Esta aspiración del discípulo de Jesús sólo se encuentra en Mateo.
a. La voluntad de Dios
El discípulo expresa el deseo de que lo que el Padre quiere en Cristo Jesús se cumpla, se realice, «se haga», se convierta en realidad. La voluntad divina busca hacerse realidad de dos maneras y bajo dos aspectos complementarios: una voluntad imperativa de Dios y una voluntad salvíica de Dios.
En el Antiguo Testamento está presente ya esta doble línea:
Cuando el salmista ora diciendo «Enséñame a cumplir tu voluntad…» (Sal 143, 10), y cuando el sacerdote Esdras exhorta al pueblo con las palabras «Cumplid su voluntad» (Esd 10, 11), se trata de la «voluntad» divina que señala al hombre un camino que debe seguir (cf. Sal 25, 4-5; 27, 11; 86, 11; 143, 8…); de esa voluntad divina que revela al hombre unas normas de vida que, cuando se siguen, caracterizan al hombre justo «que procede sin tacha y sigue la ley del Señor» (Sal 119, 1 ss.)
Cuando el profeta hace decir al Señor «Mis planes se cumplirán, realizaré mi voluntad» (Is 46, 10), y cuando el salmista proclama que «el Señor todo lo que quiere lo hace, así en el cielo como en la tierra» (Sal 135, 6; cf. 115, 3), están hablando del designio que, según su beneplácito, Dios tiene sobre la historia en general, y sobre la historia del pueblo elegido en particular (cf. Is 44, 28; 48,14;1 Mc 3, 60). Es la obra que el Señor está realizando y llevando a su cumplimiento, de manera segura y progresiva, a lo largo de los tiempos (cf. Is 55, 11).
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