«Mi táctica es mirarte, aprender como eres, quererte como eres. Mi táctica es hablarte y escucharte, construir con palabras un puente indestructible. Mi táctica es quedarme en tu recuerdo» (Mario Benedetti).
«No sé los nombres de todos, pero me aprendo sus ojos, y por sus ojos los llamo» (Pedro Casaldáliga).
1. Cuando el Espíritu recuerda los amores
¡Cuán manso y amoroso recuerdas en mi seno!
«¡Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos!» (Mt 5,3). Dichosos los que, frente a otras opciones o maneras de enfocar la vida, eligen ser pobres, abandonando las riquezas del pensamiento, de la imaginación, de la acumulación de riquezas. En ellos, dice Juan de la Cruz, «el Espíritu recuerda los amores» (CB 17,4). El Espíritu es manso y amoroso, para que podamos acercarnos a su fuego y estar junto a El, descalzos, como Moisés ante la zarza ardiente. «Dame un corazón de pobre, que vibre de gratitud. Haz de mí un anawin».
Ahora no es la persona la que se acuerda de Dios y trata de llegar a Él; ahora es Dios quien, en el centro de la persona, en el seno, recuerda, sopla sobre la brasa avivando el amor, ensanchando el espacio que quería reducirse al tamaño del «yo». Y lo hace de tantas maneras que «si hubiésemos de ponemos a contarlas, nunca acabaríamos» (LB 4,2). Dios lleva la iniciativa. El recuerdo es de Dios en nosotros, así «nos glorifica y enamora» (LB 4,16). «Este recuerdo es un movimiento que hace el Verbo en la sustancia del alma, de tanta grandeza y señorío y gloria, y de tan íntima suavidad.» (LB 4,4). El es la perla de nuestro corazón.
Dios recupera significado y adquiere protagonismo en la interioridad, antes atrofiada por la superficialidad, en el seno vacío y oscuro del sinsentido. Y también adquieren un nuevo sentido los gestos, las palabras, los símbolos, la naturaleza, las personas… Todo se ve y se vive de otra manera. El contemplativo estrena gratuidad; vaciado de sí y lleno del espíritu, se ofrece como regalo que consuela, ilumina, denuncia, conmueve. «Y este es el deleite grande de este recuerdo: conocer por Dios las criaturas, y no por las criaturas a Dios» (LB 4,5).
Este recuerdo de Dios es como un movimiento de Dios; «al alma le parece que se mueve» (LB 4,6), como si Dios, haciéndose presente, dijera: «Aquí estoy». «La sabiduría es más movible que todas las cosas movibles» (Sab 7,24), porque «es principio y raíz de todo movimiento; y, permaneciendo en sí estable, todas las cosas innova» (LB 4,6). Dios es la eterna novedad y así está «moviendo, rigiendo y dando ser y virtud y gracias y dones a todas las criaturas» (LB 4,7). Este movimiento es sanador y liberador para la persona, como sanaba la agitación de las aguas en la piscina que estaba junto a la Puerta de las Ovejas (cf Jn 5,1ss). No es de extrañar que Juan de la Cruz aconseje: «Múdese todo, muy enhorabuena, Señor Dios, porque hagamos asiento en ti».
2. El dulce abrazo
Sigue el texto en la Ficha 9