Humildad (Camino 13-18)

«Dios abre provenir de vida –libertad, paz, confianza en el futuro- no a través de los potentados y arrogantes de este mundo, sino a través de hombres y mujeres que, sin prestigio ni poder sociales, dejan que Dios sea único Señor en su vida y lleve a cabo su proyecto de amor a favor de todos» (Jesús Espeja).

«Cuenta Rilke que, en París, pasaba siempre junto a una mujer a la que arrojaba una moneda en el sombrero. La mendiga permanecía totalmente impasible, como si careciese de alma. Un buen día, Rilke le regaló una rosa. Y en ese momento su rostro florece. El ve por primera vez que ella tiene sentimientos. La mujer sonríe, luego se marcha y durante ocho días deja de mendigar porque le han dado algo más valioso que el dinero».

DIOS ES HUMILDE

Aprender a decir «tú». Todos los mistagogos, esos hombres y mujeres que nos ayudan a dejarnos encontrar por Dios, elogian la humildad como virtud imprescindible para la oración, «la principal y que abraza a todas las virtudes» (C 4,4). «Parece que voy entrando en la oración y fáltame un poco por decir que importa mucho» (C 17,1). ¿Por qué es tan importante? Cada orante tiene que responder y buscar un porqué profundo; sin él el camino y el vuelo serán cortos. Lo que estos hombres y mujeres vienen a decir es que, para dialogar con el Dios amigo, tenemos que aprender a decir «tú», a cantar la gloria y el amor de un Dios volcado sobre nosotros y a traducirlo todo en un canto de servicio solidario para los últimos. «La humildad es el espacio del amor» (Pablo VI).

Un término ambiguo. La humildad es un término ambiguo, se presta a muchos equívocos. No todo lo que se esconde detrás del nombre es humildad. ¿Es humildad el apocamiento y la cobardía o el entusiasmo confiado a pesar de los fracasos? ¿Es humildad el orgullo de encerrarse en la propia riqueza o el cultivo del abandono confiado? ¿Es humildad el desaliento ante la propia pequeñez o el encontrarse a gusto en la propia piel? ¿Es humildad acallar todo don o no perder la alegría de los sueños?

La humildad y dulzura de Dios. El primer humilde es Dios, su amor es humilde y servicial. La mirada amorosa de Dios sobre nosotros, su proyecto de comunión con cada uno de nosotros, es un acto humilde de Dios. «El nunca se cansa de humillarse por nosotros» (Fundaciones 3,13). Santa Teresa invita a poner los ojos en Jesús, amigo de la humildad y de los humildes, para aprender. El gesto y el rostro de Jesús que en la Pasión callaba y estaba en silencio profundo (cf Mt 26,63) le impresionan hondamente. El colmo llega cuando Jesús acepta que sea un ladrón quien tome la palabra por El (cf C 15,1-6). «Jamás nos acabamos de conocer, si no procuramos conocer a Dios; mirando su grandeza, acudamos a nuestra bajeza y mirando su limpieza veremos nuestra suciedad; considerando su humildad veremos cuán lejos estamos de ser humildes» (Moradas 1,2,8-9).

María, la mujer que se dejó mirar por el Amor. María, que se dejó mirar en su humillación, canta al Dios que «enaltece a los humildes» (Lc 1,52). María, en la Anunciación, de cara al Todopoderoso se presenta con sencillez, sin artificios ni rodeos, en la verdad de su ser recibido de Dios, dejándose hacer y amar por El. Dios hace que su virginidad sea fecunda, que su silencio se llene de Palabra, que su pobreza se convierta en riqueza inaudita. «Parezcámonos en algo a la gran humildad de la Virgen» (C 13,3).

ESPACIOS DONDE FLORECE LA HUMILDAD

El terreno de la gracia. Humildad viene de humus, tierra. La humildad se juega en nuestra humanidad más sencilla y ordinaria, en nuestros amores, en nuestro cuerpo, en nuestro trabajo, en nuestras penas o en nuestras preocupaciones, y en todo aquello que constituye nuestra vida. Donde hay gratuidad, allí florece la humildad. El Espíritu lanza un clamor de gratuidad y nos desafía a ver si somos capaces de ser gratuitos en un mundo donde la competitividad obsesiva lleva a un individualismo cerrado a los dolores y gozos de los demás. La humildad abre en nosotros espacio para la gracia, o sea para la experiencia de Dios amor gratuito. «Estas mercedes son dadas de El y nosotros no podemos en nada nada» (Vida 20,7). Humildad es dejar hacer a Dios, reconocer los dones que de Dios recibimos, aceptar nuestra pobreza. «Lo propio de la bondad de Dios es hacer, pero lo propio de la naturaleza humana es ser hecha» (San Ireneo). Porque la humildad nos enseña a recibir, la palabra propia del humilde es «gracias».

