Sin Dios, todo es demasiado poco

«¡Qué grande es el corazón del hombre! ¡Qué anchura y qué capacidad, con tal que sea puro!» (Orígenes).

«El ser humano permanece para sí mismo incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente» (Juan Pablo II).

1. En nuestro sí a Dios, Dios nos da su sí

Las profundas cavernas del sentido

Juan de la Cruz muestra aquí, como en tantos lugares, sus entrañas maternales para cuidar la vida. Le entristece que el corazón humano se quede vacío. Pone todo su empeño en cantar la fiesta que se produce en la interioridad humana cuando está habitada por la Trinidad. «Nos has hecho, Señor, para ti y nuestro corazón no halla sosiego hasta que descansa en ti» (San Agustín). «Las cavernas son las potencias del alma: memoria, entendimiento y voluntad, las cuales son tan profundas cuanto de grandes bienes son capaces, porque no se llenan con menos que infinito» (LB 3,18). Nuestra interioridad se dilata para acoger el amor.

El ser humano, creado por Dios, está lleno de aperturas hacia El. Como tierra agrietada, o como una caña débil que piensa y que está llena de inquietud (Pascal). Quien descubre esta profunda capacidad, llamada a un encuentro, ha descubierto un inmenso tesoro. Y quien deja, que se instalen en su interioridad cosas que valen mucho menos que la persona, malogra la vida. «En esta vida cualquiera cosilla que a ellas se pegue basta para tenerlas tan embarazadas y embelesadas que no sientan su daño y echen de menos sus inmensos bienes ni conozcan su capacidad» (LB 3,18). De ahí que sea tan importante la limpieza de corazón. «Dichosos los limpios de corazón» (Mt 5,8), los que viven «con amor impaciente» (LB 3,18), y buscan con verdad: «Cuando el alma desea a Dios con entera verdad tiene ya al que ama» (San Gregorio).

La primera caverna es el entendimiento. «Su vacío es sed de Dios» (LB 3,19), sed de la sabiduría de Dios, como la del ciervo ante las fuentes (cf Sal 41,1).

La segunda es la voluntad. «El vacío es hambre de Dios» (LB 3,20), hambre de amor. Jesús vino a saciar el hambre de amor que tiene la persona (cf Jn 6,35).

La tercera es la memoria. «El vacío es el deshacimiento del alma por la posesión de Dios» (LB 3,21), que le hace «vivir en esperanza de Dios» (LB 3,21). Las personas que respiran esperanza se mantienen firmes y compasivas en los tiempos difíciles. «El porvenir de la humanidad está en manos de quienes sepan dar a las generaciones venideras razones para vivir y razones para esperar» (GS 31).

La capacidad de recibir del ser humano es infinita, «porque lo que en él puede caber, que es Dios, es profundo e infinito» (LB 3,22). Esta pasión imprime una inmensa prisa por dar con los manantiales que ansía el corazón. «Cuanto mayor es el amor, es tanto más impaciente por la posesión de su Dios, a quien espera por momentos de intensa codicia» (LB 3,22).

En nuestro sí, nos da Dios su sí. Dios hace al alma «grandes mercedes y la visita amorosísimamente muchas veces» (LB 3,25); así nos embellece.

2. Dios nos busca como un enamorado

3. El maestro espiritual

Sigue el texto en la Ficha 7

Ficha 7. SIN DIOS, TODO ES DEMASIADO POCO

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