Padre nuestro

«Síntesis de todo lo que podemos decirle a Dios» (San Agustín)

«Yo antes estaba completamente sordo. Y veía a la gente, de pie y dando toda clase de vueltas. Lo llamaban baile. A mí me parecía absurdo… hasta que un día oí la música. Entonces comprendí lo hermosa que era la danza» (A. De Mello).

La oración siempre necesaria al Espíritu:

Ven, Espíritu Santo, y enséñanos a orar,

a hablar con nuestro Padre Dios.

Enséñanos a abrir la vida ante el Padre

y a hablarle desde el corazón de hijos y de hermanos

que nos ha regalado Jesús.

Ven, Espíritu Santo, y enséñanos a vivir «a tu aire»

para ser constructores con el Padre de una nueva humanidad.

El testimonio de un hombre bueno: «Solo creo en la bondad del Padre» (A. Valencin).

La luz de una mujer testigo de la belleza del Padre: «Y Tú, ¡oh Padre!, inclínate sobre esta pobre criaturita tuya, cúbrela con tu sombra, y no veas en ella más que a tu Hijo el amado, en quien has puesto todas tus complacencias» (Beata Isabel dela Trinidad).

1. Antes de entrar en el bellísimo paisaje del Padre nuestro

Querer aprender es fundamental.Sólo quien tiene sed busca el manantial. Sólo en un clima de confianza y apertura podrá fructificar esta enseñanza, porque todo intento de imponer sin amor es contrario al Evangelio.

La vida se ve embellecida por el manantial que lleva dentro. Los discípulos de Jesús sabían orar, pero la vida de Jesús les sabía a algo nuevo y por eso le pidieron que les enseñara a orar. Enseñar a orar y mostrar al Padre es lo mismo. Y en una ocasión, un discípulo le suplicará: «Muéstranos al Padre», y Jesús le dirá: «Quien me ha visto a mí ha visto al Padre» (Jn 14,9). Jesús no hizo otra cosa que mostrar el misterio del Padre. La tarea de un cristiano es la enseñar con su vida el Padre nuestro. «Yo creo que las huellas de Dios están sobre todo en el corazón de la gente» (J. Sobrino). Los ríos siempre van al mar.

Orar es escuchar lo más lúcido que el Espíritu está diciendo hoy en nuestro mundo, rastreando los pequeños caminos de paz, de justicia, de encuentro, admirándonos de los iconos que él sigue pintando. Nunca somos más lúcidos y más fuertes que cuando miramos el mundo, no desde el análisis frío o el deseo de dominio, sino desde la compasión, que es el nombre que toma el amor cuado aprende a latir al ritmo del corazón del Padre.

Tres palabras para sacar del arca: Abbá, Effetá, Talita Kumi.O sea, la posibilidad de dejar que Dios nos ponga de pie, nos abra la vida, nos meta en la intimidad del amor. O sea, el atrevimiento para soñar una comunidad amplia, acogedora, con flores, festiva, solidaria.

Hay que desviar la mirada hacia el don y la tarea si queremos mejorar. El humus de lo cotidiano, con lo que tiene de oscuridad y de luz, de gozos y dolores, de soledad y de encuentro con los otros, de gracia y de pecado… es la tierra sobre la que germina la oración. De humus viene humildad, que es andar en verdad, ponerse en verdad.

En contexto de discipulado. Cuatro maneras de acercarnos:

  • Descalzarse porque el terreno es santo (Moisés)
  • Masticarla Palabrapara interiorizarla (Jeremías)
  • Ponerse a los pies de Jesús para escuchar (María de Betania)
  • Guardar la palabra en el corazón (María, la madre de Jesús)

2. Dios es nuestro Padre

La oración es trato de amistad con quien sabemos nos ama. «Como un padre siente ternura por sus hijos, así tú sientes ternura por tus fieles» (Sal 103,13).

«Cuando oréis, decid: Padre» (Lucas 11,2).Decir Padre nuestro es la mejor ocasión para entrar el alma dentro de sí. Apenas se encuentra santa Teresa con la palabra «padre nuestro» entre las manos, estalla en un «oh» de asombro contemplativo: «¡Cómo dais tanto junto a la primera palabra! Tan amigo de dar, que no se os pone cosa delante» (Camino 27,2).

A Dios se le han dado mil y un nombres: Luz, Apoyo, Presencia, El que es, Lejano, Desconocido…Madre, Amante, Amigo… El Espíritu y Jesús nos regalan el don del Padre. «Hemos recibido el Espíritu de su Hijo Jesús, que grita en nosotros:¡Abba, Padre!» (Gal 4,6; cf Rom 8,15).

