«Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has mostrado a los sencillos las cosas que ocultaste a los sabios y entendidos» (Mt 11,25)
«Dichoso el pueblo que sabe alabarte. Caminará, oh Señor, a la luz de tu rostro, tu nombre es su gozo cada día». (Salmo 89)
«La alabanza es la forma de orar que reconoce de la manera más directa que Dios es Dios. Le canta por El mismo, le da gloria no por lo que hace sino por lo que El es… Mediante ella, el Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios (cf. Rm 8, 16), da testimonio del Hijo único en quien somos adoptados y por quien glorificamos al Padre. La alabanza integra las otras formas de oración y las lleva hacia Aquél que es su fuente y su término: «un solo Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y por el cual somos nosotros» (1 Co 8, 6). (CIC, 2639).
1. La experiencia humana
La alabanza tiene su origen en la capacidad de contemplar, maravillarse, admirar, adorar. Estas actitudes nacen de la experiencia de lo bueno y de lo bello. Sólo cuando el ser humano goza de una plenitud desbordante de bondad y de belleza está en grado de alabar. La alabanza es la expresión de lo que llena a la persona en los momentos más ricos de la vida. Opuesto al halago o la adulación; corrupciones de la alabanza entre los hombres.
La alabanza es una forma de orar en la cual el corazón se alegra y canta la grandeza de Dios. Es un tipo de oración parecido la adoración y la acción de gracias. El matiz que la diferencia es que en la alabanza el orante se dirige a Dios admirado y entusiasmado por su grandeza, su misericordia, justicia, bondad…
Esta forma de dirigirse a Dios está muy presente en la Biblia, sobre todo en el libro de los salmos.
Sigue en la Ficha 11