La Pobreza espiritual en el Antiguo Testamento
Cuando el pueblo de Israel se hizo sedentario, la pobreza, era una realidad sociológica; pero ha acabado designando una actitud anímica, hecha de apertura a Dios, de acogida de su gracia, de disponibilidad ante sus designios, de humildad. La pobreza espiritual implica así la fe, pero con un matiz de abandono, de confianza: «Hombre, ya te he explicado lo que está bien, lo que el Señor desea de ti: que defiendas el derecho y ames la lealtad, y que seas humilde con tu Dios» (Mi 6,8). El pobre es un «justo», un fiel que se «ajusta» al querer de Dios.
El profeta Sofonías, hacia los años 640-630, describe al Israel fiel como un pueblo de «pobres». «Dejaré en ti un pueblo pobre y humilde, un resto de Israel que se acogerá al Señor» (3,12; cf. 2,3).
Jeremías, envuelto en todo tipo de persecuciones, se fía de Dios que sólo le da una seguridad: «Yo estoy contigo» (15,20). Su mensaje de confianza se recogerá en el exilio por los poetas de las Lamentaciones: «El Señor es mi lote», me digo, y espero en él. Es bueno esperar en silencio la salvación del Señor» (Lm 3,24.26).
Isaías lo proponen como un ideal de pobreza espiritual (Is 56-66). «En éste pondré mis ojos: en el humilde y en el abatido, que se estremece ante mis palabras» (Is 66,2).
Los Salmos, a partir del exilio, hablan de Yhwh con confianza como del que salva a los indigentes y libera a los oprimidos: «El pobre clamó y el Señor le escuchó. Gustad y ver qué bueno es el Señor, dichoso que se acoge a él» (34,7.9).
Los pobres de Yhwh expresan su sensibilidad comunitaria: «Miradlo, los humildes (los anawin), y alegraos, los que buscáis a Dios, cobrad ánimo» (69,33).»Comerán los desvalidos (los anawin) hasta saciarse y alabarán al Señor los que lo buscan» (22,27).
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