«La tierra ha dado su fruto. La tierra: Santa María, de nuestra tierra, de nuestra raza, de este barro, de Adán. La tierra ha dado su fruto: el fruto perdido en el paraíso se recobra aquí… Fruto para que lo comamos, para que comamos su carne. Fruto virgen nacido de una virgen, Señor nacido de la esclava, Dios nacido del hombre, hijo nacido de la mujer, fruto nacido de la tierra» (San Jerónimo).
«Bendíceme, Señor, bendice a tu pueblo, bendice a tu Iglesia; danos a todos los que invocamos tu nombre una cosecha abundante de santidad profunda y servicio generoso, para que todos puedan ver nuestras obras y te alaben por ellas. Haz que vuelvan a ser verdes, Señor, los campos de tu Iglesia para gloria de tu nombre» (Carlos G. Vallés).
2 El Señor tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros:3 conozca la tierra tus caminos, todos los pueblos tu salvación.
4 Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
5 Que canten de alegría las naciones, porque riges el mundo con justicia, riges los pueblos con rectitud, y gobiernas las naciones de la tierra.
6 Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.
7 La tierra ha dado su fruto, nos bendice el Señor nuestro Dios.
8 Que Dios nos bendiga; que le teman hasta los confines del orbe.
1. UNA BENDICIÓN
Este salmo respira alegría desde el principio hasta el final; incluso el mismo vocabulario es una especie de alborozo. Este canto jubiloso lo cantaba el pueblo en el templo con motivo de las tres grandes fiestas anuales -Pascua, Pentecostés y Tabernáculos-, en las que sedaba gracias por la salida de la esclavitud de Egipto, por las primicias de las cosechas y por la terminación de la recolección de los frutos (Ex 23,14-16).
El orante abre la puerta y penetra de golpe en la intimidad de Dios y ahí descubre que Dios es bendición. Y esto es lo que pide insistentemente el salmista: una bendición que lo abarque por entero y alcance también a todos los pueblos. La historia muestra también que Dios es bendición, que se ha repartido a manos llenas. Cómo no recordar la bellísima bendición de Nm 6,24-26: «El Señor te bendiga y te guarde, el Señor te muestre su rostro radiante y tenga piedad de ti; el Señor te muestre su rostro y te conceda la paz», que ha sido pionera de tantas bendiciones, por ejemplo la de San Francisco.
La bendición de Dios se manifiesta en su mirada. A María le brota un canto desde su pequeñez porque se sabe mirada por Dios (cf Lc 1,48). Cuando el pueblo se sabe mirado se sabe amado, cuando pierde el rostro de Dios, o se le oculta, vive una tragedia. De ahí que el ser humano sea un buscador apasionado del rostro de Dios y que cuando encuentra ese rostro le inunde el gozo. «Ya bien puedes mirarme / después que me miraste, / que gracia y hermosura en mí dejaste» (San Juan de la Cruz).
Jesús, en su encarnación, es la respuesta inaudita a esta oración de petición de bendición que hace el salmista. En Él aparece la sonrisa del Padre, se hace presente la bondad; en El la bendición se acerca, como un derroche, a los más abandonados de la tierra. En la bendición de Cristo adquiere todo ser humano la más excelsa dignidad. A san Pablo se le hace la boca una bendición ininterrumpida, casi no se puede respirar, por haber sido colmados por tanta bendición. «Bendito sea Dios, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bendiciones espirituales y celestiales» (Ef 1,3).
2. INVITACIÓN A LA ALABANZA
El salmo es breve, pero abre un inmenso horizonte, hasta abarcar idealmente a todos los pueblos de la tierra, como Dios había prometido a Abrahán (cf Gn 12,3). El salmo canta el proyecto de Dios, que no consiste solo en bendecir a Israel, sino a todos los pueblos, saliendo al encuentro de sus caminos misteriosos de búsqueda. Al orar el salmo, entramos en el proyecto universal de salvación de Dios.
Por la sintonía que tiene con el universalismo del DeuteroIsaías (cc. 40-55), este salmo nació seguramente después del exilio, puesto que la apertura universal que refleja habla de la sensibilidad de Israel, preparado para confrontarse con todos los pueblos. La convivencia con otros pueblos en el destierro sirvió, entre otras cosas, para apreciar a los otros y desear compartir con ellos los bienes de la salvación.
