Estamos ante una oración de alianza. Dios no se olvida de su pueblo; tiene poder para cambiar toda situación. En este salmo se ve el alma del pueblo.
«Lloraban y se lamentaban los que amaban a Cristo cuando le vieron apresado por los enemigos, atado, llevado a juicio, condenado, flagelado, ridiculizado, por último crucificado, atravesado por la lanza y sepultado. Gozaban sin embargo quienes amaban al mundo…, cuando condenaban a una muerte vergonzosa a quien les resultaba molesto sólo con verle. Se entristecieron los discípulos por la muerte del Señor, pero, al recibir noticia de su resurrección, su tristeza se convirtió en alegría; al ver después el prodigio de la ascensión, con una alegría aún mayor alababan y bendecían al Señor, como testimonia el evangelista Lucas (cf Lc 24,53). Pero estas palabras del Señor se adaptan a todos los fieles que, a través de las lágrimas y las aflicciones del mundo, tratan de llegar a las alegrías eternas y que, con razón, ahora lloran y están tristes, pues no pueden ver todavía al que aman y, porque mientras están en el cuerpo, saben que están lejos de la patria y del reino, aunque estén seguros de llegar a través de los cansancios y las luchas al premio. Su tristeza se convertirá en alegría cuando, terminada la lucha de esta vida, reciban la recompensa de la vida eterna» (Beda el Venerable).
1 Cuando el Señor cambió la suerte de Sión,
nos parecía soñar:
2 la boca se nos llenaba de risas,
la lengua de cantares.
Hasta los gentiles decían:
«El Señor ha estado grande con ellos».
3 El Señor ha estado grande con nosotros,
y estamos alegres.
4 Que el Señor cambie nuestra suerte,
como los torrentes del Negueb.
5 Los que sembraban con lágrimas,
cosechan entre cantares.
6 Al ir, iba llorando,
llevando la semilla;
al volver, vuelve cantando,
trayendo sus gavillas.
1. DIOS, CREADOR DE NUESTRO FUTURO
Este bello y emotivo poema está lleno de colorido y de fiesta, pero tiene un trasfondo de dolor y desesperación. Lo recorren por dentro músicas de liberación, que se han impuesto a lamentos de locura. En sus palabras se entrecruzan la historia con la naturaleza, la memoria con el presente, los gentiles con el pueblo de Israel. En medio de todo está Dios, el que realiza cosas grandes en medio del pueblo y da sentido al sinsentido, el que ha hecho salir al pueblo de la opresión, la calumnia, la persecución y el martirio y le ha puesto en la boca risas y cantares incontenibles. Esta situación la lleva Jesús a plenitud: sacar mucho de lo poco, extraer lo nuevo de lo viejo, pasar del mutismo a la palabra, cambiar las lágrimas en danzas, llevar a todos de la muerte a la vida.
Hay que meterse en la piel del pueblo judío, arrojado mil veces de su tierra, perseguido dentro y fuera de sus fronteras, buscador, muchas veces a su pesar, del Dios de la alianza, con querencia a la infidelidad, pero sin dejar que se le apague la llama de la espera del Mesías; hay que meterse en la experiencia de este pueblo para entender y orar este salmo, que cantaba el pueblo en los días en los que se sentía amenazado y experimentaba el miedo de ser sometido de nuevo a la prueba.
Para nosotros, es un canto de gozo ante la salvación de Jesús, es un aliento de alegría incontenible que nos regala el Espíritu, es una lección de esperanza porque a los dolores les sigue siempre un rastro de alegría. «En cabeza, alegría perpetua; siguiéndolos, gozo y alegría» (Is 35,10).
2. LA ALEGRÍA INESPERADA
¿Quién lo iba a decir? Cuando la suerte del pueblo parecía fijada por el sufrimiento, cuando no había, humanamente hablando, ninguna salida a la esclavitud, al exilio, a la muerte, he ahí que se abre paso la liberación más sorprendente. En un momento se rompen las cadenas de la esclavitud, la alegría desbordante toma el relevo de los gritos inconsolables, la vida vence a la muerte. Este salmo, en sintonía con la voz esperanzada que recorre la historia de la salvación, dice que sí hay esperanza. «Hay esperanza para tu futuro, volverán tus hijos a tu territorio» (Jr 31,17). Hay motivos para la alegría, que es uno de los dones de la resurrección aquí en la tierra.
Esta liberación sorprendente es la que el pueblo guarda en la memoria; de esa fuente le brota la oración más apasionada, de ese recuerdo se alimenta para seguir viviendo una vida que nunca es fácil. Dios ha hecho posibles todos los éxodos, siempre ha abierto caminos cuando parecía que no había salida. Dios merece confianza y alabanza; en medio del sufrimiento, el corazón puede estar roto, pero no endurecido. El día en que actuó el Señor en la resurrección de Jesús, con la que la muerte fue derrotada para siempre, abrió la fuente de todos los gozos y cantares. La oración brota de la memoria de este amor liberador.
