«¡Cuán delicadamente me enamoras!»

«El tesoro de su gracia ha sido un derroche para con nosotros» (Ef 1,7).

«¿Quién podrá escribir lo que a las almas amorosas, donde él mora, hace entender? Y ¿quién podrá manifestar con palabras lo que les hace sentir? Y ¿quién, finalmente, lo que las hace desear?» (Prólogo CB 1).

«Me has seducido, Señor, con tu mirada. Me has hablado al corazón y me has querido. Es imposible conocerte y no amarte. Es imposible amarte y no seguirte. ¡Me has seducido, Señor!» (Canción inspirada en un texto de san Agustín).

1. Al aire del Espíritu

Y en tu aspirar sabroso

El Espíritu Santo actúa en nuestra interioridad, trabaja en nosotros para la creatividad y nos capacita para la comunión. El Espíritu respira en nosotros un viento íntimo y vital. La persona visitada por el Espíritu «siente nueva primavera en libertad y anchura y alegría de espíritu» (CB 39,8).

El canto de Juan de la Cruz inventa nuevos nombres para el Espíritu y nuevas vivencias y razones. Se abre, sobre todo, a la experiencia del Espíritu. Hace teología narrativa del Espíritu, aportando luz para los creyentes.

El vocablo «aspirar» indica movimiento del Espíritu, comunicación de amor. «Es una aspiración que hace al alma Dios» (LB 4,17). «Los que son movidos por el Espíritu esos son hijos de Dios» (Rom 8,14). Por la aspiración (acción) del Espíritu la persona queda transformada en las tres personas de la Santísima Trinidad. «Por lo cual verdaderamente son dioses por participación, iguales y compañeros suyos de Dios» (CB 39,6).

Por la aspiración se produce la igualdad de amor, «porque el verdadero y entero amor no sabe tener nada encubierto al que ama» (CB 23,1). «Como sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá! Padre» (Gal 4,6). La oración contemplativa es una especie de diálogo entre iguales, de igualdad de amor. «Queda el alma hecha una cosa con Dios» (Moradas VII,2,3); la persona hace suyo lo de Dios, Dios hace suyas nuestras pobrezas. Es lo que expresa el Padrenuestro: nosotros asumimos los «tu» de Dios (tu nombre, tu reino, tu voluntad) y Dios asume nuestra debilidad (necesidad de nuestro pan, perdón de nuestro pecado, liberación denuestra tentación y de nuestro mal).

El Espíritu aspira por nuestro huerto «renovando y moviendo las virtudes y perfecciones, de suerte que den de sí admirable fragancia y suavidad al alma» (CB 17,5). El perfume de amor se percibe cuando la rosa se abre y se mueve; esto es lo que hace el Espíritu.

De ahí que san Juan de la Cruz diga que «mucho es de desear este divino aire del Espíritu Santo y que pida cada alma aspire por su huerto para que corran divinos olores de Dios» (CB 17,9).

2. La plenitud

3. La delicadeza del amor de Dios

4. Bienvenido, Espíritu

Sigue el texto en la Ficha 10

Ficha 10. «¡CUÁN DELICADAMENTE ME ENAMORAS!»

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