P. María Eugenio (1894-1967)

TALLER DE LECTURA ESPIRITUAL

I.- SEMBLANZA

El 2 de diciembre de 1894, Enrique Grialou nace en «le Gua», pueblecito minero de Francia. Es el tercero de cinco hermanos: Mario, Ángela, Fernanda y Berta. Su familia era humilde pero profundamente cristiana. Su padre, minero, murió cuando tenía apenas 10 años. Su madre tuvo que ponerse a trabajar lavando ropa ajena.

Desde muy pequeño quiso ser sacerdote. Todas las mañanas cuando iba camino de la escuela, pasaba delante de la Iglesia, la contemplaba sentado en el pequeño muro que rodea la plaza y decía: «Un día seré sacerdote» Un día, en 1905, un padre espiritano, le propuso irse a estudiar gratis al Seminario menor que tenía su congregación en Susa en Italia. … A sus 11 años, se fue, sólo, en tren y no volvió hasta pasados tres años

Al darse cuenta de que no tenía la vocación de espiritano, decidió volverse. De nuevo en casa, su madre quiso que aprendiese un oficio, como hizo su hermano mayor. Pero confió a un amigo: «Cuando sea mayor y pueda pagarme los estudios, seré sacerdote». Su madre se enteró de esa confidencia y, al verle tan decidido, le dejó irse al Seminario menor de Graves, no lejos de casa. Allí fue donde descubrió a Santa Teresa del Niño Jesús, leyendo un simple librito.

En 1911 entró en el Seminario Mayor de Rodez. Pero la primera guerra mundial interrumpió su formación. De 1913 a 1919 le mandaron al frente. La guerra fue dura, terrible pero siempre sintió la protección de Teresa del Niño Jesús, que «detenía las balas». Cuando se licenció con 25 años ya, se volvió a plantearse el problema de su futuro. Tenía dos posibilidades: continuar con una brillante carrera militar o volver al seminario de Rodez. Pero en su corazón sólo había un deseo: hacer la voluntad de Dios. Así que decidió volver al seminario, aunque tuviese que convivir ahora con compañeros mucho más jóvenes y que no habían hecho la terrible experiencia de la guerra… ¡Y allí le esperaba Dios!

Sí, porque una noche, la del 13 al 14 de diciembre de 1920, cuando estaba haciendo su retiro de preparación al subdiaconado, leyendo la vida de San Juan de la Cruz, sintió de manera imperiosa que Dios le llamaba al Carmelo. A partir de entonces, tuvo que vencer otras muchas dificultades cada vez más importantes. Esta vez fueron su director espiritual y su madre, que se opusieron radicalmente. Y tuvo que esperar.

Con 27 años le ordenaron sacerdote el 4 de febrero de 1922. Para el fue un gran día de felicidad y acción de gracias. En aquella época uno de los recién ordenados se encargaba de la meditación de la tarde. Le pidieron que la hiciera y así expresó su agradecimiento a Dios: «¡Soy sacerdote, sacerdote para la eternidad!… Esta palabra me invade, me colma, y por hoy no quisiera escuchar nada más. ¡Soy sacerdote! Mi sueño tan anhelado se ha hecho realidad…Esta mañana el obispo me ha impuesto las manos, me ha consagrado las manos… Mañana pronunciaré la fórmula sacramental y vendrás a mi voz, y te tendré en mis manos, te daré. Jesús, serás mío mañana y todos los días de mi vida».

Por fin tuvo el permiso de su director para entrar en el Carmelo. Pero aún quedaba su madre y se acercaba el momento de la separación. Su madre asistió a su ordenación pero ya no quiso ir a su primera misa, y ese día el gozo se convirtió en lágrimas. A pesar de esta oposición tan rotunda de su madre que le había llevado a amenazarle con quitarse la vida, el 15 de febrero emprendió el camino hacia el Carmelo. Hizo una breve parada en el pueblecito de Bor,desde allí le escribió esta carta.