Jesús escogió esta palabra para tratar con Dios (cf Mc 14,36; Lc 10,21), porque Dios escogió la palabra «hijo mío, mi amado, mi predilecto» para tratar con él. Una pequeñita palabra, recogida del habla popular y metida, como un atrevimiento, en el ámbito de la oración. Jesús siempre busca lo pequeño para decir su reino: un grano de mostaza, un poco de pan, una nube, un niño, un pobre, un amigo…

El Abbá sostiene la vida de Jesús, es como un amigo que anima a su amigo, es fuente de vida y acción liberadora. En medio de la noche o al amanecer, en lo alto de un monte o a la orilla de los caminos, metido de lleno en el murmullo de la vida o en el diálogo íntimo con un amigo, Jesús corre para estar con su querido Abba.

En esa comunicación de amor de Jesús con el Abba fue recreándose la humanidad, fue naciendo la misión de levantar a los pobres, ofreciéndoles, de forma gratuita y sin violencia, palabra, sitio y dignidad. En esa intimidad de amor y de ternura nos meten el Espíritu y la Iglesia (cf Gal 4,3-7; Rm 8,14-17). Esta es la novedad: Dios es nuestro Abbá como consecuencia y prolongación de su paternidad sobre Jesús. «Todos vosotros sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús» (Gal 3,26).

El Abbá ha desplegado su poder, su ternura y su esperanza. No hay que olvidar que el Abbá es también el Dios del éxodo (ruptura creadora), el Dios de la alianza (diálogo de amor) y el Dios de la promesa (libertad y esperanza a todos).

Las parábolas que nos cuenta Jesús desvelan el rostro del Abbá. Los opositores de Jesús le dicen: Tú no eres bueno, porque vas con gente mala: comes con los manchados, perdonas a los pecadores, acoges a los perdidos. Pero Jesús les dice: No tenéis razón: Yo soy así, porque el Padre es así: perdona a los pecadores (parábola del Hijo Pródigo, Lc 15,11-32), recibe en casa a los perdidos (parábola de la oveja perdida a la que el pastor lleva sobre sus hombros al redil, Lc 15,4s) y ofrece plenitud a los pequeños (parábola de la viuda, Lc 18,2s).

Toda la vida es una oportunidad para aprender a decir con el corazón y con la vida, con todos los hermanos y la creación entera: ¡Abbá! «Dios es muy amigo tratemos verdad con El» (Camino 37,4).

Encontrarse cada mañana con el Abbá es despertar a una alegría y dar con las fuentes de la vida. Caminar con el Abbá durante el día es continuar la tarea de Jesús de llevar a todos su ternura y misericordia entrañable. Dormirse con el nombre de Abbá en los labios es descansar seguro, porque sabemos que «su mano nos sostiene y su pecho nos cobija».

3. Padre nuestro

El Espíritu nos enseña el lenguaje del «nosotros». Con ese traje de fiesta nos presentamos ante el Padre. Oramos en plural. «El que ora, cuando se pone en presencia de Dios, no puede aislarse de los hermanos ni ser portador sólo de sus propios deseos y necesidades. Dios no quiere que la oración se convierta en una especie de narcisismo espiritual» (S. Cipriano). Porque «Dios, en su misterio más íntimo, no es soledad, sino familia» (Juan Pablo II).

Decir hoy Padre nuestro es una provocación permanente para todos los que van a lo suyo; es una bocanada de aire fresco que limpia el ambiente de nuestro mundo; es encontrar respuestas nuevas de solidaridad para todos los orillados de la tierra.

Seguirá siendo noche hasta que al mirar el rostro de cualquier hombre o mujer, reconozcamos a un hermano y a una hermana, y aprendamos el lenguaje del Espíritu: «A nadie le debáis otra cosa que amor» (Rom 13,8). «Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces, pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir como hermanos» (L. King).

Resonancia social: Todos han de ser iguales, todos hermanos, todos sentados a la mesa por la entrega de amor que el Padre nos ha hecho en el Hijo. «Abramos nuestra puerta al peregrino que pasa y encendamos el hogar del encuentro. Desvelemos sin temor la experiencia de Dios velada en la intimidad. Digamos al oído: que la Presencia divina es manantial de reconciliación, de consuelo, de dicha y de dulzura» (María Victoria Treviño).

4. Que estás en el cielo

Estrechar lazos. «El cielo de Dios está a una distancia infinita de nosotros, pero el amor ha impedido a Dios permanecer solo» (Santo Tomás).

Una fortuna para el orante. Eso de poder decir «Padre nuestro que estás en el cielo». «¡Cómo dais tanto junto a la primera palabra! Tan amigo de dar, que no se os pone cosa delante» (Camino 27,2). «Yo te di a mi Hijo y al Espíritu Santo, y a esa Virgen. ¿Qué me puedes tú dar a mí?» (Relaciones, 25).

El cielo está en nosotros. «Es de notar que el Verbo Hijo de Dios, juntamente con el Padre y el Espíritu Santo, esencial y presencialmente está escondido en el íntimo ser del alma… Tú misma eres aposento donde él mora» (San Juan dela Cruz).


Momento de Oración

Me despierto envuelto/a en tu amor.

Camino en tu amor. Me acuesto en tu amor.

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