Pero será sobre todo la experiencia del misterio de Cristo lo que lleve a conocer y a cantar el plan salvífico de Dios: «Los gentiles son coherederos, miembros del mismo Cuerpo y partícipes de la misma promesa en Cristo Jesús por medio del Evangelio» (Ef 3,6). Y también: «Ahora, en Cristo Jesús, vosotros, los que en otro tiempo estabais lejos, habéis llegado a estar cerca por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad. (…) Así pues, ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios» (Ef 2,13-14.19).
Israel se sabe mediador de la alianza con Dios y convoca a las naciones paganas para que conozcan también a Dios y lo alaben, para que descubran y adoren con temor, que es respeto y no miedo, el misterio glorioso de Dios. Israel cree que la protección que Dios les ha dispensado puede ser como una lámpara que atraiga la atención de todas las gentes hacia Dios. Tiene tal convicción en la justicia de Dios, en sus decisiones tan justas y equitativas, que piensa que los pueblos aceptarán a Dios no forzados sino con gozo. Jesús, al colocarse en medio como quien sirve (cf Lc 22,27), será la más bella expresión del Padre, que conduce, guía, a la humanidad a las fuentes de agua viva.
El estribillo del salmo es la mejor expresión del gozo de los pueblos; es una invitación a todos a que alaben al Señor, porque a una alabanza en la que no participan todos siempre le falta algo. La alabanza jubilosa de todos los pueblos de la tierra es la respuesta a la bendición sorprendente de Dios.
Jesús, con su mensaje del Reino, vivió hondamente esta universalidad y envió a sus amigos a que la comunicaran hasta los confines de la tierra.
La tierra entera, el mundo entero, todos los pueblos… Este salmo invita a no encerrarnos en nuestros universos particularistas y a ampliar horizontes. Esta visión amplia, cósmica, mundial, es muy de nuestros días. Nunca como hoy se han traspasado las fronteras que separan los pueblos, ni se ha viajado tanto como ahora. La manera de vivir de otros pueblos se aproxima a nosotros. Se acentúan los sueños de paz y de concordia. Estamos en un momento privilegiado para orar y vivir este salmo.
Pero para que este salmo se haga vida, los dones tienen que convertirse en tareas humildes y concretas: derribar los muros de las divisiones, pasar de la hostilidad al diálogo y de la desconfianza al aprecio, apoyar toda iniciativa que tienda a que todos los pueblos de la tierra se sienten en un mesa común para comer el pan nuestro y para bendecir y alabar al Creador de todos los dones (cf Mt 5,43-48).
3. LA TIERRA HA DADO SU FRUTO
En la tradición bíblica uno de los efectos comprobables de la bendición divina es el don de la vida, de la fecundidad, de la fertilidad. La fertilidad de la tierra, la felicidad de una hermosa siega, incitaba a los israelitas a compartir esta dicha, fruto de la bendición divina, con todos.
Cuatro veces se cita «la tierra» en el salmo. Y no conviene espiritualizar este tema sin humanizarlo antes. Celebrar los frutos de la tierra es una señal de aprecio a las cosas de aquí abajo. Son dones de Dios. Es verdad que los placeres de la tierra son frágiles y no pueden saciar la sed del ser humano, pero esto no significa que sean impuros, ni justifica la sospecha de que todo lo de aquí abajo sea malo. Hay que hacer una espiritualidad del fracaso, cuando llegue, pero es más urgente hacer una espiritualidad de la cosecha. Esta dimensión realista, temporal, de la felicidad basada en los bienes de aquí abajo, no fue menospreciada por Jesús, que nos mandó pedir el pan nuestro de cada día.
Este salmo invita a orar buscando la felicidad y la fiesta de todos, a orar pidiendo a Dios no solamente que cese el dolor y la guerra sino que aumente el gozo y la alegría entre los pueblos. ¿Y cómo se puede orar y vivir este salmo con caras aburridas? La primera muestra de amor que podemos tener con los que viven es darles alegría, compartir con ellos los frutos de la tierra, trabajar por eliminar la deuda externa de tantos países, quitar la injusticia. Y en este sentido, es una muestra de amor excepcional anunciar a todos a Jesús, porque El es la más bella mies que ha salido jamás del seno de la tierra, de la Virgen María.
«La tierra ha dado su fruto» puede ser también la oración del otoño de la vida, un tiempo nada fácil de vivir. Este salmo sugiere que, para quien cree en Dios, nada se acaba. Lo más importante es lo que recibimos por gracia y el tiempo del otoño es un tiempo privilegiado para concentrarse en lo esencial, para aprender a recibir. En el otoño podemos recordar lo que decía una carmelita en el lecho de la enfermedad: «Recordadme sencillamente que un amor me espera».