«Debes saber, mi buena madre, que entiendo tu pena y que ahora lloro contigo; lloremos juntos. Pero hay que cumplir la voluntad de Dios. Al consagrarme a Dios, me entregaste a Él para todo cuanto dispusiera y él me llama de modo imperioso a la vida religiosa. Mi vocación es absolutamente segura… y sin embargo, bien sabes cuanto he resistido a causa de la pena que te ocasionaba. Pero esta llamada de Dios se ha hecho cada vez más clara. Yo también he llorada al pensar en el sacrificio que te imponía, pero no puedo resistir a la voluntad de Dios, tan claramente manifestada.»

Y entró en el Carmelo de Avon, cerca de París, tomando el nombre de «María Eugenio del Niño Jesús». En el Carmelo aprendió a vivir en presencia de Dios, aprendió la oración, el trato de amistad con Dios. Descubrió al Padre del Carmelo, san Elías y profundizó en el estudio de las ricas enseñanzas de Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, Teresa del Niño Jesús. Enseguida tuvo la intuición de que este gran tesoro tenía que salir de los monasterios y ser ofrecido al mundo para hacer frente a todas las teorías marxistas que surgían con tanta fuerza en aquél momento.

El Espíritu Santo iba haciendo su obra en él… Así fue como en 1928, cuando creía que ya podía dedicarse de lleno a difundir el mensaje del Carmelo, le nombraron prior de un pequeño convento del sur de Francia, el «Petit Castelet», en donde había un colegio de niños que tenían inquietud vocacional para el Carmelo. El no creía que la vocación del Carmelo se pudiese cultivar de esa forma. Pero aceptó, porque el destino le llegó la víspera de la Asunción, y no podía negarle nada a María.

Con el tiempo fui comprendiendo los caminos de Dios, pues fue precisamente allí donde vinieron a verle tres profesoras en busca de un director espiritual, las tres, directoras de un colegio de Marsella. Querían conocer más profundamente la espiritualidad del Carmelo y sentían la necesidad de iniciarse en la oración carmelitana para vivir con más radicalidad su fe cristiana. En dos palabras: tenían sed de absoluto. Aceptó darles unos cursos de oración junto con algunos conocidos filósofos. Hasta que un día le dijeron: «Todo lo que tenemos se lo damos. Díganos lo que tenemos que hacer.» Así nació el Instituto que se llamó «Nuestra Señora de la Vida», el nombre del santuario en el cual se venera a la Virgen María desde el siglo VI y que se encontraba en la finca que le habían propuesto el año anterior. Allí decidió instalar el grupo de los primeros miembros del Instituto que fundó en 1932. Una de ellas, María Pilá, fue la 1ª responsable del grupo, hasta su muerte en 1974.

El siempre estaba convencido de que la unión con Dios no esta reservada para los monjes, retirados detrás de las rejas, sino que podía vivirse en cualquier lugar: en la calles, en los barrios,… sencillamente, allí donde Dios quiere que vivamos. Sabía que no es fácil… sufrió mucho por esta sociedad en donde reina cada día con más fuerza el materialismo. Y esto es lo que le movió a fundar el Instituto: el deseo de que hubiese personas que hiciesen presentes a Dios en medio del mundo, y diesen testimonio de su Vida, quizá con palabras, pero sobre todo con la autenticidad de una vida ordinaria entregada a Dios y a los hermanos. Actualmente el Instituto Notre Dame de Vie lo forman tres ramas:»laicos consagrados», hombres y mujeres y una rama de «sacerdotes». Existe también un grupo de»asociados» en cada una de las ramas y un grupo de»matrimonios» que viven de la misma espiritualidad. El Instituto está presente en 4 continentes.

Cuando apenas iba tomando forma el Instituto, le nombraron en el Gobierno Central de la Orden por lo que de 1937 a 1955 estuvo en Roma. Sus responsabilidades le llevaron a hacer muchos viajes, (Japón, India, Bagdad, Hong-Kong, Manila, Saigón, Bombay, Jerusalén), que abrieron su espíritu a otras culturas. Esta experiencia le fue muy útil después según fue creciendo el Instituto.

En esta época también escribió Quiero ver a Dios, estudio de Teología espiritual en la que expone en síntesis la espiritualidad de los maestros del Carmelo: santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz y santa Teresa del Niño Jesús.

