BENDICE, ALMA MÍA, AL SEÑOR
Que Yahvé te bendiga protegiéndote
Que Yahvé te muestre su rostro favorable
Que Yahvé te muestre su rostro que da paz (Nm 6,22 ss)
«Después los condujo [fuera,] hacia Betania y, alzando las manos, los bendijo. Y, mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén muy contentos. Y pasaban el tiempo en el templo bendiciendo a Dios» (Lc 24, 51-53)
«La bendición expresa el movimiento de fondo de la oración cristiana: es encuentro de Dios con el hombre; en ella, el don de Dios y la acogida del hombre se convocan y se unen. La oración de bendición es la respuesta del hombre a los dones de Dios: porque Dios bendice, el corazón del hombre puede bendecir a su vez a Aquél que es la fuente de toda bendición» (CIC, 2626)
1. Eso de bendecir…
Bendecir es desear el bien de una persona o cosa a la vez que de un modo expreso y cordial se manifiesta ese deseo. Cuando el bendecir se convierte en oración, equivale a solidarizarse desde lo hondo del alma con el bien que Dios quiere para todos o con la gratitud y la alabanza que todos los seres debemos querer para ese bien infinito que es El.
Hay una bendición descendente: La que se derrama desde esa fuente infinita de bienes que es Dios y que cae sobre todo los vivientes. Suma bendición del Padre es el envío de su Hijo hasta nosotros. El es para todos causa y portador de la bendición total y universal.
Jesús bendijo a los humildes (Mc 10, 16; Lc 24, 50; Hch 3, 26). Oró personalmente bendiciendo al Padre (Mt 11,25; 14, 19; 26, 26; Mc 8, 7-9; 14, 22; Lc 9, 16; 24, 30; Jn 6, 11. Derramó sobre el mundo la bendición del Espíritu. Este es quien extiende por el mundo su bendición por la obra de las iglesias.
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