El orante expresa al Padre un deseo de amor, movido por el instinto filial que ha nacido y actúa en él. Es una prolongación lineal del hecho de haber llamado a Dios «Padre».
a. Santificar el nombre – Glorificar a Dios
El nombre de Dios es el mismo Dios tal como El ha querido revelarse y darse a conocer. El Dios de la revelación es un Dios que tiene un nombre, un Tú que se ha manifestado como tal y al que podemos dirigirnos con una dinámica dialógica.
- Por una parte, el nombre de Dios se identifica con el mismo Dios, hasta el punto de que nombre y persona pueden intercambiarse recíprocamente (cf. Lev 18, 21; 20, 3; 21, 6; 22, 2.32; 24,15-16; Is 29, 3; Am 2, 7; Jer 10, 6; Sal 8, 2.10; 20, 2; 135, 13; Prov 18, 10 … ), o bien ponerse uno junto al otro en perfecto paralelismo sinonímico (cf. Is 24, 15; 60, 9; Mi 5, 3; Zac 14, 9; Sal 33, 21; 76, 2…).
- Por otra parte, la relación conceptual nombre-revelación-conocimiento hace que el nombre de Dios sea en cierto modo su rostro exterior que lo revela y lo da a conocer. Por eso, el nombre de Dios puede ser un paralelo de la gloria de Dios: «En occidente verán el nombre del Señor y en oriente su gloria» (Is 59,19). También puede expresar las perfecciones divinas que se nos han revelado y dado a conocer a través de las obras del Señor (Sal 8, 2.10; 76, 2; 106, 8)…
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