Pero, en medio de sus trabajos, tuvo que dejar Roma de 1939 hasta 1946 pues la segunda guerra mundial le hizo volver a Francia para ser capitán del batallón de los Alpes.

En 1955 regresó a Francia, de nuevo al «Petit Castelet», como prior. Trabajó en el desarrollo de la Provincia Carmelitana de Aviñón-Aquitania, en la difusión de la espiritualidad del Carmelo, pero también la proximidad le permitió ocuparse más de cerca del Instituto que estaba en un importante momento de expansión. Y a partir de 1961 fue a vivir a Notre Dame de Vie, entregándose por completo al Instituto, la obra que Dios quiso realizar sirviéndose de él como instrumento.

Durante la Semana Santa de 1967, vivió su última Pascua identificándose, en el dolor y la enfermedad, con Cristo, que le introdujo -el lunes de Pascua, 27 de marzo- en el abrazo del Espíritu Santo. Fue a felicitar María, Madre de la Vida, a Notre Dame de Vie, en el cielo, el día mismo que había instituido para celebrarla en la tierra.

Desde allí, sigue haciendo a Dios la súplica que siempre hizo para el mundo: «Que os mande al Espíritu Santo, y que muy pronto podáis decir que el Espíritu Santo es vuestro amigo».

II.- TEXTOS: PRESENCIA VIVA DEL ESPÍRITU SANTO

Jesús prometió: «Os enviaré el Abogado, el Espíritu Santo; él será vuestro consolador, vuestra fuerza; os lo enseñará todo y os traerá a la memoria todo lo que yo os he enseñado» (Jn 14, 16, 26-27). El Espíritu Santo, por lo tanto, prolonga y completa en la tierra la misión de Cristo Jesús, del Verbo encarnado…

Jesús antes de subir al Cielo, dijo a sus apóstoles: «Permaneced en Jerusalén, pues voy a enviaros el Espíritu Santo» (Lc. 24, 29). No os pongáis en camino, no comencéis vuestra misión hasta que hayáis recibido el Espíritu Santo. Y el día de Pentecostés desciende sobre ellos y los transforma por completo: es una toma de posesión. La Iglesia ha sido ya fundada, pero el Espíritu Santo, de una manera visible y sensible, toma posesión de ella y da comienzo a su obra exterior. Y Pedro toma en seguida la palabra y su predicación suscita inmediatamente la conversión de muchos…

En el bautismo, nosotros recibimos el Espíritu Santo. San Pablo ha explicado muy bien esta acción del Espíritu Santo en las almas. La gracia de Dios, la vida divina que nos une a Cristo, «se ha derramado en nosotros por medio del Espíritu Santo, y añade, por el Espíritu Santo «que nos ha sido dado». (Rom. 5,5).

Siempre que recibimos la gracia, incluso cuando en la Comunión nos unimos a Nuestro Señor, la recibimos en virtud del Espíritu Santo, Espíritu del Padre y del Hijo. Las gracias de la confesión, las gracias que recibimos a lo largo de la jornada cada vez que hacemos un acto de fe sobrenatural, un acto de caridad: es el Espíritu Santo el que actúa y nos comunica esas gracias. Por lo tanto, él es el que realiza la obra entera de la santificación y a él hemos de atribuírsela.

Además el Espíritu Santo reside personalmente en nosotros: somos templos del Espíritu Santo… Hay en nosotros una presencia real y viva del Espíritu Santo que es la vida, el manantial y el sol de nuestro ser.

Son estas verdades que conocemos bien, pero de las que no tenemos un conocimiento tan íntimo y vivencial como el de los primeros cristianos. Cuando leemos las cartas de san Pablo, hallamos en ellas claramente expresado lo que distingue al cristiano del pagano: la inhabitación del Espíritu Santo.

Hoy nos sentimos inclinados a distinguir a los cristianos por otros aspectos: un cristiano, diríamos, se distingue por las virtudes exteriores o por la alegría que irradia su rostro, o por otra cosa; pero la única distinción que establece san Pablo es la inhabitación del Espíritu Santo.