El horizonte de la verdad. La humildad tiene que ver con la verdad de Dios –»la suma verdad, verdad que no puede faltar» (Moradas 6,10.2)- y con nuestra propia verdad. Andar en ellas es humildad. «Humildad es andar en verdad» (Moradas 6,10,8). «Estamos ricos, somos pobres» (Moradas 4,2,10). Contra el sofisma de las razones («huya mil lenguas de razón tuve, hiciéronme sin razón, no hubo razón quién esto hizo»), Teresa de Jesús descubre «la gran mentira en que vivimos todos», empeñados en acumular peanas para aupar el propio yo. «Ser menos no se sufre» (C 16,11). Propone la bienaventuranza de ser tenido en menos, frente al baremo de la mentira que consiste en ser tenido en más. «La que le pareciere es tenida entre todas en menos, se tenga por más bienaventurada» (C 13,2).

En clima de alegría. La humildad no tiene nada que ver con la cara y el corazón entristecidos. Los orantes, «como recién nacidos», gustan la cercanía de Dios, amor gratuito, en quien siempre se puede confiar; espontáneamente les brota el gozo de sentirse amados y acompañados. Se contentan por los caminos por donde Dios los lleva. «El verdadero humilde ha de ir por donde le llevare el Señor» (C 17,1). «El Señor, como conoce a todos para lo que son, da a cada uno su oficio, el que más le conviene a su alma y al mismo Señor y al bien de los prójimos» (C 18,3). María gustó la cercanía de Dios que se inclina gratuitamente hacia la pobre humillada. Y la humildad dio paso a la alegría desbordante compartida con su prima Isabel. En un corazón humilde que quiere vivir al aire de Jesús brotan la intimidad de Dios como amor gratuito, la pasión por la fraternidad universal y la compasión eficaz ante los pobres y desvalidos.

La ciencia de saber esperar. ¿Por qué no responde el Señor a quien le ama y le sirve? Interesa descubrir el amor gratuito, sin imposiciones ni chantajes. El orante no es un traficante de la amistad de Dios. «Que hay algunas personas que por justicia quieren pedir a Dios regalos. ¡Donosa manera de humildad!» (C 18,6). «Dejad hacer al Señor de la casa» (C 17,7); él es libre. La llegada a la experiencia de Dios no es premio a nuestros méritos, ni resultado de esfuerzos humanos, ni efecto de técnicas y cálculos, ni comisión por amores y servicios. Es puro don. «Es cosa que lo da Dios» (C 17,2). Aquí, la humildad para saber esperar con la lámpara encendida. «Que a las veces viene el Señor muy tarde y paga tan bien y tan por junto como en muchos años ha ido dando a otros» (C 17,2).


Momento de Oración

Realizaeste gesto: «Descálzate porque el terreno que pisas es santo». Dios no es un país conquistado sino una tierra que debes pisar con los pies desnudos. Tu humildad es el espacio para un amor compartido.

Preséntate ante Dios tal como eres. Ponte bajo su mirada. Deja los pormenores de tu vida en las manos del Padre.

Padre mío, tú conoces mis secretos. Tú me miras con tu mirada de amor. ¡Qué grande eres Dios mío! Te alabo y te bendigo, mi Dios.

Mira a los pobres que conoces. Ellos te pueden ponerte en la pista de la humildad. Ponlos a todos bajo la mirada del amor del Padre. Padre nuestro, tú conoces a los humildes de la tierra. Tú los levantas para que conozcan su dignidad. Tú los envías al mundo para que sean fermento de vida. Te damos gracias y te bendecimos por el regalo de los humildes.

Contempla a Jesús, solícito en regalarte como si fuese tu siervo y tú fueses su señor. Admírate de lo profunda que es su humildad y dulzura.

Te doy gracias, Jesús. Tú despiertas en mí la gracia. Te doy gracias, Jesús. ¡Cómo te anonadas por amor! Te doy gracias, Jesús. Todo nos lo das con alegría. Te doy gracias, Jesús. De nuestro barro haces una vasija nueva. Te doy gracias, Jesús. Con tus dones enriqueces mi pobreza. Te doy gracias, Jesús. Cada día recreas la gratuidad.

Ora despacio el Gloria, el Sanctus o el Magnificat. Ahí se canta la gloria y el amor de Dios. Celebra las maravillas que Dios obra en la humildad de sus seguidores, en las gentes sencillas y amigas de la verdad.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Acepta la invitación que te hace el Espíritu para vivir al estilo de Jesús. Cultiva cada día en un clima de amor gratuito la intimidad con Dios, apasiónate por la fraternidad universal, compadécete de los pobres y desvalidos. Hazlo todo con el perfume de la humildad que has aprendido junto a Jesús, junto a María.

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