Ambientación
Caminar en iglesia es una experiencia gozosa, aunque nada fácil. Es don y tarea. Como don, nos pide estar cada día dispuestos a escuchar la voz del Maestro, que nos llama a estar con él y a vivir con todos los demás. Como tarea, nos exige renuncia para salir del ‘yo’ y aprender el lenguaje de la comunión, del respeto y del cariño, el lenguaje del «nosotros».
Frente a la tentación, hoy tan presente, del individualismo, de querer caminar en solitario, escuchemos la llamada del Corazón de Jesús a vivir en fraternidad y dejemos que el Espíritu nos inunde con su fuerza, para crear una comunidad de hermanos que alegre el corazón del Padre y sea la mejor plataforma para anunciar el Evangelio. Un corazón solitario no es un corazón.
Parábola
«En A frica es conocida esta fábula. Cuentan que un día un elefante con su larga trompa y un tordo con su lindo plumaje discutían a ver a cuál de los dos se le podía escuchar más lejos en la selva. El elefante produjo un sonido estrepitoso que repercutió en lo más profundo. Mientras tanto, el tordo saltaba y gorjeaba de rama en rama. Acordaron, pues, competir. Establecieron los términos y fijaron la fecha. Mientras que el elefante descansaba con-fiado en su victoria, el tordo se fue por la selva, suplicó a las aves de su misma especie que en la mañana de ese día, tan pronto escucharan su canto, lo repitieran una y otra vez, como en una cadena. Todos prometieron hacerlo. Llegada la hora, el elefante levantó su poderosa trompa, lanzó un gemido que estremeció toda la tierra, los árboles se sacudieron y el eco retumbó bien lejos.
Tan pronto terminó el elefante, el tordo se paró en una rama, llenó su minúsculo pecho y empezó a cantar. En todos los lugares y en todas las direcciones empezó a escucharse su canto, que se transmitía, como en cadena, por los demás tordos. De manera que, cuando los jueces fueron a dictaminar quién había resultado vencedor, encontraron que no el eco sino la misma voz del tordo se había dejado oír más lejos que la del elefante.» (Limardo).
Reflexión
Podríamos titular este sencillo cuento: «Juntos se llega más lejos», pues de una forma plástica nos muestra cómo la voz se prolonga cuando existe armonía entre los cantores. Decía M. Luther King: «Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces; pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir juntos como hermanos’. Ojalá que esta frase vaya perdiendo fuerza y que el Corazón de Jesús nos haga sentir el gozo de caminar en comunidad de hermanos! ‘Los retos de la nueva evangelización son de tal envergadura que no pueden ser acometidos eficazmente sin la colaboración, tanto en el discernimiento como en la acción, de todos los miembros de la Iglesia» (Vita Consecrata,74).
«Ved: ¡qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos! Es ungüento precioso en la cabeza, que va bajando por la barba, que baja por la barba de Aarón hasta la franja de su ornamento. Es rocío del Hermón que va bajando sobre el monte Sión. Porque allí manda el Señor la bendición: la vida para siempre». Salmo 132.
Comentario sapiencial
Este salmo tiene el dulce sonido de una bienaventuranza. La convivencia de los hermanos es como el aroma que nos envuelve y penetra al respirar profundamente, como la frescura del rocío que nos entra por los poros del cuerpo. Suavemente, la dulzura de la fraternidad se va extendiendo por todo el mundo y se va haciendo presente en los lugares de conflicto y desunión. Donde dos o más se quieren en el Corazón de Cristo, manda Dios su amor por siempre, como el mejor antídoto contra el desamor.
Oración
«Dame un corazón puro y sincero, humilde y lleno de serenidad, un corazón que sólo te desee a ti, y que conserve la medida de todo, que no piense mal de los hermanos y que sea compasivo para que pueda llorar con los que lloran y alegrarme con los que están alegres» (Juan de Fécamp)
Compromiso
«Vuestra caridad sea sin fingimiento; detestando el mal, adhiriéndoos al bien, amándoos cordialmente los unos a los otros; estimando en más cada uno a los otros; con un celo sin negligencia; con espíritu fervoroso; sirviendo al Señor; con la alegría de la esperanza; constantes en la tribulación; perseverantes en la oración; compartiendo las necesidades de los santos; practicando la hospitalidad» (Rom 12,3-13).