Y siempre que hace referencia a la moral, es decir, siempre que quiere impartir un precepto moral, trátese del respeto que debemos a nuestro cuerpo o de cómo debemos relacionarnos con el prójimo, se apoya en esta verdad fundamental: respetad vuestro cuerpo porque es templo del Espíritu Santo (1 Cor. 6, 19); respetad el prójimo, porque el prójimo es santo (1 Cor. 3, 16-17): santo por su santidad personal, tal vez; pero santo, sobre todo, porque se halla habitado por Dios, habitado por el Espíritu Santo.

El Espíritu Santo habita en nosotros… Y es una presencia activa. El Espíritu Santo es un resplandor, es un sol que proyecta continuamente sus rayos; es una fuente que siempre mana, es la vida de nuestro ser, la gran realidad de nuestra vida…

El Espíritu Santo vive en la Iglesia y la anima continuamente, hasta tal punto que los primeros apóstoles decían: «Nos ha parecido a nosotros y al Espíritu Santo» (Hech. 15, 28), ese Espíritu Santo se halla presente en la Iglesia y nos guía.

El cristiano, por consiguiente, y no sólo aquellos que en la Iglesia tienen cargos y responsabilidades, sino todo cristiano, ha de vivir en contacto con el Espíritu Santo. No vivir en contacto con él significa desconocer su poderosa e incesante acción. Significa desconocer al que es verdaderamente el arquitecto, el maestro y –perdonadme la expresión- el «jefe» de la Iglesia, de ese edificio que se está construyendo.

«Quiero pedir para vosotros al Espíritu Santo.

Que el Espíritu Santo descienda sobre vosotros

ypodáis todos decir lo más pronto posible

que el Espíritu Santoes vuestro amigo, vuestra luz,

que Él es vuestro maestro.

Es lo que os deseo a todos, es lo que pido

y seguiré pidiendo aquí en la tierra

y ciertamente durante toda la eternidad.

 

Vive el Espíritu de amor que habita en mí

y que me ha invadido desde hace mucho tiempo.

Mi santidad consistirá en creer en El,

en su presencia, y a abandonarme a su acción.

El Espíritu Santo es quien forja a los profetas

y a los santos, quien vive en nosotros

y quien nos muestra el camino que es Cristo.

El único medio de santificación

es el Espíritu santo.

 

¡Que importan las cualidades naturales!

la gran riqueza es estar poseídos por el Espíritu Santo,

ser transformados por el Espíritu.»

P. María Eugenio del Niño Jesús ocd

Preguntas para la reflexión

  • ¿Qué resaltarías del texto del Padre María Eugenio sobre el Espíritu Santo?
  • ¿Cuál es tu experiencia del Espíritu Santo como cristiano?

BIBLIOGRAFÍA PADRE MARÍA EUGENIO

Obras sobre el padre María-Eugenio en español

15 días con el Padre María Eugenio del Niño JesúsEdCiudad Nueva original francés.

Así era el padre María-Eugenio del Niño-Jesús, EDE, Madrid, 1986, 152 p., original francés, traducido también en alemán, inglés italiano y portugués..

Pediré para vosotros el Espíritu Santo, EDE, Madrid, 1993, 96 p., original francés.

Obras del padre María-Eugenio del Niño Jesús en español

Quiero ver a Dios, EDE, Madrid, 2002 (4ª ed), 1311 p., original francés, traducido también en inglés, polaco, alemán e italiano.

Misterio Pascual, ed. Monte Carmelo, Burgos, 1987, 80 p., original francés, traducido también en inglés, alemán, croata, polaco y letón.

Tu Amor creció conmigo, Teresa de Lisieux, EDE, Madrid, 1990, 183 p., original francés, traducido también en alemán, japonés, coreano, portugués, polaco, inglés, chino, checo y lituano.

María, Madre en plenitud, Ed. Servicios Educativos y Culturales, A.C., México D.F., 1996, 217 p., original francés, traducido también en polaco y filipino.

Movidos por el Espíritu, EDE, Madrid,1992, 352 p., original francés, traducido también en letón, polaco,lituano, inglés, alemán y chino.

Juan de la Cruz, Presencia de luz, EDE, Madrid, 2003, 335 p., original francés.

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