «toda ciencia».

LOS MISTICOS SON LA SONRISA DE DIOS EN EL MUNDO

REGALAN MOTIVOS PARA LA ESPERANZA

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