El tema central del salmo es el cambio de suerte. «Cambiar la suerte», expresión utilizada por Jeremías, es, sobre todo, «volver de la cautividad», y, en general, salir de una situación desesperada. Estando Dios en medio nunca se puede decir: «la suerte está echada», porque «ninguna cosa es imposible para Dios» (Lc 1,37). Nadie esperaba que el pueblo exilado pudiese volver del cautiverio, pero la suerte cambió, un nuevo espíritu reanimó los huesos secos (cf Ez 37,1-14).
El «cambio de suerte» fue algo tan increíble que les parecía un sueño. ¿Por qué se han de ver las desgracias como normales y las dichas como sueño? ¿Por qué parece más difícil acostumbrarse al gozo que al sufrimiento? El caso es que los cantares les salían, ahora así, a borbotones. Tenían razón los soñadores de utopías, muchas veces tenidos por locos; sus sueños proféticos, que habían mantenido erguida la esperanza, se habían visto desbordados por los acontecimientos y se verían, sobre todo, desbordados por el acontecimiento de alegría por excelencia: la resurrección de Jesús y su vuelta gozosa a la casa del Padre (cf Jn 16,28). Dios, creador de la nada, con los escombros estaba haciendo un cielo y una tierra nuevos.
Esto lo ven los pueblos vecinos, que exclaman asombrados: «el Señor ha estado grande con ellos». Lo ve el pueblo de Israel, que confiesa su fe en el Dios que salva: «El Señor ha estado grande con nosotros».
3. DOS IMÁGENES PARA ALENTAR LA ESPERANZA
En el momento en que se compone el salmo la comunidad está atravesando de nuevo por momentos difíciles. En el camino hay trampas, peligros y pruebas; sigue habiendo gente en el destierro y la instalación en la tierra, deseada por muchos, genera conflictos dolorosos. Es el momento de echar mano de la memoria honda, creyente. Es el momento de suplicar de nuevo al Dios, liberador de los débiles y oprimidos, «que cambie nuestra suerte» para que la alegría se adueñe del corazón y expulse el veneno paralizante de la amargura, o de la constatación del lamento más descorazonador: «Dios nos ha abandonado».
El salmista no describe la lamentable suerte actual, pero la insinúa elegantemente por medio de dos comparaciones conocidas por todos, que intentan reanimar a aquellas gentes depauperadas y atacadas de desilusión.
La primera imagen habla del torrente Negueb. Todos conocen lo que pasa cada año. En un territorio de desierto y páramos, al sur de Judea, los ríos están habitualmente secos, pero una lluvia breve e intensa llena los cauces de corrientes torrenciales, que fertilizan el desierto desolado y hacen que brote hierba en el páramo (cf Job 38,27).
La segunda imagen es la de la siembra. En tiempos de penuria, cuando apenas queda pan para comer, la siembra se hace con lágrimas, porque se entierran los granos de trigo que harían falta para matar el hambre. Sembrar, entonces, es un riesgo, que se realiza con esperanza. Cuando se recoge el fruto abundante, el labrador ya no se acuerda de las penalidades, como la mujer cuando da a luz (cf Jn 16,21). Ha merecido la pena amar hasta el extremo (cf Jn 13,1).
«Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares»; este verso condensa la gran lección sobre el misterio de fecundidad y de vida que puede albergar el sufrimiento. Sufrimiento y alegría van alternándose en la vida, moran juntos en la misma casa, en la misma familia, en la misma persona. «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24).
Tanto la experiencia de lo que ocurre en el desierto cuando viene la lluvia, como lo que sucede en los campos de siembra, ayuda a entender mejor la vida de cada día y a no vivir en la superficialidad. Vida y fe se iluminan mutuamente.
En labios cristianos este salmo debe ser la oración de un pueblo que, aunque sufre aún en el destierro y está lejos del reino, se sabe ya salvado. Nuestro futuro no es la esterilidad, el llanto, la desilusionante esclavitud. Nuestro futuro, construido por el Señor, es una mies abundante, un retorno gozoso a la casa del Padre, una alegría imponente y gozosa. Por la resurrección de Cristo -el primer hombre repatriado-, el Señor ha cambiado nuestra suerte.
Este salmo debe ser una súplica ferviente por una salvación y liberación total que abarque a toda la humanidad: Que el Señor cambie nuestra suerte, la suerte de la humanidad esclava aún, la de los hombres y mujeres que viven sin esperanza. El mejor modo de trabajar por la dignidad y alegría de toda la humanidad es «no cansarnos de obrar el bien, que a su tiempo nos vendrá la cosecha, si no desfallecemos» (Gal 6,8-9), es gritar una y otra vez: «Venga tu reino, Señor».