La musicalidad de las palabras que tejen el corazón.
«Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza. Será un árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa raíces; cuando llegue el estío no lo sentirá, su hoja estará verde; en año de sequía no se inquieta, no deja de dar fruto» (Jr 17,7-8).
«Preguntaron al Amigo: ¿Adónde vas? Y respondió: Vengo de mi Amado. ¿De dónde vienes? Voy a mi Amado. ¿Cuándo volverás? Me estaré con mi Amado. ¿Qué tiempo estarás con tu Amado? Todo el tiempo que serán en él mis pensamientos» (Ramón Llull).
1. En las manos de Dios
Las profundas cavernas del sentido
Nos podemos mirar en muchos espejos, pero algunos nos devuelven una imagen equivocada de nosotros y del camino que lleva a la unión con Dios. Quien no quiere, por encima de todo, el bien del ser humano, es un guía ciego. «Si un ciego guía a otro ciego, ambos caerán en el mismo hoyo» (Mt 15,14). Las palabras de Jesús muestran su actitud liberadora hacia toda la humanidad; El es el guía que permite salir de la opresión hacia la libertad de los hijos de Dios: «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8,12).
San Juan de la Cruz, que ha hablado con dureza de algunos maestros espirituales como guías ciegos, se refiere también al demonio y a la misma persona como guías ciegos. «El demonio quiere que, como él es ciego, también el alma lo sea» (LB 3,63). Su pretensión es sacar a la persona de la soledad para que no perciba tan delicada audición, sacarla del recogimiento, donde obra el Espíritu Santo.
Por su parte, «el alma, no entendiéndose, ella misma se perturba y se hace el daño» (LB 3,66). El forcejeo entonces entre Dios y la persona es inevitable. «Y acaecerá que Dios esté porfiando por tenerla en aquella callada quietud, y ella porfiando también con la imaginación y con el entendimiento a querer obrar por sí misma» (LB 3,66). A la persona le cuesta entender que «Dios la lleva en sus brazos» (LB 3,67), que Dios es «como un águila que incita a su nidada, revolotea sobre sus polluelos, despliega sus alas, los toma y los lleva sobre su plumaje» (Dt 32,11). Aquí la pasividad es la mejor actividad: «Aunque camina al paso de Dios, el alma no siente el paso. Y, aunque ella misma no obra nada con las potencias de su alma, mucho más hace que si ella lo hiciese, pues Dios es el obrero» (LB 3,67). Porque «las palabras de la sabiduría óyense en silencio» (Si 9,17), Juan de la Cruz aconseja ir arrimados a quien es el guía verdadero: «Déjese el alma en las manos de Dios y no se ponga en sus propias manos ni en las de esotros dos ciegos, que, como esto sea y ella no ponga las potencias en algo, segura irá» (LB 3,67).
2. Con el Espíritu viene la alegría
3. Nada se les queda entre las manos
Sigue el texto en la Ficha 8